jueves, 31 de julio de 2008

Ser competitivos - (Final) - DEFINIR UN ESTILO


“El futuro del Fútbol, está en el pasado”
-César Luís Menotti

Por: Agustín Garizábalo Almarales


Lo planteado y sugerido en las entregas anteriores (Montaje Operativo, Comunicación estratégica, Armas secretas y Códigos y consignas) no es más que la tentativa de conformar un estilo, de posicionar una marca, una manera de ser y de jugar específicas, el sello que nos distinga y nos haga reconocibles. ¿Cuál sería la razón esencial de organizar nuestro quehacer diario, si no es para, finalmente, imponer un modo de expresarnos?

Lo dramático del asunto es que toda la parafernalia del entorno está confabulada para atentar precisamente contra este propósito. Se acortaron las distancias, se invadieron los espacios; la Internet, la televisión, los medios electrónicos y satelitales, en su afán por entregar una información inmediata, en muchas ocasiones partidaria y sesgada, confluyen hacia una sola idea: Que todo el mundo se identifique con los mismos preceptos. Que se valide una manera exclusiva de asumir la vida, suprimiendo las particularidades. Que la humanidad sea una sola masa uniforme y maleable, fácil de vulnerar, aturdida por una cultura frívola y mercantil carente de raíces ancestrales. Que lejos suena hoy aquella sentencia de Pavese, pero cuánta realidad aún expresa:
“Lo verdaderamente universal está en la aldea”.

Luego, se hace necesario retomar el camino inverso: volver de lo particular a lo global.

En lo que respecta al fútbol aficionado local, definitivamente hemos dejado de ser competitivos, porque seguimos utilizando metodologías y estructuras que alguna vez nos dieron resultados pero que hoy son obsoletas. Nuestro nivel de idoneidad es precario porque el escenario cambió y no nos dimos cuenta. Porque no pudimos adaptarnos a las nuevas exigencias. Porque nos dejamos invadir por sueños y ambiciones propias de otras esferas permitiendo que se falsearan las nuestras.

¿Qué están mirando nuestros niños y jóvenes? ¿Cuáles son sus modelos a seguir? ¿De qué manera vamos a recobrar nuestro fútbol de tradición, si lo que consumen los muchachos a diario son imágenes de atletas de gran talla física que corren todo el tiempo, tiran pelotazos largos, chocan, aplican fuerza y potencia y exponen más un juego de carácter individual que colectivo?

Perdimos el estilo porque tenemos muy pocos espejos donde confrontarnos, porque se impuso el corte de jugador argentino o europeo y porque estamos lejos de las condiciones y características de los atletas que queremos imitar. Se dirá que antes también se recibían esos influjos de los ídolos de talla mundial, pero el bombardeo mediático era, sin duda, mucho menor; además, el joven tenía la posibilidad de compararlos con las figuras del patio. Ahora, en cambio, uno ve a Cristiano Ronaldo hasta en las sopas; el público está más enterado de lo que almuerza Ronaldinho o Kaká, que lo que hace el crack de su barrio a la vuelta de la esquina.

En el fútbol colombiano ¿cómo hacer para que los jugadores aficionados vuelvan a jugar de esa manera que tanto nos gusta y que reclaman los entendidos de vieja data? Porque la escasez de los últimos años no es sólo de resultados (en torneos Nacionales e internacionales), sino la pobre muestra futbolística, la falta de protagonismo, la vacilación, el titubeo, la escasez de pericia. Pareciera que estuviésemos comenzando de nuevo, como si las regiones no tuviesen pasado.

Recobrar el estilo supone exigir, por ejemplo, que para que un jugador pueda integrar una Selección departamental o nacional, mínimo debe saber entregar y recibir bien el balón. En ese aspecto, los entrenadores tenemos que ponernos de acuerdo en “lo fundamental”, como decía Álvaro Gómez Hurtado. Si la característica básica es la condición técnica ¿Cómo elegir a un futbolista que tenga problemas para “dialogar” con el balón? Si históricamente nuestros jugadores han sido de estatura promedio, pero rápidos, hábiles, inteligentes, atrevidos… ¿Para qué cambiar ese perfil, que nos hizo diferentes, por uno quizás más universal pero alejado de la esencia futbolera del terruño? ¿Usted sabe lo que cuesta armar una selección Colombia sub15 o sub17 por la falta de material elegible?

Cuando hemos enviado jugadores de la Costa Caribe al Deportivo Cali, les digo que lo más importante es que no cambien su manera de jugar. Si los llevamos precisamente porque tienen unas características especiales, diferentes ¿Para qué llegar al medio valluno e intentar actuar entonces como los del Valle? El jugador del Atlántico, por ejemplo, debe considerar como un patrimonio, su juego de pases cortos y al pie, su inventiva fantasiosa, su “fulbito” de playa, y apostar al esquema colectivo, ensayando la mentira como arma fundamental. El antioqueño tendrá que seguir apoyándose en su orden y riqueza técnica y el valluno a su potencia y habilidad. Pero en el Valle, para hablar de un caso específico, se acabaron los 10 porque todo el mundo apostó a meter y correr. Ahora el que no mete y corre no juega; antes, lo primero que se exigía era la condición técnica, su habilidad.

De eso se trata entonces: sólo volveremos a figurar cuando aceptemos nuestras características, reconozcamos nuestras debilidades y fortalezas. Cuando intentemos un nuevo arranque desde las raíces, desde el gusto por el juego y no desde la angustia por el resultado. Habrá que armarse de paciencia, eso sí, porque recobrar una manera de hacer las cosas, requiere de mucha valentía, equivale a tener que aceptar que estabas equivocado.

Y tendríamos que renunciar a ciertas mezquindades: Que nuestro fútbol vuelva a ser un concurso donde sobresalgan los buenos jugadores y no el aparataje táctico defensivo. Que jueguen los que sepan jugar y no los que ponen plata para el arbitraje o los que tengan empresarios. Que viajen a los torneos los que nos representen con calidad y no los acomodados que sólo tienen para sus viáticos, pero de fútbol nada.

Nos quejamos en las canchas abiertas porque a las selecciones departamentales les va mal en los torneos nacionales, pero no aceptamos que el cáncer es de fondo; mientras en los clubes y equipos de cada región no identifiquemos a los mejores futbolistas y se les haga un trabajo diferencial, buscando ese plus competitivo en cada uno de ellos, aquellas selecciones estarán condenadas a pasar sin pena ni gloria en esos campeonatos, porque una representación siempre será el reflejo del producto interno, y es hacia él donde tenemos que apuntar. ¿Están preparados nuestros jugadores para la alta competencia? No. Nuestros muchachos son débiles bajo presión, no han adquirido la necesidad de entrenarse y actualizarse de manera individual, no se hacen responsables de su propio proyecto deportivo y, por lo tanto, siempre la culpa la tiene y la tendrá el técnico seleccionador de turno.

Esta serie de artículos que hemos publicado sobre Ser Competitivos, está dedicada deliberadamente a los entrenadores del fútbol aficionado. Sería el primer gran paso que tendríamos que dar: Reconocer la importancia de este hacedor del fútbol. De él dependen serias y complejas decisiones. Sobre él se apoyan los demás actores del fútbol menor. A él le corresponde imponer el estilo, elegir a los jugadores, configurar la estrategia. Tiene mucha responsabilidad en el resultado final de este proceso. No puede seguir escudándose en tardías excusas.

Mientras esas premisas no se cumplan este oficio pedagógico estará marcado por la informalidad, la improvisación, la ilegitimidad. Cualquiera que se para en una raya a gritar inmediatamente se gradúa de director técnico.

Luego, entonces, el siguiente escalón será capacitar nuestro capital humano, emprender esa formación necesaria y reglamentar la actividad, para que, por fin, aquél se constituya en un elemento con poder de cambio.

Muchas gracias…

viernes, 25 de julio de 2008

Ser competitivos (5) - CÓDIGOS Y CONSIGNAS

Por: Agustín Garizábalo Almarales

El fútbol es un deporte de situación. Por eso sus acciones deben ser elaboradas y procesadas durante los entrenamientos, para que los jugadores puedan comprenderlas y vean las diferentes opciones que se les presentan en cada jugada. Será importante, entonces, apoyarse en un catálogo de Códigos y Consignas que se va elaborando con las propias experiencias adquiridas durante los ensayos y partidos. Es una decisión muy particular escoger cuáles son esos detalles que se consideran fundamentales. Cada equipo tiene que organizar los suyos.

Los CÓDIGOS son principios o señales que hay que respetar. De ello dependerá la funcionalidad del grupo. Son acuerdos preestablecidos que hay que cumplir indefectiblemente, puesto que suponen la seguridad necesaria para el trabajo colectivo. Es el patrón de juego. El mapa guía, la brújula cuando se pierden las señales. Un gesto, una orden, un símbolo. Algo contundente que desencadene una acción automática. Puede ir desde respetar un estilo de juego (tener la pelota a ras de piso, por ejemplo) hasta las jugadas de laboratorio, a favor y en contra, en la pelotas detenidas. Vamos a desmenuzar algunos y a enunciar otros:

1-Quien quita, entrega: Un error frecuente: el jugador quita la pelota y enseguida pretende conducirla para crear una jugada ofensiva, pero, casi inmediatamente, se ve comprometido en un choque con un contrario o pierde el balón. ¿Qué es lo que ocurre en este caso?... El jugador, cuando sale a recuperar la pelota, se concentra en los movimientos del rival para poder ejecutar la recuperación. El Recuperador viene a ser, en últimas, un imitador, tiene que acoplarse a ciertos movimientos del contrario para poder quitarle el esférico; pero, cuando finalmente gana el balón tiene poco espacio para maniobrar, porque, por inercia, cerca de la jugada, ya se encuentran varios contrarios, incluyendo, por supuesto, el que lo tenía inicialmente.

Además, en su afán por recobrar la pelota ha perdido la visión o perspectiva de la jugada ofensiva. Así que, queda determinado como un código: Quien quita debe entregar el balón a un compañero y desplazarse hacia una zona menos poblada para tener la posibilidad de participar nuevamente en el juego, ahora con más tiempo y espacio para pensar. Esto le dará fluidez a la circulación del balón.

2-A pelotazo largo, rechazo largo: Los defensas a veces se complican porque, no teniendo claro lo qué van a hacer, aún así intentan bajar la pelota y quieren salir con ella. Es preferible despejarla fuerte. Otra cosa es que cuente con espacio y tiempo para jugar.

3-Respetar la subida de los defensas en los cobros: Si los centrales van al remate, el ejecutor de la falta no debe patear directo al arco. Porque si los defensas avanzaron 70 metros no se pueden dejar colgados. Igualmente, cuando se realiza un cobro de costado, si la pelota va pasada a segundo palo, el que llega no debe rematar al arco, sino bajarla a los centrales que están arriba, pues para algo subieron.

4-Resolver oportunamente: la capacidad de resolución hay que entrenarla; por ejemplo, obligando a lanzar un centro después de cada desborde: Ocurre que nuestro delantero llega con ventaja por el costado y en vez de centrar, mete un enganche y espera a que venga el defensa para enfrentarlo de nuevo. Es posible que logre hacer la gambeta, pero entonces, ya dentro del área encontrará medio equipo contrario. Si pierde el balón, no sólo desaprovechó la circunstancia que se le presentaba al principio, sino que ahora quedarán cinco jugadores (él y los cuatro compañeros que fueron a esperar el centro) por fuera de la jugada y lo más probable es que el resto del equipo esté en contrapié sólo porque prefirió una jugada de lucimiento personal y no pensó colectivamente. Sobre la necesidad de ser eficaces y concretos, debemos insistir en los entrenamientos.
Lo mismo ocurre cuando atacamos con “Superioridad numérica”. Viene el contragolpe y nuestro volante creativo gana la pelota por el medio; aparecen dos compañeros libres, uno por cada lado. ¿Qué hace nuestro “Volante creativo”?... En lugar de aprovechar la “Superioridad” momentánea, decide arriesgarse enfrentando al único defensa que quedaba. Escoge el azar del uno contra uno desestimando la ventaja que tenía ¿Es una decisión realmente inteligente?

Otros Códigos para tener en cuenta: No jugar con pases laterales. Lo primero que tiene que ganar el defensa es la posición, antes de ir a disputar el balón. Un volante no debe salir a dar el combate solo, porque puede quedar fuera de jugada. La primera obligación de un volante creativo es no perder el balón (después de que se recupera la siguiente acción es asegurarlo y sólo después lanzarse a la aventura). El primer movimiento de un delantero es hacia afuera (es preferible que inicie su ataque perfilado desde el costado hacia adentro). Después de un desborde dentro del área el centro tiene que ir arriba, al segundo palo. Toda pelota que venga por encima de la cintura se debe rematar o rechazar de cabeza. Un equipo de fútbol debe tener preestablecido qué acciones empleará para manejar un partido que se vaya ganando.

LAS CONSIGNAS, entre tanto, son propósitos a conseguir durante el juego: Que toda jugada ofensiva termine con un remate al arco contrario, por ejemplo. Que no nos cabeceen en el área. Que se realicen cinco toques cortos antes de un cambio de frente. Que asfixiemos al rival en los primeros 15 minutos cuando juguemos de local. Que los que ingresan como sustitutos cumplan con los objetivos formulados, es decir, que tengan claro a qué van, en qué momento del partido entran, cuáles son sus funciones precisas.

Para trabajar estos conceptos reseñados, se recomienda no caer en el lugar común de utilizar frases hechas. Lastimosamente en todos los estamentos del fútbol se ha impuesto el argot periodístico. Está bien que un periodista diga que al equipo “le faltó actitud”, pero el entrenador ¿cómo traduce ese concepto a un lenguaje de entrenamiento? ¿Cómo hace para que su equipo asimile la “Concentración”? Porque ahora se volvió moda que cada vez que nos hacen un gol es porque estábamos desconcentrados. ¿Cómo se corrige eso? ¿Qué estamos diciendo cuando declaramos que nos “faltó agresividad”? ¿Sí mejorará nuestro jugador si en el balance que le hacemos del partido le decimos que hizo “unas de cal y otras de arenas”?

Ese es un lenguaje muy general y por lo tanto muy difuso; luego, no es práctico ni contundente. Convendría utilizar expresiones asequibles que rápidamente se traduzcan en imágenes que se puedan trabajar. Decirle a un defensa cómo tiene que perfilarse, cómo ganar la posición, cuándo debe marcar hombre a hombre y cómo tiene que hacerlo; a un volante, en qué momento preciso tiene que ir a disputa la pelota, cómo bajar el centro de gravedad para que siempre esté dispuesto a las jugadas; y a un delantero, cómo enfrentar al arquero contrario, cómo tiene que entrar y salir en las jugadas y cómo efectuar centros y definir con acierto, podrían ser, entre otras, situaciones de juego muy puntuales, donde, implícitamente, se está trabajando la concentración, la agresividad, la actitud y todas esas palabras hermosas que utilizamos cuando queremos decir algo pero no sabemos cómo.

Finalmente, durante los entrenamientos, hay que trabajar menos y enseñar más, porque, en ese inigualable espacio para interactuar con el grupo, es más importante primero PENSAR, ANALIZAR y después HACER.

publicado en El Heraldo Deportivo el 22 de Julio de 2008.

viernes, 18 de julio de 2008

Ser competitivos (4) - LAS ARMAS SECRETAS

Por: Agustín Garizábalo Almarales

Ser competitivos implica también saber controlar algunos detalles del juego que son determinantes a la hora de ver por qué un jugador de fútbol le gana a otro en un duelo. Son minucias que parecen inofensivas, pero, al final, administrar esa pequeña ventaja es lo que marca diferencia en una confrontación.
La verdadera “Arma Secreta” es el conocimiento. Cuando un futbolista tiene mayor y mejor información que su competidor ya va ganando la partida. Equivale a poder manejar ciertas situaciones tácticas, que son universales porque se pueden aplicar en todos los sistemas de juego, y que no tienen que ver con la forma de disponer los jugadores en la cancha, sino con los misterios de cada posición.

Si un joven adquiere la necesidad de preguntarse por qué ganó o por qué perdió un lance y es capaz de responderse honestamente, ya tiene adelantado el camino. Ese cúmulo de experiencias procesadas se impone en una eventual igualdad en otros aspectos. Ahora que el fútbol se ha globalizado y mediatizado y casi todos trabajan y juegan a lo mismo, hay muy pocas posibilidades de sorprender. A menos que apuntemos a los detalles. Veamos algunos:

Proteger la pelota: Hay que enseñarlo, especialmente en edades tempranas. Saber “meter” el cuerpo en las pelotas divididas. Encajar el hombro en el cuerpo del contrario, abrir ligeramente el brazo, bajar el tronco, impulsarse con la pierna contraria. Ganar la pelota: Esto le concede un alto porcentaje de seguridad a los niños. Lo más natural es que los infantes tengan un poco de miedo al ir a las pelotas divididas; el fútbol es un deporte de contacto y los choques son situaciones inevitables. ¿Qué es lo que normalmente observamos?...nuestro jugador va completamente desarmado a ganar la pelota y mete tibiamente la piernita; si lo cogen “mal parado” termina en la pista atlética. En cambio, si le enseñamos cómo debe protegerse, cómo meter el cuerpo, probablemente gane en seguridad y estará mejor dispuesto a “pelear” una pelota dividida. La clave está en el manejo de los brazos y esa sensación de superioridad que se logra cuando en una pelota dividida te adueñas del balón porque sabes protegerlo.

Marcación hombre a hombre: Cualquier día llega el director técnico y decide que ya no va a jugar con marcación zonal sino Líbero doble stopper y dispone que “Fulano” será el líbero (por supuesto, alguien rápido y técnico) y resuelve que “Sutano” y “Mengano” (con seguridad, jugadores fuertes y aplicados) se encargarán de hacer el hombre a hombre. Pero, ¿habrá tenido el cuidado de explicarles a estos niños cómo se realizan esas marcas?.... Si alguna vez se nos ocurre, podríamos tener en cuenta los siguientes aspectos:

A)-Marcar por dentro: significa que el defensa tiene que pararse siempre entre el delantero contrario y su arco.

B)-Distancia apropiada: el defensa no debe colocarse tan lejos ni tan cerca del contrario. La distancia apropiada es más o menos un metro y se mide estirando el brazo del marcador sobre el hombro del delantero; si se ubica muy lejos, tendrá serias dificultades para anticipar. Si se coloca muy cerca, con el mínimo giro que el delantero haga lo dejaría fuera de jugada.

C)- Momento Justo: El momento preciso para anticiparle al rival es cuando la pelota todavía “no es de nadie” y la recuperación se realiza justo en el instante en que el contrario le entrega el pase a su compañero.

D)-Seguir con la marca: Si en alguna circunstancia el delantero logra adueñarse de la pelota y al enfrentar a su marcador busca a un compañero para hacer el uno-dos picando al espacio, es obligación del defensa que hace marca hombre a hombre, seguir con su presa y no soltarla erróneamente para ir a buscar el balón, porque, con seguridad le van a ganar la espalda.

Igual ocurre cuando se hace “marcación en ataque”: A veces, el jugador está haciendo la custodia encomendada mientras su equipo ataca, pero en el momento en que lanzan la pelota, el defensa, equivocadamente, suelta la marca para hacer un “agrande”, lo que permite al delantero recibir sin problemas el balón; en ese momento, por tratarse de una pelota dividida, lo que tenía que hacer era evitar que el delantero se adueñara de la misma y generara una superioridad numérica con sus compañeros atacantes al recibir libre y encarar.

Entrar y Salir: Como entrenador de fútbol, creo que lo más difícil de enseñar a los jugadores de categorías menores es que adquieran ese conocimiento de cómo y cuándo entrar en una jugada y cómo y cuándo tienen que salir. Expliquemos:

En el ámbito defensivo, que el joven tome la marca hombre a hombre cuando la pelota, desde un costado, vaya a ser centrada por un contrario. Generalmente nuestro defensa marca por detrás, se deja anticipar, o le falta dar ese otro paso que le permita disputar una pelota aérea; es frecuente que nos hagan goles después de un centro porque el defensa no está en la distancia precisa. Esto hay que corregirlo en los entrenamientos, que el jugador sienta que es un campanazo de alerta cada vez que la bola va a fondo, porque existen serias posibilidades de recibir un gol. Trabajar mucho los rechazos aéreos para que el defensa gane seguridad al disputar una pelota.

En el ámbito ofensivo, curiosamente, lo más difícil de enseñar (en mi experiencia, repito) es lo contrario, es decir: la misma jugada pero en forma ofensiva: Que el delantero sepa entrar, salir y volver a entrar para llegar al remate con ventaja. Ocurre que el compañero va a fondo con disposición de centrar la pelota y, ¿qué hace el delantero?... Se mete a las cinco con cincuenta y se queda pegado al defensa contrario y al arquero. ¿Qué pasaría si este delantero, entrara –por supuesto-pero luego, antes de que tiren el centro diera varios pasos atrás -saliera de la jugada, desprendiéndose de la marca- y después, cuando el centro venga, entrara de nuevo, ahora sí, para el remate?... Seguramente tendría ventaja por mayor espacio y mejor impulso para cabecear. En todo caso, no basta con decírselo a los jugadores. Hay que entrenarlo, y repetirlo y repetirlo. Movimiento de los delanteros: Cuando se inicia un ataque desde la zona de media cancha, ocurre con frecuencia, que los delanteros lo que hacen es “esconderse” entre los defensas contrarios; corren en forma muy frontal y se “marcan ellos mismos” facilitando así que la defensa contraria recupere la pelota.
¿Cómo deben moverse los delanteros? Generalmente la zona de mayor presión es por el lado donde viene la pelota; luego, será conveniente que el delantero de ese sector, en lugar de correr hacia delante y perder de vista el balón, salga a recibir para jugar en corto, mientras el otro delantero que está más lejos (al otro lado de la jugada) puede picar en diagonal hacia arriba, porque éste sí tiene visión sobre la pelota y probablemente más espacio.

Hay que enseñarles a los jugadores ofensivos que no deben esperar la pelota para iniciar la jugada de ataque; más bien, desde antes de que nuestro equipo recupere el balón, los volantes y delanteros -ubicados de media cancha hacia arriba- irán tomando posiciones para cuando se recupere la pelota ya tengan una tentativa de jugada: el volante se irá hacia una zona donde pueda alcanzar un rebote o recibir con espacio (lo que el “Pibe” Valderrama hacía cuando se iba hacia una zona aparentemente “muerta”) y el delantero alejarse un poco de la marca y perfilarse ofensivamente de tal manera que una vez su compañero reciba el balón ya se tenga alguna noción del posible desarrollo de la jugada.

Son, pues, algunas de esas “armas secretas” que algunos equipos de fútbol esgrimen de manera sencilla y contundente.


agarizabalo@hotmail.com
Publicado en El Heraldo Deportivo, el 15 de Julio de 2008.

lunes, 14 de julio de 2008

Ser competitivos (3) - LA COMUNICACIÓN ESTRATÉGICA

Por: Agustín Garizábalo Almarales

Durante la competencia todo acto que hagamos debe tener un sentido. De hecho, cada acción puede convertirse en una señal, en un lenguaje. ¿Qué transmitimos con un gesto, una actitud, unas palabras? La comunicación eficaz resulta un arma poderosa si se sabe utilizar de manera oportuna.

Desde el mismo momento en que un entrenador se aparece en la cancha, por ejemplo, está enviándole a su equipo una serie de señales y códigos que serán fundamentales en su manera de comunicar, lo que se conoce como “El lenguaje de los gestos”. No es lo mismo llegar después que los jugadores, que estar ahí cuando ellos lleguen. No es lo mismo aparecerse bien vestido -incluso, con el uniforme de presentación del club- e irradiando un discreto perfume, que con una barba de tres días, oliendo a tigre o enguayabado.

Igual: No es lo mismo que los jugadores se presenten a la cancha como sea, unos en chancletas, otros en camisillas o en bermudas, otros ya listos para jugar, que si todo el equipo viene con su uniforme de presentación. No es lo mismo que vayas a hacer la charla técnica y tengas a todo tu grupo reunido, a que, faltando unos minutos, todavía algunos muchachos no hayan llegado. En esos simples detalles se empieza a ganar el partido.

Y después, el discurso: ¿Qué les vas a decir a tus jugadores? ¿Ya lo pensaste? ¿Desde cuándo preparaste tu libreto? Yo creo que la charla técnica debería empezar a hacerse desde el primer día de entrenamiento. Ese primer día, por supuesto, hay que hablar del partido anterior y hacer la evaluación del desempeño de cada quien, pero, inmediatamente, iniciar el Montaje Operativo del nuevo juego, como ya dijimos en la nota pasada.

Mecánica del partido: Lo primero es llegar a la cancha con suficiente anticipación y buscar un sitio cómodo donde los muchachos se vayan congregando, especialmente cuando no hay camerinos. No es bueno que cada quién esté por su lado. Mientras los jugadores se uniforman, ese sagrado ritual, alguien -generalmente el preparador físico- tiene que gritar a voz de cuello: “Muchachos, por favor, apaguen sus celulares” (ya sabemos que no hay conversación humana que no sea interrumpida por esos aparaticos) así que, es mejor prevenir y cortar por lo sano.

Después viene la charla técnica; ésta debe ser lo más económica posible, es decir: Pautas claras, recomendaciones precisas. Recordar sólo movimientos claves que se ensayaron en los entrenamientos, anticipar ciertas situaciones que se pueden presentar durante el partido, definir quiénes participarán en las jugadas de pelota detenida, etc.

No es recomendable ponerse a filosofar en ese momento. Ni hablar de generalidades, y menos caer en la torpeza de recordar yerros anteriores. La charla debe ser muy puntual y haciendo las recomendaciones con nombre propio. Lo que quieren saber los jugadores, en ese instante, es qué les corresponde hacer a cada uno.

También son importantes ciertos detalles: la forma en que se deben organizar los deportistas para escuchar la charla. A veces puede ocurrir que llevamos veinte minutos hablándole a un jugador específico y resulta que este muchacho ni siquiera ha llegado ¿Cómo queda uno? Como un zapato. Sugerimos que se verifique, antes de hacer cualquier actividad con el grupo, que todos los integrantes estén presentes y que se acomoden de tal forma que los defensas, volantes y delanteros, queden agrupados por posición; así, cuando vayamos a dirigirnos a alguno, será más fácil ubicarlo.

Y, por supuesto, tenemos que conocer el nombre de cada jugador; no vaya a ser que le pase como a un técnico amigo mío, que cuando daba las instrucciones, antes del juego, le decía el nombre de uno a otro y, a veces, hasta mencionaba nombres que no existían en el equipo. Como para salir corriendo.

En el entretiempo, mientras el entrenador se desgañita tratando de explicar las variantes y estrategias que se utilizarán en la segunda parte ¿Qué hacen los suplentes? Pues están en la cancha jugando al “bobito” en una ronda infantil. Después los meten al partido y estos tipos no tienen ni idea de lo que se ha dicho ¿Culpa de ellos? No señor. Es responsabilidad del cuerpo técnico estar alerta para que todos los jugadores, oportunamente, pongan la debida atención cuando se esté diciendo algo importante.

Un episodio curioso que ocurre en los equipos: Hay jóvenes que por muy lejos que estén dentro de la cancha, escuchan y entienden lo que les estás tratando de decir. Hay otros, en cambio, que están a medio metro del banco técnico y parece que les estuvieras hablando en ruso. Por eso es fundamental conocer esos detalles e intimidades. Para saber a quiénes tienes que darles las órdenes. Hay otros que te escuchan bien, pero transmiten mal las instrucciones, dicen lo contrario de lo que dijiste. ¡Imagínate! Así que a esos despistados es mejor ni mirarlos.

En todo caso, ¡ojo!, cada vez que le gritas a un jugador alguna disposición táctica lo primero que él hace es decir que sí, que ya entendió y mueve las manos como si estuviera aquietando las aguas de un lago o levanta el dedo pulgar en señal de aprobación… Después, muchos me han dicho que no entendieron ni pío, especialmente cuando su entrenador es de aquellos que narran los partidos, que gritan tanto, que a fuerza de decirlo todo termina por no decir nada.

Antes de iniciar la temporada es conveniente realizar una reunión estratégica con todos los integrantes del equipo, donde se pongan las cartas sobre la mesa y se digan claramente los patrones a seguir. Explicar y definir los objetivos: Lo que se quiere, lo que no puede ocurrir, las normas disciplinarias, la filosofía de juego, las áreas de excelencia que se deben reforzar, y así, con esa información, ir configurando el catálogo de Códigos y Consignas, que viene a ser, a la larga, el manual de convivencia y los mecanismos de acción por los cuales debe regirse el grupo. Siempre será un elemento a favor poder manejar una serie de sobreentendidos, pactos previos, símbolos puntuales, compromisos tácitos, que de eso se trata cuando se arma un equipo: el primer paso tiene que ser ponerse de acuerdo en el qué, cómo, cuándo, dónde y por qué.

Miremos otro detalle que por lo general se desestima: La inducción institucional. Llegan jugadores nuevos al equipo con sus padres de familia incluidos o contratan a un entrenador ajeno a las entrañas del club y no obstante, nadie se cuida de hablarles y contarles cómo son las cosas en ese círculo. Se da por sentado que todo el que llega debe saber, así como por acto de magia, cómo tiene que comportarse en cada situación. Nada más peligroso. Por eso aparecen las equivocaciones, las extralimitaciones y las barbaridades que cometen algunos recién llegados. Muchos de esos errores son más producto del desconocimiento de las reglas que de la mala voluntad de la gente. Y no es culpa de los que llegan, sino de los que ya estaban.

La historia de la humanidad está marcada por los intentos de mejorar deliberadamente la comunicación. Esto nos diferencia de los otros seres vivos. No venga a ser que un simple partido de fútbol, por ejemplo, se nos convierta en una torre de Babel.


Publicado en El heraldo Deportivo el 8 de Julio de 2008

miércoles, 2 de julio de 2008

Ser competitivos (2) - EL MONTAJE OPERATIVO

Por: Agustín Garizábalo Almarales

Con frecuencia, en el fútbol aficionado, los partidos se ganan o se pierden antes de entrar a la cancha. Como entrenador, se aparece uno muy fresco y orondo, como si se hubiese acabado de bañar. O peor, sofocado porque viene de hacer vueltas en el Centro con la señora. Supones que llegas tarde porque el otro equipo ya está calentando y observas que te faltan algunos jugadores claves; tu arquero se acerca para decirte que no tiene guayos, y otro que le falta una media, nada en realidad que no sea solucionable, piensas, hasta cuando el delegado de la cancha te pregunta por los carnés, y ahí sí, se te sube la sangre a la cabeza porque comienzas a registrarte por todos los bolsillos y nada, le indagas a tu asistente que acaba de llegar también, y él te dice que no, que tampoco los tiene. “Pilas, coge una moto y ves a mi casa a buscarlos mientras yo hablo con el árbitro”.

¿Es eso ser competitivos?

A veces ocurre que se acaba el primer tiempo y no hay forma de conseguir agua para los pelaos porque por ahí nadie vende, pero esperen que ya un papá fue a buscarla al punto frío. Sucede que el balón está muy inflado o le falta aire y anda todo el mundo preguntando que quién tiene una aguja para balón. Algo elemental pero fastidioso: va a empezar el partido y de repente el capitán se acerca a decirte que le des un pañuelo para amarrárselo en el brazo porque el árbitro se lo exige como distintivo; tú no tienes pañuelo, así que te toca buscar entre los fanáticos y padres de familia a ver quién te puede prestar esa prenda. En el intermedio, en vez de hablar del partido, el entrenador está discutiendo con los muchachos porque no ha completado la plata para el arbitraje y no se sabe si continuarán jugando, “partida de irresponsables”, les dice. Por supuesto, que los que pongan billetico tienen su entrada asegurada, ¿no ve que deliberadamente fueron escogidos en el equipo como refuerzos arbitrales?


Durante el partido un salvaje revienta el balón que cae en una casa enrejada y la gente dice enseguida: “Huy, ese balón se perdió”, pero resulta que es tu balón, el único que tienes, y te toca salir a buscarlo, pelear con la señora y pagar unas láminas de eternit y cuando regresas ya te han empacado dos goles…

¿Es eso ser competitivos?

Definitivamente es necesario realizar el Montaje operativo, que es en realidad un procedimiento que consta de tres elementos claves: La Logística, el Proyecto de partido y Plan de contingencia. En el fútbol actual se han emparejados tanto las cargas, que son ciertos detalles los que al final marcan la diferencia. Veamos:

LA LOGÍSTICA: Es obligatorio tener una lista, que uno puede llevar en su bolsillo o pegarla en la cabecera de la cama, donde estén relacionadas todas esas minucias que son imperceptibles si uno las tiene, pero resultan tan dramáticas cuando faltan algunas. Que no se nos olvide nada, por favor: En primer lugar, los carnés, por supuesto; Después, cómo vamos a garantizar el agua (ojo, dependiendo de la hora del partido hay que llevar suficiente), la banda de capitán, los balones, la aguja para balón, un juego de petos (porque de pronto pierdes el sorteo si los equipos tienen uniformes iguales), la plata del arbitraje, una lista con los números de celulares de todo el equipo, copia de las bases de campeonato por si hay que consultarlas en pleno partido, números adhesivos por si se daña una camiseta, ¿todo el mundo tiene sus guayos en regla? No venga a ser que te pongan a correr en la cancha, eso hay que garantizarlo desde el día anterior. Fundamental el botiquín y que los muchachos te den copia del carné de la EPS o Sisbén. Que no se olviden los documentos de identidad. Conviene además llevarse un pequeño costurero (hilo y aguja), pues nunca se sabe. Pero, carajo, y ¿cómo maneja uno todo eso?

Que nadie se asuste: dirigir es el arte de saber delegar. Tenemos que organizar el partido desde el día anterior, sentarnos un rato con nuestros colaboradores (que siempre los hay, no olvidemos al Naranjero izquierdo) y vas entregando algunas responsabilidades que para ti pueden ser molestas a la hora del juego; por ejemplo, que alguien esté pendiente de los balones, que una señora -son muy buenas para eso-, se encargue de recoger la plata de los arbitrajes (eso, en el peor de los caso, porque no estoy de acuerdo con que los jugadores pongan para esas necesidades); le pides a un primo tuyo, de aquellos que tienen pinta de doctor pero que no hacen nada, que te ayude en la liga con los trámites de papeles y demás, seguro que lo hará encantado mientras “chicanea” de directivo.

En fin, lo ideal sería contar con médico, preparador físico, asistente y un grupo de colaboradores, todos contratados y bien pagos, pero conocemos las limitaciones de los clubes aficionados y por ello hay que ingeniárselas para darle un tinte de organización a la empresa; de todos modos, cualquier cosa que uno haga para facilitar su trabajo, le dará cierta tranquilidad que puede significar ese punto a favor a la hora de competir.

PROYECTO DE PARTIDO: Se trata de escribir (porque hay que escribirlos, tenerlos en la memoria no es suficiente) todos esos detalles sobre el partido propiamente dicho. Vamos a enumerar algunos: Hora, día, cancha, rival, cómo nos vamos a transportar, a qué hora nos reunimos, dónde nos vamos a ubicar, etc. Analizar los antecedentes del partido, es decir, cómo nos fue con ese rival en confrontaciones anteriores (para eso es clave lo de la bitácora del entrenador), qué fase del torneo se está jugando. Después viene el partido imaginario: posible alineación, posibles cambios y por qué, plan específico para cada jugador durante la semana, qué sistema de juego vamos a emplear, las jugadas de pelota detenida, a favor y en contra, meta a conseguir, lo que tenemos que aprovechar, lo que no nos puede pasar durante el juego, las variantes tácticas de acuerdo con las situaciones presentadas, jugadores importantes del equipo contrario, jugadores nuestros que pueden marcar la diferencia basados en las debilidades del rival, jugadas sorpresas, frecuencia e intensidad de faltas, niveles de motivación del grupo, consideraciones generales (brisa, cancha dura o blanda, árbitro, etc.)

Este proyecto de partido, por supuesto, hay que organizarlo desde el primer día de entrenamiento: desde el mismo lunes tenemos que orientar toda la información y la imaginación de que dispongamos hacia el objetivo de optimizar los recursos, para llegar al partido con todas las ventajas identificadas.

PLAN DE CONTINGENCIA: Son las alternativas (plan B y C) que debemos tener pensadas para en caso de que las cosas no salgan conforme a lo planeado. Por ejemplo, siempre hay que llevarse reservado un dinerito por allá escondido en la caletica de la cartera, nunca se sabe. No puede ir uno desarmado a dirigir un partido ¿qué tal que algún muchacho sufra un accidente y haya que correr a llevarlo a una clínica y nosotros sin un peso? Al estar al frente de un grupo deportivo, eso entra a hacer parte de nuestra responsabilidad. No podemos escurrir el bulto diciendo que no tenemos billete. Este es un rublo que hay que presupuestarlo y mantenerlo. Y que nadie cuente con esa plata (ojo con los cerveceros). Sólo es para las emergencias.

Publicado en El Heraldo Deportivo el 2 de Julio de 2008.

SER COMPETITIVOS


Por:
Agustín Garizábalo Almarales

Hablar de competencia es hablar de resultados. No obstante, una de las debilidades que padece nuestro fútbol aficionado es, precisamente, la falta de competitividad. ¿Qué es lo que está pasando? ¿Por qué, con frecuencia, perdemos protagonismo? ¿Por qué muchas veces no somos competitivos?


Lastimosamente hasta el fútbol se ha visto afectado por una práctica social que nos ha hecho mucho daño: el amiguismo excesivo. En nuestra cultura, para desarrollar determinadas actividades no se buscan a los mejores preparados, sino a los familiares y amigos. Aquellas empresas de tradición familiar, por ejemplo, no ponen de gerente de la fábrica a un master en administración, sino al hijo de uno de los dueños. Entonces, no hay necesidad de apuntar a la excelencia, para qué, si es suficiente con tener los contactos necesarios o ser hijos de papi para acceder a las mejores oportunidades. Apenas hasta hace algunos años se comenzó a hablar en la administración pública de “Meritocracia” y ya sabemos las complicaciones a las que se ha visto sometida esta realidad. Además, es notorio que preferimos apuntar hacia el placer que hacia el deber. Por eso, suele ser más importante la caja de cerveza helada para la fiesta de hoy que guardar unos pesos para la comida de mañana.


Así que, en lo que concierne a nuestro fútbol aficionado, es natural que no encontremos el camino de los resultados, hasta cuando no nos organizamos cabalmente para competir. Si la preparación es deficiente, si no hay continuidad en los procesos, si no consultamos eficazmente los reglamentos de los torneos, (una condición apenas obvia), si queremos que nuestros equipos en la cancha corran, tengan espíritu de lucha, disposición táctica, actitud ganadora, dinámica, capacidad de esfuerzo, pero son nuestros entrenamientos fríos y predecibles, apuntando más a la repetición de gestos técnicos y físicos que a la comprensión agonística del juego ¿Es eso ser competitivos?


Ya lo hemos planteado en anteriores ocasiones: las ligas de fútbol son entidades privadas con funciones de interés social o público. Están conformadas por clubes deportivos -que en realidad son sólo equipos de fútbol- y estos, a su vez, a pesar de que cumplen con algunos requisitos legales, como listados de socios o tener reconocimiento deportivo, por ejemplo, todo el mundo sabe que dichas organizaciones tienen sus dueños. Y, digámoslo de una buena vez: el fútbol ahora se convirtió en un negocio. ¿Qué duda cabe? La gente que llega a hacer una inversión importante en esa franja económica (¿No es mejor decirlo así?), también está pensando en obtener dividendos. Luego, las ligas departamentales, tienen el deber de salvaguardar los derechos e intereses de sus asociados y uno de los aspectos fundamentales es garantizar una competencia de excelente nivel.


Entonces, deberían concentrar sus mayores esfuerzos en organizar los torneos internos de la manera más competitiva posible, siendo rigurosos con los que aspiran a participar, siendo exigentes con las condiciones a cumplir por los aspirantes a acceder a una casilla, que se realicen selectivos previos, que los equipos se ganen el derecho con su propio esfuerzo, y no como ahora, que cualquiera arma un equipito en el barrio y ¿qué hace? Enseguida va y corre y lo inscribe en la liga. Hace algunos años que estas entidades apostaron a la cantidad en detrimento de la calidad. Antes, en cambio, estar registrado en la Liga de fútbol era sinónimo de aptitud, o por lo menos eso se presumía, y todo jugador que participaba en esos torneos era susceptible de ser tenido en cuenta para una selección departamental. Ahora, sin embargo, con tantos equipos que pululan en dichos torneos, ocurre la gran paradoja: habiendo más muchachos jugando fútbol hay menos de donde escoger para armar una selección más o menos respetable.


Pero, ¿que significa ser competitivos?


Significa entender las señales, saber a qué se está jugando y qué se está jugando; implica quitarse la mano del corazón y tomar decisiones basadas en el desempeño y no en los afectos. Significa ser rigurosos y económicos a la hora de los esfuerzos; hacer todo lo que haya que hacer para alcanzar los objetivos planteados (por supuesto, sin caer en la ilegalidad); implica acatar las normas internas del grupo, renunciando a ciertos privilegios individuales para darle prioridad a los intereses colectivos. Significa estar en el lugar indicado a la hora precisa, ser consciente del hoy y el ahora…


Además, supone estar enterado de las debilidades y fortalezas de los rivales. Conocer bien las propias falencias individuales y las áreas de excelencia de cada uno de los integrantes del equipo (esa información será fundamental para poder anteponer fortalezas a debilidades). Requiere cosechar un banco de datos, registrar la historia de cada partido: Por qué se ganó, por qué se perdió, qué pudo haber influido en el resultado, qué imponderables se presentaron, qué jugadores marcaron diferencia, en qué pudo haber afectado la hora, la cancha, el clima, la variable local–visitante, las alineaciones, los cambios tácticos, las sustituciones y los antecedentes del partido.


Qué rico es cuando se termina el juego y uno se queda refrescándose y discutiendo con los amigos y allegados de costumbre, en la misma esquinita de la cancha, (sí, en aquel kiosquito donde siempre te fían) revisando en detalles las incidencias de cada jugada; allí se inicia otro partido, más razonado, más inteligente quizás. Pero, ¿Qué hace muchas veces uno como entrenador? Desperdicia ese momento de inspiración y claridad donde encuentra todas las razones valederas mientras piensa: “Esto hay que trabajarlo la próxima semana”, “Esto hay que decírselo a los pelaos”, “¡Claro!, eso fue lo que pasó”, y lo va registrando en la frágil memoria, que quizás entonces se encuentra alterada por cierta carga etílica, pero a nadie se le ocurre sacar un bolígrafo y un papel para anotar esas ideas, y después, claro, la salsa y el guaguancó, el vallenatico romántico, las lindas muchachas que se acercan a saludar. Y el lunes, ni me acuerdo vida mía. Escasamente llegas al campo tratando de apaciguar ese maltrato del fin de semana, y en la incomodidad del sol que te pega en la cara y el fastidio de tener que beber una bolsa de agua caliente, aparece fugazmente la idea: “Bueno, ¿Y qué era lo que yo iba a decirle a los muchachos, ah?”.


Una de las debilidades más notorias que nos impide ser verdaderamente competitivos, es, precisamente, la falta de rigor histórico de los partidos jugados y de los equipos rivales. Cada técnico debería ir escribiendo su propio libro, una bitácora de sus experiencias en cada puerto, por decirlo de una manera poética. Ese es el mejor curso que puede hacer un entrenador, llevar un registro de sus propios aciertos y errores, que están siempre tan a la mano y suelen mostrarse, a veces, de una manera dolorosa y contundente. A la vuelta de dos meses, sin embargo, te enfrentas de nuevo con el mismo contendor y aparecen de nuevo los mismos errores y ves al mismo tipo (que eres tú), en la línea gritando desperado las mismas barbaridades y peleando, como siempre, con sus jugadores.


Finalmente, en la organización de los partidos propiamente dichos, también se cometen muchas fallas que parecen sutiles, pero que resultan definitivas al momento de hacer un balance, algo común y complejo como “El Montaje Operativo”, por ejemplo: Una serie de pequeños detalles estratégicos que terminan por marcar la diferencia. Y además, un criterio fundamental: la configuración de un estilo de juego y de dirección, el sello que nos distinga y nos haga reconocibles, algo así como el posicionamiento de una marca, de una manera de jugar. Sin estos elementos puntuales resulta muy difícil sobrevivir en un medio donde todo el mundo tiene las espuelas bien afiladas.


agarizabalo@hotmail.com


Publicado en el Heraldo Deportivo el 24 de Junio de 2008.

FÚTBOL PARA MENORES DE 7 AÑOS

Por: Agustín Garizábalo Almarales


“Lo más terrible se aprende enseguida
y lo hermoso nos cuesta la vida”
-Silvio Rodríguez (Canción del elegido)


Me abordan a veces unos padres muy jóvenes que quieren hablarme de su hijito de cinco años. Algunos son hasta exalumnos míos que muestran su entusiasmo con una cara iluminada de padres recién estrenados. Vienen y me hablan así: “Hola, profe, le tenemos un pupilo”. Y me presentan al chico y me dicen que nació con el balón debajo del brazo, que patea muy duro, si usted lo viera, que es el próximo Cristiano Ronaldo y que jugará en el Real Madrid. Claro, en ese fabulario del fútbol aficionado uno sabe que lo dicen medio en broma, medio en serio. Y, después, algo que casi nunca falla: “¿qué nos aconseja, profe?”

¿Qué le puedo decir yo a la ilusión en pasta? Complicado. Pero venga y hacemos un ensayo: Con esa edad es mejor que no juegue al fútbol, les digo. “¿Cómo así?” –se espantan-. Es que creo que a los niños los están sometiendo a la competencia demasiado pronto. A un niño menor de 5 años, por ejemplo, habría que dejarlo que se divierta en forma de juegos continuos, dejándolo que corra, salte, juegue en el parque, goce en los columpios y empiece a tener una relación personal con el balón de fútbol, si es el deporte hacia el cual el padre quiere orientarlo. Porque por sus procesos naturales de crecimiento, en esas edades tempranas, no se concentran en una única actividad, luego, sería improcedente forzarlo a la práctica específica de un deporte.

Muy linda son las postales del padre, actuando de arquero malo, mientras juega con su hijito en el parque. El papá también le va enseñando a su pequeño a competir y permite que siendo un bebecito termine de tomarse las sopas primero que él para que le diga: “Papi, ¡te gané!” Esa es la vida.

Pero es fundamental, en esas edades, que el chico tenga la oportunidad de involucrarse él solo con el balón, de sentirlo palpitar, de tenerlo, de saberlo suyo. Un momento mágico que quizás nunca más pueda vivirlo. Entregarse al golpeteo de la pelota sobre la pared, empezar a conocer los artificios de esa esférica que rebota y siempre se escapa y hace desastres, aprender el dominio del cuerpo y de la mente, porque, finalmente, en esa relación unipersonal con la pelota lo que se busca es alcanzar la potestad sobre sí mismo.

No obstante, pese a la pasión que pueda despertar este deporte desde la más tierna infancia, no se puede ignorar que, visto desde el alma de un niño pequeño, quizás el fútbol puede resultar un deporte intimidante. Tener que confrontarse con otros chicos, con frecuencia más altos o más fuertes, tener que correr, caerse, estrellarse, orientarse, y para colmos tratar de conseguir una pelota cada vez más esquiva, sin mencionar que cuando le llega lo que recibe es un golpe en la cara, y ¡Ay! mamita mía, carita raspada, sana, sana, colita de rana.

Si nos fijamos bien, cuando los pequeñuelos van a jugar sus primeros partidos los vemos salir a la cancha con sus ojitos despernancados del físico pánico, porque instintivamente presienten que regresan al paleolítico. Es otra vez el eslabón perdido deambulando en la tundra con un cuchillo de piedra en sus manos; es de nuevo el gladiador que ha sido lanzado a la arena y escucha con terror el rugir de los leones. Están asustados esos niños pero lo disimulan porque no quieren decepcionar a sus padres. En esas canchas grandísimas y jugando once contra once, al final sólo se destacan unos pocos; algunos ni tocan el balón: corren como locos detrás de un confite, pero casi nunca lo alcanzan, y mientras sufren esa frustración son avivados y presionados por los padres que desde afuera corren más que ellos, los pobres, y quizás hasta terminan más cansados.

A estos padres les sugiero, ya que estamos de acuerdo en que el niño primero tiene que resolver un serio problema de coordinación sensorespacial consigo mismo, que su hijo le dedique las horas necesarias al dominio del balón (ya casi nadie juega a las pinolitas o a las veintiunas) pero sería bueno que, además, alterne ese ejercicio con otros deportes bases como la natación y el atletismo. Eso le va a garantizar una formación más integral y armónica, de hecho crecerá más parejito en su musculatura. Cuando sólo se dedican al fútbol, desde la más temprana edad, con frecuencia nos encontramos con muchachitos con sus piernas bien formaditas pero el resto del cuerpo descompensado.

Además, gozan de una ventaja adicional: no tienen que competir contra otros, sino con otros. Porque en el atletismo y la natación, no hay contactos directos con los compañeros de juego, cada quién va por su carril, y en realidad, lo que hace cada uno es tratar de superar su propia marca y de paso ganarle a sus oponentes. Vaya y pregúntele, en cambio, a un niño que ha sido atropellado por un mastodonte o que ha sido golpeado con el balón si quiere seguir jugando fútbol.

Poco a poco sin embargo, es bueno que a medida que el infante crece y domine algunas técnicas del fútbol, vaya participando en juegos menores de dos contra dos, tres contra tres, hasta cinco contra cinco. Y en esa progresión aritmética se vaya acercando al número reglamentario. Pero en nuestro medio todavía resulta por demás complicado convencer a los adultos que permitan que sus hijos jueguen en canchas pequeñas y con grupos reducidos. Porque como los papás lo que pretenden es complacer a sus hijos, y los pelaítos, por esa propensión natural de querer imitar a sus grandes ídolos, lo que anhelan es jugar en el Santiago Bernabeu, con balón sintético y con guayos de seis taches, pues, entonces no hay caso, nadie puede persuadirlos ¡Qué problema, señores!

Al final, terminamos viendo lo mismo: unos muchachitos atravesando el desierto del Sahara durante el partido, apurados para llegar al otro marco y entonces afuera no queda otra que ponerse a pelear con los padres y los técnicos del otro equipo porque siempre meten a un pelao grandote, del que se asegura que está pasado de edad y al que todo el mundo le grita “¡abuelo!”, pero es el que finalmente hace los goles y es al único que terminan llamando a la selección. ¡Qué rabia!

Esto es, amigos padres de familia, lo que por ahora puedo decirles cuando me planteen interrogantes como esos.

Publicado en El Heraldo Deportivo el 17de Junio de 2008



APUNTES PARA LEER EN RECREO

Por: Agustín Garizábalo Almarales

1
Mi amigo Emeterio, que es carpintero, me dice que a veces se pone triste porque es capaz de hacer una guitarra, pero no sabe tocarla. “No tengo sensibilidad para eso”, se queja. Imagino que así deben sentirse algunos futbolistas que corren todo el tiempo pero que no pueden regalarnos un gesto de inspiración.

2
De niño vivíamos en una casa que quedaba muy cerca al río y cuando llegaba el invierno el agua se nos metía en la casa. Cualquiera podría pensar que eso era una tragedia y quizás para mamá lo era, pero para nosotros no. Era muy bello lo que ocurría entonces: pescábamos y nadábamos en nuestro propio patio, perseguíamos serpientes entre las piedras de la sala, salíamos en canoa por el barrio o atravesábamos puentes de madera para poder visitar a los tíos, todo se convertía en un juego, el universo pleno estaba allí a nuestra disposición. Como no teníamos televisión, gloria a Dios, no sabíamos de sofisticados juguetes ni nadie nos decía que había una sola manera de hacer las cosas, menos que para vestirse teníamos que plagiar a los otros, ni que todo el mundo tenía que usar gel en el pelo para parecer interesante; así que todo era maravilloso y diverso.

Cómo lamento que ahora los chicos crean que divertirse es andar revisando el celular todo el tiempo, tener conversaciones virtuales en el ciberespacio con trasnochados desconocidos o meterse unos audífonos a todo volumen en sus oídos.

3
Un ocho de diciembre, como se nos había inundado la casa y no había forma de poner la velitas en el anden, una de mis hermanas tuvo la feliz idea de recortar unas tablitas de madera de balsa, a las cuales les amarramos unas cuerditas delgadas y allí pusimos las velas encendidas y las lanzamos a flotar en el río, un lindo espectáculo que se gozaron, esa madrugada, desde el mercado, los vendedores y clientes, porque era una alfombrilla de estrellas errantes titilando sobre el agua, creada por nuestra magia infantil.

Cómo me duele cuando veo ahora a algunos niños que no pueden armar un juego sin tener que consultar intrincadas instrucciones y sólo apoyan su asombro en la velocidad de la competencia y no en la mecánica de descubrir fórmulas inteligentes.

Cómo me apena cuando los muchachos sólo juegan al fútbol porque aspiran a ganar mucho dinero y ya no les interesa cuando se dan cuenta de que no serán futbolistas profesionales.

4
Mi amigo Cristian, buen futbolista y buen muchacho, siempre andaba frustrado porque se decía a sí mismo que era el mejor y no lo era. El entrenador lo dejaba en la banca o a veces lo metía a jugar pero no le iba bien: se caía, erraba goles increíbles y qué contrariedad cuando piensas que eres el mejor y no puedes demostrarlo. Un día le sugerí que la cambiara. Le dije que se programara con la siguiente frase: “Soy muy bueno en lo que hago, me estoy esforzando para hacerlo mejor”.

Eso de ser el mejor –le dije- es muy relativo y complicado, porque depende de muchos factores y probablemente necesitarás de un momento, un lugar y una circunstancia para poder decirlo algún día. En cambio, con la frase que te sugiero -“Soy muy bueno en lo que hago, me estoy esforzando para hacerlo mejor”-, que es siempre presente, sea en la posición y el momento en que estés, podrás decirla sin temor a quedar mal porque estarás arrancando de cero y eso te invita a mejorar pero sin angustias.

5
Eduardo es un chico de dieciséis años que parece anormal porque siempre anda feliz. Qué difícil es encontrar a un joven que no se queje o que no esté al borde del suicidio. (Aunque esa sensación de pánico e incertidumbre es propia de la edad). El profe Abel Da Graca me comentaba que le parecía increíble cómo los muchachos renuncian tan fácilmente a su alegría infantil. Se vuelven graves y sombríos y creen que eso es ser adultos. De esta debacle emocional, me decía, por fortuna se salvan los costeños, que no pierden esa gracia natural.

Eduardo anda feliz porque un día alguien le dijo que descubriera cuáles son sus áreas de Excelencia y las trabajara en consecuencia. En nuestra cultura se resaltan más los errores que las potencialidades. Pero este chico se puso a pensar en las pocas cosas en las que realmente era bueno y diseñó un plan para acercarse poco a poco a la perfección de esas virtudes. Eso sí, sabe muy bien que en esas áreas de su vida NO PUEDE fallar, pero algún día llegará a ser una autoridad en lo que hace. Beneficios propios de la especialización. En una época en que todo el mundo sabe de todo y la información está tan a la mano, ser un especialista en alguna labor es una ventaja que muy pocos pueden darse el lujo de exhibir. Tiene sus razones para celebrar el muchacho.

6
Mariano, un adolescente extraño, de pelo pintado y cara de gato al mediodía, nos sorprendió una vez con esta reflexión: “Un día me di cuenta de que la vida no vale la pena. Haga lo que uno haga siempre va a estar inconforme, siempre se va a morir, se va a enfermar o le va a caer un rayo. Entonces, lo único que queda es disfrutarla mientras tanto, programarse para gozársela con la gente que te guste a tu alrededor”. Fabuloso.

A esto yo le agregaría que habría que sumarle horas de conocimiento, porque en la medida en que uno aprende tiene menos miedo, va por la vida más tranquilo y con menos equipaje, esos lastres tan incómodos, esas cargas que uno lleva como una santa cruz, para tener que dejarlas tiradas de todos modos al final del camino.

No puedo menos que recordar aquella pequeña historia hindú del hombre rico y poderoso que fue en busca del gran sabio en el Himalaya. Al entrar a la habitación observa que el sabio sólo tiene un catre y un vaso con agua.
-“Pero, ¿y dónde están sus muebles?”-le pregunta.
- “¿Dónde están los suyos?”-quiso saber a su vez el sabio.
-“Nooo, es que yo estoy de paso”, respondió el hombre.
- “Yo también”, dijo el sabio.

7
Y un apunte de Joaquín Robles Zabala, tomado del dominical del Heraldo, mayo 11 de 2008:

“Truman Capote decía que existía una gran diferencia entre escribir y escribir bien; y, por supuesto, otra más sutil pero profunda, entre escribir bien y el arte verdadero. Hemingway, por su parte, afirmaba, en un lenguaje menos poético, que el escritor debía estar armado de un detector de mierda”.

Atento, jóvenes, que esa es una buena clave: Saber escoger las circunstancias y los momentos, los amigos y el camino a seguir. Probablemente en alguna estancia de la vida no se podrá elegir con comodidad, pero hay que saber identificarla para esperar con paciencia el instante preciso. Entre tanto, así no se escriba una letra, lo importante es cultivar un alma de escritor o de detective, lo que implica tener que darse cuenta, estar pilas para diferenciar entre lo bueno y lo inconveniente, entre lo bueno y lo mejor. Pero qué esencial es encontrar ese detector de que hablaba Hemingway.

Hay momentos en la vida, como en la adolescencia, por ejemplo, que es más importante saber lo que uno no quiere que lo que quiere.

Publicado en El Heraldo Deportivo el 10 de Junio de 2008.

DE NARANJERO IZQUIERDO

Por: Agustín Garizábalo Almarales

Veamos cómo han cambiado algunos personajes y oficios del fútbol aficionado al pasar de los años:

El futbolista


Definitivamente eran otros tiempos. Tener algún familiar que se dedicara a esa quimera del fútbol era poco menos que una desgracia. Como pasatiempo estaba bien, pero la pelota de trapo y luego el balón, no tardaban en robarse el tiempo que el muchacho debía emplear en el estudio, el trabajo u otras actividades útiles y productivas. Nadie dudaba de la belleza y el relax que podía entregarnos una tarde pródiga en malabares y goles, porque, entonces, sólo se dedicaban al fútbol los verdaderos artistas del balón, románticos obsesionados y temerarios que cambiaban cualquier actividad o empleo, por rentable que fuera, por un partidito de bola’e trapo o el infaltable clásico dominical en la cancha sagrada de algún barrio; pero de ahí a que fuera tomada como una profesión digna y seria había mucho trecho.

Y los padres, desde luego, contrariados, reprimían ese “vicio” persiguiendo a los pelaos y sacándolos a chancletazos limpios en pleno partido callejero. Algunos castigos podían ser más violentos –aunque no más efectivos si de corregirlos se trataba- porque los futbolistas jóvenes, a pesar de aguantarse sus fueteras o sus buenos cantazos de cabuya, se las ingeniaban, cada vez con más sofisticación, para continuar en la brega futbolística, y si algún día, de repente, aparecía por ahí su foto en el periódico o lo mencionaban por la radio como integrante de un seleccionado, ya entonces sus familiares tenían que resignarse a soportar a ese loco con su tema; “Es un caso perdido”, decía siempre el abuelo.

Era algo sólo comparable a cuando resultaba un músico en la familia. En cualquier caso se presumía su irremediable destino: va a ser parrandero y borrachón. Para entonces los trovadores, serenateros y acordeoneros o ejecutantes de una papayera no eran considerados unos artistas. Más bien se convertían en una especie de eterno dolor de cabeza para las madres que los veían salir emperifollados –a los futbolistas también- los domingos por la mañana y regresar, tambaleantes, a altas horas de la noche mascullando la última melodía que les rondara en su cabeza.

Es cierto que desde el punto de vista económico y social el fútbol era una especie de actividad marginal. El futbolista era considerado básicamente un vago: esquinero, jugador de billar (lo que se dice “un tigre”) alérgico al estudio, tomador de ron blanco y en algunos casos, marihuanero por adopción. Pero era –como ya dijimos- un artista del balón; por sus poros transpiraba imaginación, fogosidad, entrega por un arte que asumía por vocación y cuya expresión constituía todo un ritual. Entonces, eran relativamente pocos los que se dedicaban a esos menesteres. A pesar de la poca promoción periodística, los buenos jugadores eran ampliamente conocidos en cualquier pueblo o vereda a donde llegara un equipo a jugar un partido.

Y ni para qué hablar de una selección departamental: quien llegaba allí se ganaba la aureola de personaje legendario. Es decir, sólo aquellos que tenían verdadera vocación de futbolistas podían participar del juego. A los demás, simplemente, no los dejaban o ellos mismos se automarginaban. Existían pocos equipos y ser llamado a un onceno de renombre era todo un logro, lo mismo que implicaba participar en el torneo oficial de la liga donde sólo podían actuar los más competitivos. Además, se profesaba un buen trato al balón con una devoción casi franciscana y se comunicaban en la cancha con silbidos y frases, usando códigos y señales que se hacían respetar con celo: “No la dejes caer porque se quiebra” -gritaban-“¡No la maltrates!”.

El Director Técnico

El madrugado carnicero, el entusiasta zapatero del barrio, el muchacho desocupado amigo de todos o algún espontáneo a quien le gustara cargar el balde y asistir a las reuniones del comité de fútbol, solían ser los técnicos de aquellos equipos de esfuerzo propio que se armaban con los pelaos que vivieran en las tres cuadras a la redonda. Muchas veces las bases de esos cuadros eran las tradicionales líneas de bola de trapo que se llevaban de una calle a otra. Y entonces la rifa para el uniforme, la camiseta de otomana, los guayos remachados y la humilde contribución para el arbitraje que algunos señores simpatizantes, don Tobías o el señor Mendoza, o incluso, hasta doña María, aportaban para ayudar a los muchachos.

El técnico era generalmente el mismo dueño del equipo, porque alguien tenía que encargarse de los carnés, del balde del agua y de gritar y arengar a los jugadores, pero también estaba el otro, el tipo colaborador que canjeaba sus servicios por un trago de ron, y que asumía a veces de aguatero, pero lo que hacía en realidad era partir las naranjas en cruces para echarlas al balde y darle al agua ese sabor medio ácido y dulzón tan apetecido por los futbolistas cuando aprieta la sed. Generalmente se trataba de alguien que, sin saberlo, se convertía en un motivador del equipo con sus chistes y ocurrencias, una especie de bufón de feria, tan necesario, pero tan anodino e insignificante en la escala de reconocimientos en ese deporte, que para referirse a alguien que no supiera jugar fútbol se decía que no había jugado ni de “naranjero izquierdo”.

Otros equipos, en apariencia más afortunados, contaban con algún exjugador profesional, alguna legendaria figura de selección departamental o algún muchacho que hubiera pasado con relativo éxito por las reservas del Junior. Finalmente aquél veterano del equipo que por su experiencia hasta dirigía y jugaba al mismo tiempo. Pero en todos los casos se trataba de alguien que coordinaba el grupo, hacía frente a las divergencias presentadas con los árbitros y organizadores del campeonato y supervisaba las prácticas, que en ese entonces eran los martes “la física” y los jueves “el baloneo”, y el día del partido el hombre gritando en la raya, desesperado o feliz según el caso, pero aliviando su ansiedad con un nuevo cigarrillo que enciende o con unas cervecitas que se ha tomado en voz baja.


El masajista

Era fundamental contar con este apoyo paramédico porque entonces no se “calentaba” como mandan ahora los cánones del entrenamiento, sino que se hacían unos trotecitos y era el masajista el que remataba la faena a punta de linimentos, alcanfor y ron de contra, ese olor característico que invadía los camerinos y que aturdía a los allí presentes. El masajista tenía un poco de farmaceuta, un poco de brujo y un poco de psicólogo, porque hasta él llegaban los jugadores a contarle sus cuitas, quizás porque era un personaje desprendido y desprevenido y con frecuencia un veterano con mucha experiencia en lidiar hijos y mujeres.

En la actualidad, de algún modo, estos personajes y oficios siguen siendo piezas claves en los equipos de fútbol, pero con unas diferencias abismales: los jugadores son ahora profesionales casi desde niños y todo el mundo los apoya sin ningún reparo; los técnicos son ahora profesores, entrenadores, manager, misteres o Alineatores (como dicen los italianos) y cuentan con un grupo de apoyo que incluye médico, delegado, preparador físico, psicólogo, utilero (ya nadie dice “Aguatero”), asistentes de campo, asistente técnico, trabajadoras sociales, espías y, algunos, hasta jefe de seguridad. El masajista desapareció como tal y pasó a ser el kinesiólogo, un nombre de más caché porque significa que el tipo se ha profesionalizado. Pero, siempre, así ya nadie lleve naranjas a los partidos porque ese sabor a caño de ahuyama ha sido reemplazado por los Gatorades y otras bebidas energéticas, siempre, decía, aparece algún espontáneo que sigue actuando como el Naranjero izquierdo, con sus ocurrencias, chistes y anécdotas atrevidas, solícito para cualquier mandado que hubiera que hacer y dispuesto a lo que sea por los pelaos.
A él queríamos hacerle este pequeño homenaje
.

Publicado en El Heraldo Deportivo el 3 de Junio de 2008.