Por: Agustín Garizábalo Almarales
Una tácita antinorma se han ideado los directores técnicos del fútbol profesional colombiano para contrarrestar la contrariedad de tener que obedecer la pauta impuesta por la Dimayor de alinear a un adolescente, y consiste en poner a calentar, una vez se inicia el partido, al elegido sustituto.
Lo que pudo haber sido, en su momento, una regla provisional se ha convertido en fuente de gran controversia, y, según se ve, amenaza con quedar definitivamente instaurada. La polémica gira esencialmente, sobre si es conveniente o no mantenerla. Algunos han propuesto fórmulas ingeniosas, como aquella de no sólo alinear a los 91, si no también, a los 89 y a los 90, cosa de no perder la continuidad del proceso de los anteriores normativos, pero cumpliendo un tope de minutos jugados, es decir, los 91, por ejemplo, durante el torneo que jueguen 200 minutos, los 89, 300 y los 90, 200 minutos, hasta sumar, 700 o 500 minutos según se apruebe, pero sin exagerar la alineación de 3 menores por partidos. Imaginamos a los entrenadores, cada semana usando la calculadora y rascándose la cabeza. (En este caso, por su condición de matemático, llevaría la ventaja nuestro amigo Néstor Otero).
Algunos ya dejaron los argumentos retóricos y pasaron a los hechos con alineaciones simbólicas y, en clara pose de rebeldía, mandan a chicos, incluso, mucho menores que los reglamentados, sólo para que cumplan la ilusión de sentarse a comer y salir suspirando a la cancha acompañado de sus ídolos.
Mi opinión es que se le ha dado demasiada trascendencia a esta discusión. El fútbol, como toda batalla, no debería tener condicionamientos externos. Que vayan a la cancha los que cumplan con la norma de saber jugar bien al fútbol y los que tengan la suficiente experiencia para no dejarse amedrentar por las veleidades de esa competencia que linda a veces con lo brutal. Alinear a un chico por obligación supone también el riesgo de situar en contienda a un mastodonte contra un lince. ¿Por qué ese afán ahora de poner a saltar matojos a los muchachos, sí, en su momento, sin esos pretendidos artificios, la selección juvenil de Luís Alfonso Marroquín fue catalogada como la mejor de América y las de Fignon Castaño y Basílico González fueron campeonas en el eje cafetero?
La pregunta sería: ¿Sí se está cumpliendo con el cometido de agrupar a los jugadores más representativos para la competencia internacional? De modo que se les pide a los clubes que organicen sus divisiones menores, pero, cuando escogen las selecciones Colombia sub20 y sub17 ¿Qué sucede?... El deportivo Cali, por ejemplo, con un reconocido trabajo en esas divisiones, termina sin ningún jugador en la juvenil y apenas tiene uno en la prejuvenil, mientras tanto sigue siendo uno de los equipo que más pone a debutar a los muchachos en el fútbol profesional.
Habría que comenzar por devolverle el protagonismo a la Difútbol (Que sus campeonatos vuelvan a ser competitivos y de calidad) o crear, en su relevo, a la DIMENOR, para que, de una vez por todas, organice otro tipo de competencias más actualizadas con las exigencias actuales. ¿Cómo justificar, por ejemplo, la realización del torneo nacional juvenil de este año (para jugadores nacidos en el año 91), cuando los muchachos más adelantados de esas edades están "regados” en la A y la B del fútbol profesional?
Esta norma también ha servido para crear la generación del Limbo: ¿Cuántos muchachos se pierden y se frustran después de haber probado el dulce de la primera división? Es cierto que algunos pocos se han consolidado, pero ¿Cuántos abortaron sus procesos porque casi no jugaron arriba o porque llegaron antes del momento indicado?
Soy un convencido de que el buen jugador se hace notar, tarde o temprano. El tema de los menores, entre tanto, debe ser una política institucional de los clubes que le quieran apostar a eso. A los que no les guste, pues, que no les llamen jugadores a esas selecciones y listo. Ellos verán. Que cada quién se defienda como pueda y presente sus carta.
Lo que pudo haber sido, en su momento, una regla provisional se ha convertido en fuente de gran controversia, y, según se ve, amenaza con quedar definitivamente instaurada. La polémica gira esencialmente, sobre si es conveniente o no mantenerla. Algunos han propuesto fórmulas ingeniosas, como aquella de no sólo alinear a los 91, si no también, a los 89 y a los 90, cosa de no perder la continuidad del proceso de los anteriores normativos, pero cumpliendo un tope de minutos jugados, es decir, los 91, por ejemplo, durante el torneo que jueguen 200 minutos, los 89, 300 y los 90, 200 minutos, hasta sumar, 700 o 500 minutos según se apruebe, pero sin exagerar la alineación de 3 menores por partidos. Imaginamos a los entrenadores, cada semana usando la calculadora y rascándose la cabeza. (En este caso, por su condición de matemático, llevaría la ventaja nuestro amigo Néstor Otero).
Algunos ya dejaron los argumentos retóricos y pasaron a los hechos con alineaciones simbólicas y, en clara pose de rebeldía, mandan a chicos, incluso, mucho menores que los reglamentados, sólo para que cumplan la ilusión de sentarse a comer y salir suspirando a la cancha acompañado de sus ídolos.
Mi opinión es que se le ha dado demasiada trascendencia a esta discusión. El fútbol, como toda batalla, no debería tener condicionamientos externos. Que vayan a la cancha los que cumplan con la norma de saber jugar bien al fútbol y los que tengan la suficiente experiencia para no dejarse amedrentar por las veleidades de esa competencia que linda a veces con lo brutal. Alinear a un chico por obligación supone también el riesgo de situar en contienda a un mastodonte contra un lince. ¿Por qué ese afán ahora de poner a saltar matojos a los muchachos, sí, en su momento, sin esos pretendidos artificios, la selección juvenil de Luís Alfonso Marroquín fue catalogada como la mejor de América y las de Fignon Castaño y Basílico González fueron campeonas en el eje cafetero?
La pregunta sería: ¿Sí se está cumpliendo con el cometido de agrupar a los jugadores más representativos para la competencia internacional? De modo que se les pide a los clubes que organicen sus divisiones menores, pero, cuando escogen las selecciones Colombia sub20 y sub17 ¿Qué sucede?... El deportivo Cali, por ejemplo, con un reconocido trabajo en esas divisiones, termina sin ningún jugador en la juvenil y apenas tiene uno en la prejuvenil, mientras tanto sigue siendo uno de los equipo que más pone a debutar a los muchachos en el fútbol profesional.
Habría que comenzar por devolverle el protagonismo a la Difútbol (Que sus campeonatos vuelvan a ser competitivos y de calidad) o crear, en su relevo, a la DIMENOR, para que, de una vez por todas, organice otro tipo de competencias más actualizadas con las exigencias actuales. ¿Cómo justificar, por ejemplo, la realización del torneo nacional juvenil de este año (para jugadores nacidos en el año 91), cuando los muchachos más adelantados de esas edades están "regados” en la A y la B del fútbol profesional?
Esta norma también ha servido para crear la generación del Limbo: ¿Cuántos muchachos se pierden y se frustran después de haber probado el dulce de la primera división? Es cierto que algunos pocos se han consolidado, pero ¿Cuántos abortaron sus procesos porque casi no jugaron arriba o porque llegaron antes del momento indicado?
Soy un convencido de que el buen jugador se hace notar, tarde o temprano. El tema de los menores, entre tanto, debe ser una política institucional de los clubes que le quieran apostar a eso. A los que no les guste, pues, que no les llamen jugadores a esas selecciones y listo. Ellos verán. Que cada quién se defienda como pueda y presente sus carta.
Pero no comparto la idea de acelerar los procesos, porque, en algún momento, los muchachos terminan por manifestar los vacíos en su formación deportiva, y seguramente con un costo mayor y de manera inoportuna.
agarizabalo@hotmail.com
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1 comentario:
Que buena contralinea profe deberia ser como usted dice daria mas fruto
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