miércoles, 2 de julio de 2008

SER COMPETITIVOS


Por:
Agustín Garizábalo Almarales

Hablar de competencia es hablar de resultados. No obstante, una de las debilidades que padece nuestro fútbol aficionado es, precisamente, la falta de competitividad. ¿Qué es lo que está pasando? ¿Por qué, con frecuencia, perdemos protagonismo? ¿Por qué muchas veces no somos competitivos?


Lastimosamente hasta el fútbol se ha visto afectado por una práctica social que nos ha hecho mucho daño: el amiguismo excesivo. En nuestra cultura, para desarrollar determinadas actividades no se buscan a los mejores preparados, sino a los familiares y amigos. Aquellas empresas de tradición familiar, por ejemplo, no ponen de gerente de la fábrica a un master en administración, sino al hijo de uno de los dueños. Entonces, no hay necesidad de apuntar a la excelencia, para qué, si es suficiente con tener los contactos necesarios o ser hijos de papi para acceder a las mejores oportunidades. Apenas hasta hace algunos años se comenzó a hablar en la administración pública de “Meritocracia” y ya sabemos las complicaciones a las que se ha visto sometida esta realidad. Además, es notorio que preferimos apuntar hacia el placer que hacia el deber. Por eso, suele ser más importante la caja de cerveza helada para la fiesta de hoy que guardar unos pesos para la comida de mañana.


Así que, en lo que concierne a nuestro fútbol aficionado, es natural que no encontremos el camino de los resultados, hasta cuando no nos organizamos cabalmente para competir. Si la preparación es deficiente, si no hay continuidad en los procesos, si no consultamos eficazmente los reglamentos de los torneos, (una condición apenas obvia), si queremos que nuestros equipos en la cancha corran, tengan espíritu de lucha, disposición táctica, actitud ganadora, dinámica, capacidad de esfuerzo, pero son nuestros entrenamientos fríos y predecibles, apuntando más a la repetición de gestos técnicos y físicos que a la comprensión agonística del juego ¿Es eso ser competitivos?


Ya lo hemos planteado en anteriores ocasiones: las ligas de fútbol son entidades privadas con funciones de interés social o público. Están conformadas por clubes deportivos -que en realidad son sólo equipos de fútbol- y estos, a su vez, a pesar de que cumplen con algunos requisitos legales, como listados de socios o tener reconocimiento deportivo, por ejemplo, todo el mundo sabe que dichas organizaciones tienen sus dueños. Y, digámoslo de una buena vez: el fútbol ahora se convirtió en un negocio. ¿Qué duda cabe? La gente que llega a hacer una inversión importante en esa franja económica (¿No es mejor decirlo así?), también está pensando en obtener dividendos. Luego, las ligas departamentales, tienen el deber de salvaguardar los derechos e intereses de sus asociados y uno de los aspectos fundamentales es garantizar una competencia de excelente nivel.


Entonces, deberían concentrar sus mayores esfuerzos en organizar los torneos internos de la manera más competitiva posible, siendo rigurosos con los que aspiran a participar, siendo exigentes con las condiciones a cumplir por los aspirantes a acceder a una casilla, que se realicen selectivos previos, que los equipos se ganen el derecho con su propio esfuerzo, y no como ahora, que cualquiera arma un equipito en el barrio y ¿qué hace? Enseguida va y corre y lo inscribe en la liga. Hace algunos años que estas entidades apostaron a la cantidad en detrimento de la calidad. Antes, en cambio, estar registrado en la Liga de fútbol era sinónimo de aptitud, o por lo menos eso se presumía, y todo jugador que participaba en esos torneos era susceptible de ser tenido en cuenta para una selección departamental. Ahora, sin embargo, con tantos equipos que pululan en dichos torneos, ocurre la gran paradoja: habiendo más muchachos jugando fútbol hay menos de donde escoger para armar una selección más o menos respetable.


Pero, ¿que significa ser competitivos?


Significa entender las señales, saber a qué se está jugando y qué se está jugando; implica quitarse la mano del corazón y tomar decisiones basadas en el desempeño y no en los afectos. Significa ser rigurosos y económicos a la hora de los esfuerzos; hacer todo lo que haya que hacer para alcanzar los objetivos planteados (por supuesto, sin caer en la ilegalidad); implica acatar las normas internas del grupo, renunciando a ciertos privilegios individuales para darle prioridad a los intereses colectivos. Significa estar en el lugar indicado a la hora precisa, ser consciente del hoy y el ahora…


Además, supone estar enterado de las debilidades y fortalezas de los rivales. Conocer bien las propias falencias individuales y las áreas de excelencia de cada uno de los integrantes del equipo (esa información será fundamental para poder anteponer fortalezas a debilidades). Requiere cosechar un banco de datos, registrar la historia de cada partido: Por qué se ganó, por qué se perdió, qué pudo haber influido en el resultado, qué imponderables se presentaron, qué jugadores marcaron diferencia, en qué pudo haber afectado la hora, la cancha, el clima, la variable local–visitante, las alineaciones, los cambios tácticos, las sustituciones y los antecedentes del partido.


Qué rico es cuando se termina el juego y uno se queda refrescándose y discutiendo con los amigos y allegados de costumbre, en la misma esquinita de la cancha, (sí, en aquel kiosquito donde siempre te fían) revisando en detalles las incidencias de cada jugada; allí se inicia otro partido, más razonado, más inteligente quizás. Pero, ¿Qué hace muchas veces uno como entrenador? Desperdicia ese momento de inspiración y claridad donde encuentra todas las razones valederas mientras piensa: “Esto hay que trabajarlo la próxima semana”, “Esto hay que decírselo a los pelaos”, “¡Claro!, eso fue lo que pasó”, y lo va registrando en la frágil memoria, que quizás entonces se encuentra alterada por cierta carga etílica, pero a nadie se le ocurre sacar un bolígrafo y un papel para anotar esas ideas, y después, claro, la salsa y el guaguancó, el vallenatico romántico, las lindas muchachas que se acercan a saludar. Y el lunes, ni me acuerdo vida mía. Escasamente llegas al campo tratando de apaciguar ese maltrato del fin de semana, y en la incomodidad del sol que te pega en la cara y el fastidio de tener que beber una bolsa de agua caliente, aparece fugazmente la idea: “Bueno, ¿Y qué era lo que yo iba a decirle a los muchachos, ah?”.


Una de las debilidades más notorias que nos impide ser verdaderamente competitivos, es, precisamente, la falta de rigor histórico de los partidos jugados y de los equipos rivales. Cada técnico debería ir escribiendo su propio libro, una bitácora de sus experiencias en cada puerto, por decirlo de una manera poética. Ese es el mejor curso que puede hacer un entrenador, llevar un registro de sus propios aciertos y errores, que están siempre tan a la mano y suelen mostrarse, a veces, de una manera dolorosa y contundente. A la vuelta de dos meses, sin embargo, te enfrentas de nuevo con el mismo contendor y aparecen de nuevo los mismos errores y ves al mismo tipo (que eres tú), en la línea gritando desperado las mismas barbaridades y peleando, como siempre, con sus jugadores.


Finalmente, en la organización de los partidos propiamente dichos, también se cometen muchas fallas que parecen sutiles, pero que resultan definitivas al momento de hacer un balance, algo común y complejo como “El Montaje Operativo”, por ejemplo: Una serie de pequeños detalles estratégicos que terminan por marcar la diferencia. Y además, un criterio fundamental: la configuración de un estilo de juego y de dirección, el sello que nos distinga y nos haga reconocibles, algo así como el posicionamiento de una marca, de una manera de jugar. Sin estos elementos puntuales resulta muy difícil sobrevivir en un medio donde todo el mundo tiene las espuelas bien afiladas.


agarizabalo@hotmail.com


Publicado en el Heraldo Deportivo el 24 de Junio de 2008.

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