sábado, 29 de marzo de 2008

EL ENTRENADOR AFICIONADO

Por: Agustín Garizábalo Almarales

Lo que más atenta contra el entrenador de fútbol aficionado es su falta de rigor. Aspira a que lo traten como un profesional, pero él no se profesionaliza. Para empezar, no se ha dado cuenta de que esa actividad cambió dramáticamente. Ya no es suficiente con saber de fútbol o haber tenido figuración como jugador. Ahora es necesario conocer otras áreas del comportamiento humano, proyectar una imagen de liderazgo, demostrar sabiduría y ser un referente para los actores y observadores de su labor.

Pero ¿Qué tenemos en la actualidad?... Un profesor que en su afán por actuar como técnico de fútbol cae en una serie de comportamientos que no contribuyen a construir la imagen de respeto y seriedad que exige esta profesión. Veamos:

1- Ante las dificultades que se le presentan en su papel de entrenador, lo primero que se le ocurre es montar una escuela de fútbol; esto implica volverse una especie de empresario y ya su funcionalidad girará en torno al problema económico que pueda suscitarse por el no pago de la mensualidad de los muchachos. De alguna manera queda entonces a merced de la presión de los padres de familia que en gran medida financian su actividad... ¿No será que pierde autoridad para tomar algunas decisiones?

2- Es triste verlo con una pobre presentación personal y un dramático descuido de su figura. Por ejemplo, ya hizo carrera la estampa del entrenador gordito y barrigón peleando y gritando en la línea... ¿Será que esto ayuda a que se valore su oficio?

3- A veces se presenta a dirigir sólo con su capacidad de improvisación. (En ocasiones enguayabado y con señales de una larga noche). Sería importante apoyarse en estadísticas, informaciones, detalles claves. El entrenador debería llevar una bitácora de Códigos y Consignas, es decir, un registro de lo que va diciéndole a su grupo, de lo que va trabajando. En últimas, cada entrenador debe construir su propio libro de consultas con base en su experiencia cotidiana... ¿No sería bueno utilizar esa poderosa arma de una información organizada?

4- Pelea frecuentemente con los árbitros por situaciones de juego. Pero ¿Sí conoce este entrenador el reglamento del fútbol? ¿Se cuida acaso de actualizarse sobre las últimas modificaciones de las normas? ¿Cómo discute entonces sin argumentos?

5- Aspira a desempeñar sólo el rol más protagónico. Es decir, manejar la siempre tentadora alineación, decidir los cambios, administrar dinero y escoger los jugadores. En una palabra: Mandar. Pero el fútbol tiene otros cargos sumamente importantes: Preparador Físico, asistentes de campo, fundamentadores técnicos, reclutadores de talentos, delegados, trabajadores sociales. Sería bueno determinar en qué espacio se podría dar lo mejor de sí y contribuir con ello a la causa.

6- Sólo hace cursos de fútbol. Uno lo ve siempre en los seminarios de fútbol, pero jamás en una capacitación diferente. Lo que hay que aprender de fútbol es relativamente limitado. Es necesario, por tanto, explorar otras áreas del conocimiento humano.

7- Repite el mismo discurso. Está claro que se pierde espacio y poder cuando ya no se tiene la capacidad de sorprender al grupo, cuando se repiten los mismos giros y argumentos; por ello se hace necesario renovar permanentemente este recurso.

8- Quiere ganar a toda costa. No importa volarse las escuadras: Inscribe a un muchacho con documentos adulterados, mete a jugar a uno con el carné de otro, intenta sobornar a un árbitro. Cree realmente que todo se vale, como en el amor y la guerra.

Sabemos, por experiencia propia, de las dificultades económicas, de las penurias y sinsabores a los que uno se ve sometido cuando asume este oficio ¿Por qué, entonces, no hacernos concientes de nuestro propio valor y emprender un camino que dignifique verdaderamente nuestra actividad?

Que nuestra función apunte más hacia el Administrador Deportivo, con una ética y una formación integral, orientada a ganar un mejor estatus social, pero, por encima de todo, a obtener ese respeto tantas veces esquivo.


agarizabalo@hotmail.com

Publicado en El Heraldo Deportivo, Septiembre 25 de 2007.
Publicado en la Revista del Deportivo Cali, abril. 2007.

EN EL PAIS DE LOS CIEGOS...

Por: Agustín Garizábalo Almarales
“Toda la Naturaleza es un anhelo de servicio”
-Gabriela Mistral
Cuando expresamos que la función del entrenador de fútbol aficionado debe apuntar hacia la del Administrador Deportivo, estamos reconociendo, precisamente, la gran oportunidad que se le presenta ahora a este personaje para convertirse en un referente importante de su organización. Ya no sólo debe cuidarse de educar y orientar a sus jóvenes futbolistas, ahora también tiene la responsabilidad de instruir a los padres de familia, a los propios dirigentes, e, incluso, a los pocos periodistas que se acercan a su espacio de trabajo. Esto implica ¡PODER!, capacidad para influir en su entorno y autonomía para tomar decisiones que pueden cambiar, para bien o para mal, el rumbo de unos sueños infantiles, de ambiciones de padres y dirigentes y de voluntades de patrocinadores.

También es una buena ocasión para prestarle un servicio a la comunidad, ya que entra a administrar un espacio donde interactúan niños y jóvenes, se fundamentan doctrinas y se adquieren costumbres. Debe entender entonces que toda posición de liderazgo lleva implícita una vocación de servicio, y más que preguntarse cuánto voy a ganar ahí, sería más pertinente indagarse sobre cuánto puedo aportarle a ese colectivo humano. Ser un servidor social, en este caso, también supone perfeccionar el oficio, mejorar sus herramientas, aportar nuevas ideas y conceptos a su quehacer, lo que indudablemente redundará en beneficio general, porque en ese tira y afloje del ensayo, se van creando nuevas calidades, se amplían las posibilidades y se construye cierta forma de sabiduría. No en vano se ha tenido el privilegio del acierto y el error.

Aunque nadie discute que el fútbol actual es mucho más permeable que hace algunos años, en razón de que ahora existe una interrelación más equilibrada de su actores, es decir, ya el técnico no manda solo, también cuentan, para una decisión importante, la opinión del dirigente, la de los padres de familia que aportan, la de los periodistas que dictaminan e, incluso, la de los fanáticos que presionan. No obstante, se entiende que el entrenador sigue siendo el más informado, el que gozará de mayores argumentos en una eventual controversia, puesto que es quien trabaja día a día a los muchachos, quien más los conoce, y a él recurren los padres para consultar sus dudas, los directivos para solicitar ciertos manejos, los periodistas para saber qué novedades hay y los fanáticos para hacerle notar sus preferencias.

Es decir, se ha convertido, sin saberlo, en un administrador de Pasiones. Porque lo que transforma este fútbol actual en un barril de pólvora es, precisamente, su volátil espíritu pendenciero donde cada quien entra a defender sus intereses con visión de túnel, sin considerar bemoles ni aristas, sino que van plenos y frontales, dispuestos al colapso, y he aquí donde tiene que aparecer la figura del entrenador para atemperar voluntades, para, mediante una información oportuna y certera, lograr una conciliación necesaria. Es, en este momento babélico, cuando recupera su verdadera importancia, su credibilidad, su jerarquía, mientras todos los demás están como ciegos, discutiendo y defendiendo nimiedades, buscando la quinta pata del gato, y, en el país de los ciegos, dice el adagio, el tuerto es rey.

Por eso se hace tan imperioso ese acervo cultural, ese bagaje de conocimientos generales, ya que no se sabe de donde habrá que echar mano, si hoy de la economía, mañana de la filosofía, pasado de la gramática, y después de la psicología. Como no se sabe de dónde ni cómo, es mejor estar enterado de un poco de todo. No obstante, su principal arma seguirá siendo su coherencia personal, su constante preocupación por mejorar sus calidades humanas, su deseo de contribuir con los demás y su entusiasmo por crecer día a día, lo que lo hará, sin duda, un educador digno de confianza.

Finalmente, quien trabaja en divisiones menores debe saber que NO ES UN TÉCNICO DE FÚTBOL, en el sentido estricto del término, si no un FORMADOR DE JÓVENES. Bajo esta óptica se preocupará por el desarrollo técnico-táctico individual de sus dirigidos, de entregarles unas claves para su desenvolvimiento en la vida y de construir unas normas de hábitos sanos, más que por estar ganando campeonatos para sobresalir.

Desde luego, se podrá decir que es una actitud poco frecuente y se requiere, para ello, de mucha vocación, luego, entonces, sus verdaderos títulos serán los nombres de aquellos muchachos que lleguen algún día a instancias superiores bajo su orientación (y no nos referimos sólo al fútbol). Si la aspiración del entrenador aficionado es llegar a dirigir más temprano que tarde un equipo profesional, el camino de este nuevo aspirante debe comenzar por categorías muy cercanas a la alta competencia o como asistente técnico de un club profesional.

En las categorías menores, definitivamente, se necesitan, más que directores técnicos, ENTRENADORES-Formadores, preparados, ilustrados, capacitados, para que sigan existiendo tuertos en el país de los ciegos...
agarizabalo@hotmail.com

Publicado en El Heraldo Deportivo, Octubre 2 de 2007.
Publicado en la Revista del Deportivo Cali, Mayo. 2007.

DEJAR EL LÁTIGO

Por: Agustín Garizábalo Almarales

Trabajar con seres humanos supone una alta cuota de responsabilidad, toda vez que se genera una serie de relaciones complejas, producto de motivaciones, expectativas, ambiciones y sensibilidades disímiles. Este precepto resulta particularmente importante si de educar niños se trata; por tanto, es necesario que esta interacción se enmarque en la nueva tendencia educacional que refuerza los comportamientos positivos y deja de lado –por fin- aquella célebre frase: “la letra con sangre entra”.

Todo proceso educativo, más que la asimilación de un cúmulo de información o el engullimiento de un catálogo de instrucciones, es, en esencia, -y a la larga-, la aprehensión de actitudes y sentimientos comunicados y adquiridos a través de las actuaciones, conocimientos y personalidad de los padres y maestros.

Un entrenador de fútbol (especialmente si trabaja en categorías menores) debe “dejar el látigo”. Su orientación debe estar basada en la comprensión del ser humano, regida por conceptos humanísticos que le ayuden a conseguir sus objetivos. Además de conocer muy bien la materia que enseña y su consecuente metodología, el entrenador debe saber exactamente qué es lo que quiere conseguir con su equipo y, especialmente, de qué manera lo va a lograr. Esto es lo más importante. Veamos algunas consideraciones al respecto:

Tener concordancia: hemos visto a entrenadores acercarse a la raya completamente irritados y descompuestos gritándoles a sus pupilos: “! Cálmense, cálmenseeeee!”. Igual ocurre con aquél que les ordena a sus dirigidos que no discutan con el árbitro, pero es él quien inicia los reclamos y hasta se mete a la cancha. Aquí no se practica lo que se predica. No hay concordancia.

El arte de corregir: ser claros y concisos al momento de una corrección. Y no seguir después con cantaletas permanentes que desdibujan el criterio de autoridad. Además, si es necesario sancionar, hay que hacerlo, pero demostrando que es por un comportamiento negativo del niño, mas no por su persona. Será de vital importancia, entonces, hacerle después una pequeña demostración de afecto: una mano en el hombro, una gaseosa, una broma. A pesar de estar sancionado, el niño comprenderá que sigue siendo útil e importante y que sólo debe mejorar determinados comportamientos.

Margen de error: es frecuente que esperemos demasiado del rendimiento de nuestros dirigidos. Esto es erróneo porque siempre habrá algo que mejorar, detalles por corregir. ¿Qué pasaría si los niños jamás se equivocaran?... sencillamente los profesores no tendríamos trabajo. Es lastimoso ver a algunos entrenadores perfeccionistas que “Narran” todos los fallos de sus pupilos, tornándose fastidiosos para el público y para el propio equipo. Es necesario manejar un margen de error, porque nadie podría hacerlo con perfección todas las veces, ni aún los profesionales que están dedicados exclusivamente a ello; luego, se deduce, que este margen de error deberá ser mucho más amplio para los niños y futbolistas aficionados en general. La peor equivocación nuestra ocurre cuando esperamos que los niños nos respondan como adultos, o, más grave aún, como máquinas automáticas.

Estimular más, criticar menos: cae uno frecuentemente en esa práctica de resaltar solamente los errores, sin fijarnos que quizás fueron más los aciertos. La mente humana es una buscadora de metas. Si reforzamos lo bueno, si estimulamos al niño con frases y pensamientos positivos y de autoestima, lo estaremos conduciendo a que crezca sin temores.

Saber escuchar: casi siempre los niños se quejan de no ser escuchados. Ellos quieren conservar cierta independencia y tienen sus opiniones. Acostumbramos a prejuzgar al creer que todos son iguales y tienen los mismos intereses. Nada más alejado de la realidad. A veces hablamos demasiado y somos muy proclives a dar tantos consejos. Muchos problemas podrían solucionarse si sólo escucháramos. Los niños no están interesados en conocer demasiadas respuestas, en realidad están interesados en saber cuáles son las preguntas indicadas. Ellos tienen (para ellos) todas las respuestas.

Enseñar actitudes: el positivismo, la alegría, la seguridad en sí mismo, la voluntad hacia el trabajo, son sentimientos y actitudes que sólo pueden ser comunicados a través de un ejemplo auténtico. Sólo cuando se demuestra en la práctica que se tiene una personalidad digna de confianza, el niño se dejará orientar sin resistencias. Pero hay que dejar el látigo; se caza más moscas con miel que con vinagre, señala el adagio. Porque la Educación, como escribiera Saint D’exùpery (autor de “El Principito”), “Es el arte de conducir al otro ser, amablemente, hacia sí mismo…”.

agarizabalo@hotmail.com

Publicado en El Heraldo Deportivo, Diciembre 11 de 2007.

EL APOYO DE LOS PADRES

Por: Agustín Garizábalo Almarales

En el fútbol aficionado se ha vuelto un lugar común ver cómo algunos padres de familia tratan de hacerse los protagonistas durante los partidos asumiendo el papel de entrenadores, peleando con los árbitros, reclamándole al profesor de su hijo por qué no hizo tal o cuál cambio delante de todo el mundo, para luego invitarlo al consabido derroche de cervezas en los quioscos aledaños a las canchas hasta altas horas de la noche.

Y ya que son estos padres los que más se hacen notar, se ha creado en el fabulario deportivo la idea de que son unos tipos “duros” y generosos, el vivo ejemplo a seguir, y se ha impuesto el paradigma de que esa es la manera más efectiva de ayudar a los hijos.

Pero, ¿Cuál podría ser un aporte realmente significativo del padre de familiar en la formación deportiva de su hijo? De acuerdo con nuestra experiencia, creemos que hay aspectos muy puntuales en los cuales la vigilancia de los padres es vital:

1)-en la alimentación del niño: cuidar que sea balanceada y sana y que sea a tiempo (no son pocos los que castigan a sus hijos horas y horas en una cancha mientras ellos departen con sus amigos);

2)-en los hábitos de hidratación. Especialmente en zonas como nuestra costa Atlántica, se debe cuidar que el niño consuma por lo menos 8 vasos de agua diarios. Además, que evite el consumo de cafeína y gaseosas, las cuales, por sus propiedades diuréticas, estimulan la deshidratación.

2)-en el descanso adecuado: que duerma en un colchón cómodo y una habitación limpia con buena ventilación y sin ruidos de televisión u otros aparatos; es sabido, por ejemplo, que si el niño tiene el computador en su cuarto no son pocos los que se levantan en la madrugada a darle teclas. Y por supuesto, que se acueste temprano y duerma mínimo ocho horas (no olvide que durante el sueño se dispara la hormona del crecimiento);

3)-en la higiene del cuerpo: que sea impecable. Dicha cultura debe convertirse en un hábito. Orientarlo sobre la presentación personal y el manejo de su imagen. Y, por supuesto, la higiene mental: Cómo maneja su tiempo libre y cómo son sus relaciones con el resto de la familia. Esto es muy importante, porque desarrollarse un ambiente relajado y sin mayores conflictos siempre será un excelente caldo de cultivo para un deportista en cierne. Verifique, además, el círculo de sus amistades.

4)-en el apoyo en el estudio: No sólo se debe estar atento al deporte, nadie sabe si este chico finalmente terminará siendo futbolista. También es fundamental la formación académica, que conozca otro idioma, que explore opciones profesionales, que se documente sobre el manejo del dinero y la popularidad. Con este conocimiento no se nace, es necesario adquirirlo.

5)-en un inteligente respaldo anímico. No son pocos los padres que desmotivan a los hijos resaltándoles sólo los errores, presionándolos, llenándolos de angustias, exigiéndoles perfección en sus lances. Cómo resulta valioso para un muchacho esa voz de aliento, ese soporte moral, muchas veces sin necesidad de decir nada, pero mostrando tranquilidad y confianza en el semblante, ese simple estar ahí que ya es tanto.

6)- y, por supuesto, que se le garantice al niño la posibilidad de desarrollar un entrenamiento serio y sistemático, que se escoja un club organizado con profesores capacitados y pacientes, que el niño posea la implementación adecuada, que tenga su seguridad social (EPS o Sisben) y que no tenga problemas para transportase hacia las canchas o para sus refrigerios.

De hecho, son tantos los asuntos donde los padres podrían intervenir en forma pertinente, que nos parece lamentable el desgaste de energía que hacen en temas que no les corresponden. Definitivamente aportarían más si ejercieran a cabalidad su papel de padres, en una actitud vigilante y afectuosa, buscando siempre capacitarse en los temas arriba mencionados, sirviendo de apoyo y no de estorbo, asimilando la actividad deportiva como un complemento para la formación integral de su hijo. Y, por supuesto, evaluando, porque si no les parece que sea el club ideal para sus hijos pueden buscar otras opciones.

Lo increíble es que todavía se le siga dando crédito a una caterva de padres agresivos y belicosos, que son, si nos fijamos bien, realmente muy pocos, cuando hay muchos padres que apoyan correctamente a sus hijos, sustentados en la paciencia y la decencia cultivadas desde el mismo núcleo familiar.


agarizabalo@hotmail.com

Publicado en El Heraldo Deportivo, Octubre 23 de 2007.
Publicado en la Revista del Deportivo Cali, Marzo de 2007.


CARTA A NUESTRO HIJO

Por: Agustín Garizábalo Almarales

Amado hijo:

Queremos que sepas que no llegaste por un accidente. Que tu traída fue planeada. Que al principio, después del matrimonio, con tu madre decidimos que esperaríamos unos dos o tres años mientras nos organizábamos económicamente para dar ese paso tan trascendental: traer un hijo a nuestras vidas.

Un hijo hermoso como fuiste desde el primer momento, como habíamos anhelado. Y todos los días le agradecemos a Dios por habernos premiado con tu compañía, con tu sonrisa y con tus ocurrencias. Porque, mientras estudiamos y escogemos la manera de orientarte por el mejor camino, nosotros también hemos tenido la valiosa oportunidad de crecer a diario.

Pero queremos que sepas también, hijo, que desde nuestra perspectiva de padres es muy difícil para nosotros ser objetivos, mira si nos cuesta. En ese afán por quererte más, se presentan situaciones y momentos donde nos toca discutir qué es lo más conveniente aunque no siempre lo ideal. Tan sólo porque no nos gusta verte llorar, no nos gusta verte sufrir.

¿Tú crees que es nuestra intención darte lata cuando insistimos en que hagas o dejes de hacer ciertas cosas? No, hijo. Nos ha tocado tragarnos muchos sapos, nos ha tocado contenernos para no ayudarte, para no hacer muchas tareas por ti. Eso sería lo fácil. Al final, y eso lo hemos aprendido en los talleres de orientación familiar, lo que queremos es que tomes tu propia vida en tus manos, que aprendas a decidir por ti mismo, que formes día a día tu carácter. No importa que estés así de chiquito. Sabemos que la única forma de que lo asumas algún día es dándote la oportunidad de que lo hagas. Que ensayes, que te entrenes en el acierto y el error.

De modo que cuando te decimos, “mijo, vaya y hable con su profesor”, no te estamos dejando solo. Cuando te exigimos que hagas tus tareas, aunque con una que otra pista te ayudamos, estamos buscando que tú mismo encuentres las respuestas. Cuando te dejamos llorar porque quieres irte para la calle con tus amigos y entonces decidimos que no, que no son convenientes ciertas compañías, que algunos sitios y cierta música son hasta peligrosas, y que ciertas modas son vacías y atentan contra tu persona, no pienses que somos felices fastidiándote con eso.

No, no es fácil, hijo. Muchas veces, cuando no sabemos qué hacer, nos hemos quedado hasta muy tarde en la noche tratando de encontrar cuál es el camino correcto en los momentos de crisis. Y nos toca llamar a viejos amigos que pueden darnos luces o a algunas parejas de padres que han podido estar en situaciones similares. También hemos tenido que leer mucho, investigar, meternos en la Internet buscando una orientación y hasta, a veces, hemos recurrido a tus abuelos.

Por eso te decimos que es tu obligación estar pendiente de tus propios útiles. Ah, ¿qué te gusta el fútbol? Bueno, mijo, aprenda cómo ser buen futbolista no sólo en la cancha, sino también en la casa. Entendemos que los mismos deportistas tienen que aprender a lavar sus uniformes, limpiar sus zapatos y organizar sus maletas. Eso los hace más comprometidos. Y que su verdadera responsabilidad es la de adquirir hábitos sanos con respecto a la comida, el entrenamiento y el descanso sin descuidar los estudios.

Y no creas, no creas que cuando te acompañamos a los partidos y estamos por allá sentados, como tan tranquilitos, no creas que no nos gustaría meternos a gritarles también a los árbitros como hacen otros padres o ir a reclamarle a tu profesor cuando no te mete a jugar y tú dices que por rosca, pero acordamos que ese es tu espacio para entrenarte en la vida. Hemos aprendido que el fútbol es un simulacro de la realidad y la realidad es dura, muchas veces injusta, muchas veces incierta.

¿Recuerdas aquella vez cuando ese niño del equipo contrario te agredió tratando de quitarte la pelota? Bueno, te cuento que sentimos el impulso de saltar la malla para ir a defenderte. ¿Qué se ha creído ese pelao, ah? Pero entonces nos preguntamos si era apropiado lo que íbamos a hacer; afortunadamente decidimos que no. Ya nos habían dicho que este deporte es así: hay fricciones, golpes, insultos. Y nos tocó contenernos y esperar que tú procesaras ese conflicto, que elaboraras ese duelo. Al final, vimos con lágrimas contenidas cómo enfrentaste ese momento, cómo fortaleciste tu carácter, cómo manejaste con entereza ese episodio infortunado. Por algo te hemos contado que el filósofo Platón insistía en no cometer injusticias, aun cuando con él se cometieran.
Y no negamos que hemos querido sacar pecho cuando haces un gol que gana un partido o si te han elegido el mejor jugador de la cancha. Pero entonces, hemos considerado mejor ser prudentes y guardamos esos excesivos elogios y exhibiciones inciertas para más bien darte unas palmaditas en la espalda, unas breves pero contundentes palabras y tu mamá corre a casa a prepararte ese estofado de pollo que tanto te gusta.

No te imaginas lo que hemos discutido en largas noches con tu madre, si es conveniente invitar a almorzar al profesor o de pronto hasta ayudarlo con una platica, como nos han dicho que hacen otros, para que te tenga en cuenta y te mire con otros ojos. Pero no, ¿Qué le vamos a enseñar a nuestro hijo? ¿Que en la vida hay que estar comprando los favores? No señor. Que él mismo se gane sus espacios por mérito y esfuerzo. Por ahí leímos, en estos días, un artículo donde expresaban que la Paciencia es el arte del ganador. Que nada de afanes, que crecer significa saber esperar mientras se trabaja con calma pero con tesón.

Hijo, nuestra verdadera intención es la de que te des cuenta cómo viene la vida. Que consigas tus propias armas para defenderte. Que el don más preciado es adquirir la suficiente tranquilidad de espíritu que te permita disfrutar lo que la vida te ofrece, sin mayores angustias, y alcanzar ese estado de goce que algunos llaman felicidad. Que no es necesario usar la violencia prácticamente para nada, que el tema viene por otro lado, que los conocimientos que adquieras por tu propia curiosidad e iniciativa, nadie podrá quitártelos jamás.

Nuestro deber es estar ahí, acompañándote, orientándote, esperándote cuando te retrases en el camino. Nuestro amor tiene que manifestarse especialmente en la forma de conducirte con amabilidad y paciencia hacia tus propias metas. Así que, por eso te estamos entregando las llaves, hijo, para que seas tú mismo desde ya, quien conduzca poco a poco el carro de tu apreciada vida.

No estaremos tranquilos hasta cuando no te veamos asumiendo tus propias decisiones. No importa que muchas veces te equivoques, tranquilo, para eso estamos nosotros, para enderezar el camino mientras tanto. Pero, permítenos entrar, permítenos acercarnos, poder darte nuestra opinión, discutir contigo ciertas elecciones.

No sabemos, finalmente, en qué carrera te vas a consolidar ni qué rumbo tomará tu vida. Nos gustaría, eso sí, seguir apoyándote para que alcances ese sueño de ser un futbolista profesional, pero quién sabe, nadie sabe. Lo importante es que puedas emprender una actividad donde seas útil a los demás, donde adquieras el compromiso de servir con agrado.

Y vete tranquilo, hijo, que no nos debes nada. Sólo vive tu vida lo mejor que sabes, lo mejor que puedas. Que ese será el más caro premio que nos conceda Dios.

Publicado en El Heraldo Deportivo, Marzo 4 de 2008.


POR FORTUNA SE EQUIVOCAN

Por Agustín Garizábalo Almarales

“Gracias por tomarse la Escucha,
en una época en que la gente está desesperada
sólo por tomarse la Palabra”
Diego Marín Contreras

La tragedia empieza cuando la madre o el padre le dicen: “tranquilo, mijo, que yo hablo con el profesor”. A partir de allí suceden tantas situaciones equívocas que los padres terminan después apurados, quejándose: “La verdad, ya no sabemos qué hacer con ese muchacho; por favor profe, hable con él”. Ya entonces puede ser tarde. Quizás a esas alturas las relaciones están tan deterioradas que el joven no reconoce autoridad en aquel par de señores. ¿Cómo se ha llegado a este punto tan dramático?

Es que los adultos tenemos que saber cómo es la cosa con los pelaos. De lo contrario terminamos siendo manipulados, rebasados, confundidos sin saber qué hacer. ¿Para qué lo busca a uno un adolescente si no es para pedirle un favor? Son adolescentes precisamente por eso, porque carecen de todo. No tienen nada claro, no tienen trabajo, no tienen experiencia, no tienen sexo garantizado, no tienen dinero. A veces ni vergüenza. Sólo deseos y ambiciones. Y mucha rabia. Bueno, pero ese es su mecanismo de defensa. Por eso esa cara de aburrimiento, ese ceño fruncido, ese rictus en la boca, ese mirar para otro lado conservando convenientemente una mueca de irritación, porque saben que esa es la mejor manera de mantener a raya y bajo su dominio a la madre, por ejemplo, que casi le ha tocado hacer una tesis de grado con todas las señales ambivalentes que le ha tocado estudiar para ver cómo no fastidia al niño.

En el Pequeño Larousse la palabra “Adolecer” precisamente se coteja con tener algún defecto o vicio o sufrir alguna enfermedad. ¡Imagínese! Luego, se podría decir, haciendo un ejercicio de libre asociación y utilizándolo como recurso retórico, que la adolescencia se padece. Caen los jóvenes en un estadio donde se les trata como niños pero se les exige como adultos, por lo tanto, no están en condiciones de dar. Algunos, incluso, llegan a cree que madurar es poner cara de amargado. Lo que necesitan entonces es orientación y si uno se fija bien, la viven pidiendo a gritos. ¿No ve que lo primero que puede perder un muchacho es la seguridad en si mismo?

Se trata entonces de superar ese abismo entre generaciones, construir puentes seguros para llegar al otro ser a través de la comprensión de sus momentos de crisis. Generalmente los adultos nos equivocamos por la forma en que abordamos al paciente: siempre esa manía de sentirnos con la obligación de darles consejos, esas críticas ácidas porque usan el pelo así o asao y por esa ropa que se ponen y ni hablar de la música que escuchan o de los amiguitos que se gastan. No en vano con frecuencia están prevenidos frente a nosotros. ¿Por qué siempre queremos que piensen y se porten como adultos si no lo son?...

Con seguridad esta relación mejorará cuando los dejemos ser. Cuando entendamos que son seres imperfectos, inseguros, infantiles. Que necesitan mucho de nosotros. Si observáramos más sus acciones y quietudes, si escucháramos más sus necedades y aciertos, si fuéramos un poco más tolerantes con su caos, si los analizáramos más y los cantaleteáramos menos —porque ese estudio sí hay que hacerlo, eh—, conoceríamos sus verdaderas motivaciones y quizás encontremos entonces las rutas apropiadas para hablarles en el momento preciso, cuando realmente están interesados y son vulnerables, cuando son sensibles a las preguntas que indagan sobre sus ilusiones y frustraciones, porque les encanta hablar de ellos mismos (¿y a quién no?) porque resulta que en esos momentos las barreras se convierten en puentes y las debilidades en fortalezas y el mejor estímulo viene a ser cuando el propio muchacho percibe repentinamente que está creciendo. En muchos casos de manera dolorosa y cruel, pero sabiamente es así.

Por tanto, recordemos esta premisa: se van a equivocar, más temprano que tarde. No obstante, hay que tener la seguridad de que ellos van a mejorar. Además, es imperioso transmitirles esa idea. Y que ellos la perciban. Ese es el primer paso para entrar en sus vidas. Porque sino podemos aceptar que en algún momento van a cambiar y van a encontrar su camino personal, sino podemos entender que esa fase crítica es apenas una transición, como un pequeño edificio en obra negra, no hay nada que hacer. El arma fundamental tiene que ser la paciencia. Intentar, corregir, intentar de nuevo y esperar, esperar y esperar. Quizás en algún momento nos sorprendan. Recuerde: “Hombre en construcción” dice el aviso.

Suele ocurrir, en cambio, que nos mostramos profundamente decepcionados y devastados por algunas de sus acciones, cuando no hacemos de plano el vaticinio de que ya no tienen remedio ¿qué es lo que espera un adolescente de nosotros? ¿Que terminemos de aplancharlo y lo apabullemos definitivamente o que le demos pistas para salir del hueco? ¿No será mejor mostrarle de una vez por todas que la vida es imperfecta? ¿Que pese a todos los esfuerzos que hagamos siempre habrá algo que corregir, algo por mejorar, inclusive, algo de qué avergonzarnos?

Porque lo más importante es que en esa edad incierta alguien logre hacerle un análisis en su justa medida, que consiga hablarle claramente de sus posibilidades y carencias, y eso lo va agradecer toda la vida. Es todo un ejercicio pedagógico que si se hace con la metodología adecuada puede resultar apasionante. Pero, claro, para que resulte hay que dedicarle el tiempo necesario, tener un plan y armarse de mucha paciencia. Implica también capacitarse a diario, investigar, llevar registros, estar alerta, darse cuenta, estar pendiente de su hijo.

Esta es la verdadera tesis que hay que desarrollar, amigos padres de familia: conozcan verdaderamente a sus hijos valorando sus motivaciones, utilizando la estrategia de los retos, planteándoles metas posibles, para que ellos mismos puedan intentar sus propios proyectos de vida de una manera honesta. Y permítanles que enfrenten sus situaciones conflictivas: ¿Cómo así que el papá o la mamá de un pelao de 17 años, tiene que llamar al profesor para dar las excusas porque el niño no pudo ir a practicar?

Lo que pasa es que hay que aprender a hacerlo. Sería bueno comenzar por revisar esa actitud de juicio crítico tan frecuente para con ellos. Además, La peor forma de comunicarse con los jóvenes es a través de la impaciencia y la irritación. Más bien obsérvenlos, ayúdenlos a organizar sus intenciones de vida, apóyenlos en algunas pequeñas locuras y defiéndalos de ellos mismos cuando atenten contra su autoestima, una práctica tan frecuente en nuestra cultura.

Queridos papás: ¿Quieren hacer algo por sus jóvenes hijos? Empiecen por no tenerles miedo, que no se van a ir, no los van a dejar de querer, porque ellos en el fondo lo que más desean es que les exijan ser mejores.
Muchas gracias…

agarizabalo@hotmail.com

Publicado en El Heraldo Deportivo, Enero 22 de 2008.

UN FUTBOLISTA EN LA FAMILIA

Por: Agustín Garizábalo Almarales

Hace algunos años el fútbol dejó de ser una actividad menospreciada por los padres de familia bien y ha pasado a ser una aspiración de todo padre tener un futbolista en la familia. Las nuevas generaciones de esposos ven con muy buenos ojos que el nene empiece a patear pelota desde la cuna y todavía con tetero al cinto y olor a canime lo inscriben en una “escuela de fútbol”. Y son los padres, a partir de allí, los permanentes impulsadores de la futura “profesión” del muchacho, motivados como están por tantos halagos que promete el fútbol, toda una suerte de reconocimiento, fama, dinero y ascenso en la posición social.

Pero, aún hoy, son muchos los padres de futbolistas jóvenes que se encuentran desubicados con respecto a la responsabilidad que deben asumir frente a la actividad deportiva de sus hijos. En ocasiones, por ejemplo, el hijo permanece durante varios años fichado para un equipo aficionado y jamás se cuidan por averiguar cuáles son las actividades que allí se realizan ni qué tipo de calidad moral y humana poseen las personas que lo manejan en el club. Su posición suele ser más de indiferencia, en tanto que demuestran su fastidio por el gasto de transporte o cualquier otra solicitud de carácter económico que el muchacho demande.

Vemos padecer al pobre joven que no tiene ni un par de guayos para las prácticas y los partidos y le toca depender de la buena voluntad de sus compañeros que, a veces a regañadientes, le hacen el favor de prestárselos. Luego nos enteramos que el padre es dueño de un restaurante, una estación de servicio, o –el colmo de los casos- gerente de una fábrica de zapatos deportivos. Es que algunos padres prefieren endosar esas “molestias y obligaciones” a los dueños del club. Generalmente increpan al muchacho diciéndole: “Bueno, pero, y entonces, ¿qué te están dando en ese equipo?... ¿es que ni siquiera te pueden dar un par de tacos?...”

Por ahí un buen día, en medio de la euforia de unos tragos, comentará con orgullo, a sus amigos de parranda, que tiene un hijo que juega al fútbol, y le han dicho además que juega bien el pelao, eso sí, haciendo la salvedad de que nunca lo ha visto jugar, como si esa pose lo hiciera más meritorio. Quizás otro buen día, agobiado por la curiosidad y el sentimiento de culpa, se arrimará por la cancha como quien no quiere la cosa y observará desde lejos el accionar de su pequeño (ahora es su pequeño), que luego, entre emocionado e incrédulo le presentará a los directivos y técnicos del equipo, y después, al calor de unas cervezas, el padre se disculpará por su negligencia del pasado, achacándola, desde luego, al exceso de trabajo y sus ocupaciones, no sin antes abrumarlos con detalles sobre sus faenas como puntero izquierdo cuando jugaba en el glorioso equipo del barrio.

Estos padres en realidad, no asimilan la actividad deportiva de su hijo como un complemento a la formación que el joven recibe en el hogar y el colegio, especialmente ahora cuando las escuelas de fútbol se cuidan de contratar licenciados en educación física y profesores preparado que le ofrece al niño una orientación no sólo en el ámbito deportivo sino también personal. ¿Cuántos muchachos no se hallan fuera de la droga y otros vicios por sus vínculos con el fútbol?... ¿cuántos no han mejorado su comportamiento agresivo y antisocial -que los convertía en delincuentes en potencia- sólo porque a través del fútbol se canalizó esta energía hacia conductas más sublimes?...

El fútbol se ha masificado a tal grado que lo extraño resulta ahora encontrar algún muchacho que no lo practique. Es bueno que todos quieran jugarlo. Lo malo está en que el padre trate de imponerle a su hijo lo que él anhela y no consulte con aquel lo que realmente quiere. Testigo soy de circunstancias en que el niño juega el fútbol por diversión, pero es el padre quien lo presiona para que se esfuerce y sacrifique, sin tener en cuenta que puede estar estropeándole para toda la vida su capacidad para disfrutar de ese deporte.

En definitiva, el fútbol sigue siendo el mismo, pero la actitud de los padres ha cambiado porque este deporte mejoró su status y sus posibilidades económicas. No obstante, el fútbol aficionado continuará siendo, por fortuna, un balón perseguido por los chicos que disfrutan del juego y se dejan seducir por sus misterios.

agarizabalo@hotmail.com

Publicado en El Heraldo Deportivo, Noviembre 27 de 2007.


viernes, 28 de marzo de 2008

¿JUEGO DE NIÑOS?


Por: Agustín Garizábalo Almarales


Por razones de mi trabajo tengo que presenciar muchos partidos de fútbol de la categoría infantil y de veras que me encanta salir desde muy temprano, los fines de semana, a cumplir cabalmente con esta labor. Resulta común observar a los niños impecablemente equipados, cual maquetas de futbolistas, realizando ejercicios de calentamiento con solemne formalidad. Luego comienza el partido y los vemos trenzarse en una disputa fantástica, algunos jugando en sus canchitas de adentro, es decir, en sus almas, imaginando que son Ronaldinho Zidane o Messi, o en el más sublime de los casos, Oliver Atto, el de los Supercampeones.

Pero, simultáneamente, se inicia otro partido, el del entorno: el de los técnicos, padres de familia y fanáticos, en un espectáculo a todas luces grotesco, porque no puede uno concebir a tantas personas adultas vociferando una suerte de barbaridades más o menos insólitas. Los técnicos con su catálogo de términos, narrando lo errores, recriminando a sus pupilos porque no hicieron un achique o un cierre, los padres gritándoles a sus propios hijos, aplaudiéndolos cuando hacen una pequeña gracia o entregan un buen pase, llevándoles agua o regañándolos según el caso, a veces incitándolos a que trampeen, a que devuelvan golpe por golpe, como si en aquel momento estuviese en juego la supervivencia de la especie o el honor de la familia.

Aquel señor, por ejemplo, de apariencia respetable, quizás todo un ejecutivo en su empresa, se desluce cuando se pone a discutir estupideces con una fanática de la otra barra. Aquella señora elegante –muy emperifollada ella- cree que puede poner en duda las preferencias sexuales de los técnicos del otro bando cuando expresa impunemente que a ella le dijeron que esos tipos eran de “manos partidas”. ¡Cuánta agresión, señores!

(Conste que no hemos hablado de cuando estos insultos y ataques verbales, considerados “normales” , por lo frecuentes en ese círculo, degeneran en verdaderas batallas campales y trifulcas primarias; ni tampoco hemos venido a comentar lo que les ocurre a esos pobres muchachos que se atreven a vestirse de árbitros para estos partidos)

De esto que nos queda?... un grupo de niños ansiosos y agresivos, que discuten todas las decisiones del juez, que violentan a los contrarios, que corren y se estrellan más que juegan y se divierten, porque “aquí hay que meterle”, decía un técnico. Niños furiosos y frustrados, expertos en quemar tiempo, en botar la pelota, en sacar codo, en gritar vulgaridades. Desaparece la fantasía y sólo quedan soldaditos de plomo intentando cumplir fielmente las órdenes de sus generales.

Y si por casualidad algunos de esos adultos se ha tomado unos tragos o está amanecido, Dios mío, el tipo se figura que los niños deben complacerlo a él haciendo tal y cuales cosas; y si el hombre ha invitado a sus amigotes y el equipo de sus amores está jugando mal, sencillamente pierde el juicio y en su perorata atropella a cualquier ser humano que se le atraviese. Lo peor es que el orate cree que le cabe todo el derecho de hacerlo, por el hecho de que, como él mismo dice: “Aquí donde usted me ve, yo también jugué fútbol”.

Estamos de acuerdo en que se acompañe al niño en sus faenas deportivas, ni más faltaba. Ese apoyo es primordial, definitivo. Y es maravilloso ver a los padres, entrenadores y fanáticos disfrutando y haciendo de un encuentro de fútbol una fiesta, porque ejemplo los hay. También hemos presenciado partidos donde se ven la integración, el respeto y la ética deportiva. Eso es lo que debe ser. El fútbol infantil tiene que ser sano, alegre, recreativo, lúdico, no una fuente de agresión, frustraciones y amarguras. Y creemos que es necesario revisar principios y comportamientos, especialmente entre aquellos adultos que piensan que lo más importante en la vida es ganar a toda costa en un evento deportivo o creen que la mínima confrontación humana debe degenerar en violencia.

Sencillamente, dejemos jugar a los niños, porque, por encima de todo, ese es su juego (no el de nosotros) y esto es lo único que ellos quieren: jugar y divertirse. Lo otro es acabar con su alegría infantil, el más caro patrimonio que pueda tener un niño.

agarizabalo@hotmail.com
Publicado en El Heraldo Deportivo, Marzo 18 de 2008.

Y SI NO ERES FUTBOLISTA…QUÉ?

Por: Agustín Garizábalo Almarales

Los individuos que más fracasan son los que tratan de ser diferentes.
Uno nace diferente, no se hace diferente”
-
Astor Piazzola


Voy a decirlo sin rodeos: hay muchos jóvenes aspirando a ser futbolistas. Y no es que esté mal que quieran intentarlo, es que le están apostando todo a un solo número. Emprenden esa carrera como si fuera la única tabla de salvación en la vida, y para peor, con el apoyo de los padres.

A los padres modernos lo que más les preocupa es el sentimiento de culpa por no apoyar a sus hijos en la realización de sus sueños. Y entonces se someten a pruebas inverosímiles, como acompañar al muchacho en todos los entrenamientos y partidos, pagar los viajes, uniformes, arbitrajes, refrigerios… Y sobre todo, patrocinarles sus tentativas por mostrarse en los diferentes clubes profesionales. Que no vengan a decirles luego que no los apoyaron.

Pero no se cuidan por saber cuáles son las posibilidades reales de su hijo. El muchacho y sus padres deberían guiarse por ciertos indicios, por ejemplo, haber descollado en un torneo importante, haber sido llamado a un seleccionado departamental, pertenecer a un programa de seguimiento. Pero no, el fútbol es una actividad tan subjetiva que es mejor sospechar de los entrenadores cuando estos no llaman al joven a la selección, y es preferible hablar con resentimientos de los veedores cuando estos escogen a otros aspirantes. Para poder seguir soñando.

Es triste notar cómo hay jovencitos que pasan años y años en equipos aficionados de la Liga y hasta de primera C, todavía por ahí, ya casi sin ilusiones, arrastrándose y asoleándose a diario esperando una feliz oportunidad que muchas veces no llega. O llega pero es como un tiro al aire: son los padres los que deben financiar esos viajes donde se les hará una prueba incierta.

Hay instituciones del fútbol que por no invertir en un trabajo serio, con un seguimiento oportuno y eficaz, están apostando a la cantidad, en detrimento de la calidad selectiva y le tiran a todo lo que se mueva. Es frecuente escuchar o ver que grupos de jugadores jóvenes, y en algunos casos, niños, han sido invitados a probarse en las divisiones menores de un club profesional sin ningún tipo de criterio preselectivo. Y así como los reciben, los devuelven.

A eso súmele el desespero de los familiares y de los propios jugadores, quienes, ante la más mínima invitación y casi sin garantías, piensan que esa quizás pueda ser la única oportunidad en la vida y entonces se saltan cualquier proceso que se venga haciendo con ellos, porque aquí lo que más importa es aparecer, ir a probarse, lanzarse al ruedo, una y otra vez, en una frenética carrera, con la esperanza de que quizás en alguna sean admitidos. No olvidemos que estamos en la generación de los Realitys y los Factores XS.

Pero, y mientras tanto, ¿qué ha ocurrido?.... ha pasado el tiempo. Y el joven sigue empecinado en esa quimera sin mirar hacia otras vocaciones. Su mayor anhelo es que alguien les resuelva la gran incertidumbre de si sirven para el fútbol o no. No se ha dedicado al estudio, por ejemplo, porque está esperando la gran oportunidad.

¿No sería bueno que, mientras aspira a ser futbolista, este adolescente explore otras profesiones, revise qué otras aptitudes tiene, o en qué otra labor podría ser útil? Porque lo terrible suele ser cuando uno se encuentra con muchachos que si no son futbolistas no son nada. Quedan suspendidos en el limbo laboral, jugando partiditos de rebusque los fines de semana, viviendo la ilusión de que les pagan por eso, o resentidos hablando en una cantina por las roscas que lo marginaron. ¿Cómo es eso de que “Quiero que me hagan una prueba o si no me dedico al estudio?”… No se sabe, en este caso, si lo dicen por resignación o por amenaza.

Hay algunos que no les gusta entrenar y quieren ser futbolistas. Hay otros que no les gusta comer o no saben descansar y quieren ser atletas de alto rendimiento. Hay ciertos ilusos que no han ganado nunca una competencia de jerarquía y sin embargo quieren que los prefieran por encima de otros que pueden mostrar logros. Hay padres que creen que porque su hijo es un afiebrado por el fútbol, porque desayuna, almuerza y come con fútbol, eso lo hace una estrella.

Lo que hay que saber es que nunca se sabe. Nadie puede estar seguro de quienes alcanzarán la gloria o quiénes no. Aunque haya algunos que prometan más que otros. Lo importante es emprender la carrera del fútbol como un proyecto de vida, sin descuidar el aprendizaje y la exploración de otras opciones. El mismo fútbol, incluso, te puede brindar otras alternativas…

Pero, te has preguntado alguna vez, joven amigo, ¿y si no eres futbolista, qué?...


agarizabalo@hotmail.com

Publicado en El Heraldo Deportivo, Septiembre 18 de 2007.
Publicado en la Revista del Deportivo Cali, Ago. 2007.




Y ESTUDIAR… ¿PARA QUÉ?


Por: Agustín Garizábalo Almarales


Gran parte de los problemas del mundo
se debe a que los ignorantes están seguros
y los inteligentes llenos de dudas”
-Bertrand Russell

El muchacho ha dejado el estudio porque tuvo problemas en el colegio: un profesor se la tenía montada, iba perdiendo algunas materias, usted sabe, no le daban permiso para los entrenamientos ni partidos, además, llegaba cansado de las prácticas de fútbol a su casa y su mamá se volvía intensa con la cantaleta de que se pusiera a hacer las tareas. Así que una pregunta ronda ahora en su cabeza: “¿Para qué estudiar si lo que yo quiero ser es futbolista?”

Lo cierto es que esta idea está matizada por algunas imágenes: un negrito en la portada de una revista deportiva abrazado a una imponente rubia; es lateral izquierdo de la selección Colombia y todo el mundo sabe que no estudió, pero véanlo ahí dándose chapa de ídolo. Otro es un delantero que jugó en el exterior y que se hizo célebre por sus escándalos a lomo de caballo y pistola al cinto. Aquél otro, un monito con pinta de argentino y corte de Beckham, aunque es de Turbo (Antioquia), prácticamente no habla, más bien balbucea unas cuantas palabras pero exhibe un carrazo de última generación y con frecuencia aparece en los diarios haciendo publicidad.

¿Qué es lo que hace que nuestros deportistas sean tan alérgicos a los temas académicos?

El futbolista tiene que entender que el estudio no es una opción sino una necesidad. Su carrera de atleta viene a ser como la del paracaidista que no sabe qué puede ocurrir cada vez que se lanza al vacío. Aunque le han dicho que su profesión cuelga de un hilo, prefiere seguir viviendo una vida de fantasía: viajes, fama, cocteles, gimnasios, halagos, dinero. Todos los futbolistas parecen entender que una lesión, un accidente o una mala temporada puede marginarlos sin remedio. Todos saben lo efímero que puede resultar un momento de gloria y sin embargo…. Vaya y dígales que procuren estudiar, que hagan algo útil con su tiempo libre y entonces le dicen que sí, que es verdad, que ellos saben, que van a hacerlo, ¡claro!, pero que ahora no porque no tienen tiempo, usted sabe, los entrenamientos, los partidos, los viajes, el carro, mi señora.

Cuando estos muchachos sean conscientes de que prepararse intelectualmente implica darse cuenta, tener más elementos de juicio para poder resolver situaciones vitales y enriquecer la perspectiva de sus vidas; cuando descubran que esta adquisición de conocimientos no es una fastidiosa carga si no un “arma” para defenderse de los que quieren aprovecharse de él, de los estafadores y aduladores que sólo llegan en los gratos momentos de bonanza (“si la víctima se hace más lúcida, le queda más difícil al verdugo”, reza una sentencia); cuando sean capaces de aprovechar ese cuarto de hora que les da la vida para mantener los ojos bien abiertos y asimilar al máximo esa experiencia extraordinaria, entonces tendremos mejores deportistas, construidos a partir de la conciencia de su ser, sintonizados con una profunda necesidad de transformar el mundo a través de sus realizaciones.

Qué bonito es ser un futbolista de valía y qué importante y qué bueno que le paguen muy bien por hacer lo que más le gusta. Pero cuando el hombre olvida que precisamente él es el producto que está siendo vendido, canjeado y traficado, y cree, por otro lado, que tiene el control del asunto, allí no hay nada que hacer. Lo perdimos. La gran paradoja del deportista es que se esfuerza obstinadamente para venderse a sí mismo, pero luego reniega por ser tratado como mercancía. Por eso resulta decisivo ese conocimiento del mundo y de su entorno, porque es el único antídoto contra la banalización y contra la pérdida de la dignidad. No hay otra fórmula: o estás enterado en qué aguas te mueves, comprendiendo las leyes del juego y sus fluctuaciones, o definitivamente eres carnada para tiburones.

Muchos se quejan de que no pueden estudiar por sus compromisos deportivos y en ciertos casos hasta tendrían algo de razón, pero no se trata sólo de eso. El mal fundamental es la falta de curiosidad, eso es lo que nos condena a ser dominados y ultrajados por otros. Lo triste es ver a los chicos suspendidos en el limbo, mirando hacia otro lado, distraídos como zombis. Ahora, sin embargo, existen tantas formas de educarse, que no necesariamente yendo a la universidad; si se puede adquirir una educación formal ni más faltaba, ¡fabuloso!, e insistimos, sería lo ideal. Pero si no, hay están los libros, las revistas, el periódico, el Internet, las charlas con gentes ilustradas o estudiar una carrera a distancia. Por algo en la sede de las divisiones menores del Boca Junior de Argentina, hay un inmenso letrero a la vista de todos los que llegan: “El fútbol es una posibilidad, el estudio una seguridad”

Pero lo verdaderamente importante es tener siempre una pregunta en la mente. Por qué esto y por qué lo otro. El conocimiento real parte de un cuestionamiento auténtico por querer saber las cosas, conocer cómo anda el mundo, comparar conceptos y realidades, entrenar el pensamiento a diario y para esto no es estrictamente necesario estar en la academia.

Basta con ejercitar la imaginación preguntándose por todo, leerlo todo, no sólo libros, también un gesto, un partido de fútbol, una situación singular, el giro de los acontecimientos. Quien lee sabe que su alma está en permanente formación. Usted se ha preguntado, como se pregunta a veces Abel Da Graca, “qué pasaría si Maradona fuera como Valdano”.

La clave está en adquirir el convencimiento de que la vida como futbolista es una ilusión mientras no se tomen las propias riendas. Quién va administrar los recursos conseguidos en esos pocos años. Cómo invertir ese capital económico y social que cayó como del cielo. Cómo salir bien librado de tantas tentaciones a las que se ve sometido un ídolo. ¿Cómo serán esos años venideros cuando haya pasado su cuartito de hora y vuelva a ser una persona normal? Recuerde lo que dijo un viejo sabio: “Cuando eres viejo para el fútbol eres joven para la vida”.

Y por supuesto, no perder la capacidad de sorprenderse y cuestionarse. La gente que no tiene dudas con seguridad se equivoca, dice el refrán.

Con razón uno de los futbolistas más centrados y realizados que conozco, cuando se encuentra conmigo y me ve angustiado tratando de terminar un escrito, me dice que no me preocupe, que las personas inteligentes son las que están siempre llenas de dudas. ¿Será verdad?


agarizabalo@hotmail.com

Publicado en El Heraldo Deportivo, Enero 8 de 2008.
Publicado en la Revista del Deportivo Cali, Feb. 2008.




ILUSIONES POSIBLES

Por: Agustín Garizábalo Almarales


“Caminante no hay camino,
Se hace camino al andar”
- Antonio Machado



Durante años, en mi labor como entrenador de fútbol, primero, y como Cazatalentos, después, he tenido el privilegio de estar muy cerca de jóvenes que luego se han destacado en el fútbol profesional. Como técnico o asesor de Selecciones Atlántico pude conocer el desarrollo deportivo y personal de futbolistas de la talla de Iván Valenciano, Víctor Pacheco, Henry "Ferry" Zambrano, Alex Comas, Osvaldo Mackenzie, Ricardo Ciciliano, Emerson Acuña, Yesid Trujillo, Heriberto Velandia, César Fawcett y Macnelly Torres, entre otros; y, como veedor, la posibilidad de hacerles un concienzudo seguimiento a muchachos que luego fueron enviados al Deportivo Cali como Abel Aguilar, Armando Carrillo, Freddy Montero, Antony Tapias, Edgar "Pipe" Pardo y Michael Ortega, entre varios, y siempre me asaltó la inquietud por saber qué cualidad o hecho especial pudo hacer que se mantuvieran en el ámbito competitivo, cuando, simultáneamente, otros jóvenes de condiciones futbolísticas similares, o, incluso, superiores, se malograron tristemente.

¿Qué los hizo diferentes? ¿Qué fue lo que tuvieron ellos que no tuvieron los otros?

Los humanos somos seres contadores de historias. Por lo tanto, una de las claves para saber si un chico tiene personalidad para triunfar es escucharlo hablar. Comencé a utilizar esta técnica con los futbolistas, quizá por mi formación de vendedor que fui, sin una intención definida, sin una estrategia clara, más bien como un recurso intuitivo. Yo no sabía conscientemente lo que estaba haciendo, pero me quedaba hablando largo rato con los jugadores que estaban en proceso de observación porque quería conocer sus historias, quería encontrar un hilo conductor, una constante en sus vidas, un factor común en todos ellos.

Hasta cuando, inesperadamente, encontré esta joya, un texto del psicólogo estaudinense Jim Loehr, especialista en orientar atletas de alto rendimiento:

“…Para tener un buen rendimiento y alcanzar el estado ideal –comenta Loehr- debemos ser cuidadosos con el lenguaje que usamos, las palabras que elegimos y, sobre todo, las historias que narramos. Las historias que contamos sobre nuestros competidores, sobre nuestra dieta y nutrición, sobre el torneo que se juega o sobre la rutina diaria, son a menudo más importantes que los hechos reales. Son las historias las que nos producen miedo, frustración, alegría y felicidad. Tienen un profundo efecto sobre nuestro destino. Por lo tanto, para ser efectivo bajo presión hay que narrar la historia apropiada…”

¡Caramba!, De modo que era eso. De modo que no es suficiente con tratar de hacer bien las cosas, con esforzarse y tener disciplina. También es clave la historia que vamos imaginando, el relato que vamos construyendo en nuestro interior. No es posible querer triunfar mientras nuestra mente está llena de temores y rencores al mismo tiempo.

“¿Cuáles son tus sueños?” – es una de mis preguntas favoritas porque quiero indagar ilusiones, conocer expectativas. Y he aquí que me he encontrado con magníficos detalles. Creo que el muchacho se equivoca cuando apunta hacia la periferia, cuando habla de ganar en Euros, por ejemplo, o cuando quiere tener carros, mujeres y hacer soñados viajes e, incluso, hasta comprarle la casita a la vieja, pero ni siquiera ha resuelto su bachillerato. Cuando aspira a jugar en Italia pero ni siquiera habla bien el español. Cuando sueña con ser una figura de la farándula deportiva, pero no sabe relacionarse con los demás.

Porque no es suficiente con ponerse a soñar. Hay que revisar cuáles son esos sueños y, lo más importante, analizar si son sueños posibles. ¿No ve que la principal fuente de frustración es elegir mal el camino?

Conviene entonces ir avanzando, conquistando metas asequibles, pequeñas metas volantes. Porque si la ilusión es demasiado ambiciosa o desmedida se corre el riesgo de abandonar rápidamente la lucha.

¿Será que la oportunidad caerá del cielo o habrá que buscarla en la confrontación vital día a día, minuto a minuto?

¿Cómo aspira a triunfar en la vida este joven si su presente está lleno de derrota y desilusión, si lo único que hace durante el día es repetir ochocientas veces el mismo reggueatón?


¿Cómo aspira a jugar en el Barcelona de España si ni siquiera es titular en una Primer C?

Y concluyo con una hermosa frase de Guillermo Arriaga, director de cine mexicano:

“La suerte es algo que se merece y hay que forjarla a pulso. La gente sin suerte es la que está distraída. La vida te abre una ventana durante tres segundos y se cierra. Y has tenido que estar muy alerta para aprovechar esa oportunidad. Yo he tenido suerte porque he estado atento las 24 horas”

Como puede verse, todo lo que vale la pena en la vida puede convertirse en una buena historia.

agarizabalo@hotmail.com

Publicado en El Heraldo Deportivo, Octubre 9 de 2007.
Publicado en la Revista del Deportivo Cali, Nov. 2007.





NOTAS ESCOGIDAS


Por: Agustín Garizábalo Almarales

1
El futbolista nace, pero luego se hace, se desarrolla. El niño viene con una predisposición orgánica y genética, pero hay que trabajarlo y orientarlo para que logre alcanzar el alto rendimiento. La Educación es el verdadero complemento de las potencialidades humanas.

2
A nuestro jugador lo pierde muchas veces el hecho de que a lo único a que aspira en la vida es a ser jugador de fútbol. Por ello, casi siempre la historia del jugador de fútbol es una triste historia. Se presenta una confusión en la escala de valores. Mientras el jugador crece lo rodeamos, lo apoyamos, lo volvemos importante. Le hacemos creer que es una figura. ¿Y qué pasa después, cuando ya no juega?... se enfrenta a una terrible realidad: debe asumir la responsabilidad de una vida para la cual no estaba preparado.

Ganaríamos más si educáramos al jugador como un modelo social que debe prestarle un servicio a la sociedad y no como alguien que debe recibirlo todo por su fama.

3
Se equivoca el joven cuando cree que el deporte es un camino fácil. Y elige muchas veces la profesión de futbolista como una manera de evadir sus responsabilidades como estudiante y como trabajador. Lo seducen la fama, el dinero y la facilidad de relacionarse con mujeres. Pero si piensa así está condenado al fracaso. Lo que fácil se consigue, fácil se pierde, dice el adagio. Y siempre será un fracasado aquel que se dedique a algo simplemente por facilismo o por emular a los demás, y no se da la oportunidad a sí mismo de realizar la mejor labor de que es capaz en otro campo. A esta vocación hay que ponerle más amor y paciencia que ambición.

4
Nuestro futbolista lo tiene casi todo: técnica, fuerza, rapidez mental, temperamento y picardía. Pero le ocurre como a los estudiantes de memoria fácil. Es desaplicado, se distrae con facilidad. Ayudémosle a que sea organizado, que adquiera disciplina.

5
A nuestro jugador hay que convencerlo de su propia capacidad. Hay que guiarlo para que aproveche su inteligencia. Al final él descubre que era mucho más que lo él que creía que era. Como anota Luis Alfonso Marroquín: Muchas veces pedimos limosna porque no sabemos lo rico que somos.

6
Madurez: Cuando se trabaja con niños, debemos saber que no son “futbolistas”, sino niños que juegan al fútbol. Es importante mostrarles a los padres y los niños que la madurez tiene que ver con el manejo de las frustraciones. En nuestra cultura somos muy proclives a querer evitar que los niños sufran decepciones y que lloren. Pero, como pedagogos, debemos saber que es inevitable que se den estas situaciones tarde o temprano. Es la formación del carácter a través del juego: Perder, Ganar, Acertar, Fallar. Mantener principios, Adquirir conocimientos, No traicionarse ni traicionar una causa. Vivir en comunidad, Adquirir tolerancia, Solidaridad, Respeto. Y, especialmente, aprender que en la vida no todo es como uno quiere. Si logramos transmitir algunos de estos parámetros, habremos dado un paso importante, especialmente si también convencemos a los padres de familia que todo es por el bien del niño.

7
Ser Profesional: Profesional es aquél que se consagra a una labor, independientemente de si gana dinero o no. Es aquel que asume con responsabilidad su vocación, quien realiza, con sus actuaciones un aporte al desarrollo de su actividad; por lo tanto, tenemos que lograr que los niños que juegan al fútbol “Se profesionalicen” en el sentido del cumplimiento del deber, de su entrega a una disciplina que él mismo eligió y le gusta; que “pague” entonces el precio de poder hacer lo que más quiere aprendiendo día a día, mejorando en cada entrenamiento, perfeccionando sus condiciones, esforzándose para no abandonar la brega cuando haya momentos críticos.

8
Respeto profundamente al futbolista que se consagra como tal. Y tengo fe en él. Me gusta la gente segura de su vocación. La gente que es capaz de seguir adelante a pesar de que muchos le abandonen. Me gusta la gente que es capaz de elegir su realización personal en circunstancias en que la mayoría de las personas optan por echarse a llorar y abandonarlo todo. Me gusta la gente que no le teme al sacrificio.


agarizabalo@hotmail.com

Publicado en El Heraldo Deportivo, Octubre 16 de 2007.
Publicado en la Revista del Deportivo Cali, Feb. 2007.

EL ARTE DEL GANADOR


Por. Agustín Garizábalo Almarales



“Si vas a emprender el viaje hacia Itaca,
pide que tu camino sea largo,
rico en experiencias, en conocimiento”
- Costantin Cavafis

Que la Paciencia es el arte del ganador, han dicho algunos sabios de la historia. Pero la práctica contradice este principio, si de los jóvenes actuales se trata. Como nuestro tema base es el fútbol, hablemos hoy de ese terrible desespero de los aspirantes a futbolistas (y, por supuesto, del de sus padres).

Es que quizás el fútbol ahora resulta una actividad tan promocionada que se ve como algo demasiado fácil. Se llega a pensar que es suficiente con sólo tener un dinerito, un buen contacto, la famosa “palanca” que se dice, y bueno, ir a probarse. Todos sueñan con emprender ese gran viaje, que no es el de Eneas o el de Ulises, pero no exento de los mismos grandes peligros.

Pero, estimados amigos, está demostrado lo devastador que resulta atreverse al éxito sin la preparación adecuada, sin haber cumplido la cita con el yunque y la fragua. Chopin no sólo compuso hermosas melodías clásicas, también nos regaló esta joya:

“El espíritu humano debe fortificarse en la lucha. Toda dificultad
eludida será un fantasma que perturbará nuestro reposo”

De manera que el primer episodio de esta empresa tiene que ser el aprendizaje minucioso para enfrentar las dificultades; sin este antecedente, no hay ninguna garantía. Los muchachos quieren triunfar pero sin prepararse antes. Quieren el jugo de caña pero sin usar el trapiche. Veamos lo que nos comenta el ingeniero peruano Luís Baba Nakao, en su documento “Hijos Triunfadores”:

En este mundo actual lo determinante para triunfar será el CARÁCTER, no necesariamente el conocimiento, como muchos pudiéramos creer. Tener temple, salir de fracasos adecuadamente, hacer de los fracasos un desafío y no una tragedia... eso será lo que buscarán los seleccionadores de personal”

Si este concepto también es válido para el fútbol, ¿por qué entonces ese afán por una oportunidad para ir a mostrarse, cuando primero habría que armarse bien, moral y físicamente, para emprender con posibilidades esa lucha?

Son proverbiales las angustias de los padres empeñando un televisor aquí, prestándole al “cobradiario” alla, pelándose la cara con los familiares y amigos para hacer una recolecta como si fuesen a pagar la factura de una clínica, porque, claro, al pelao hay que apoyarlo y se le presenta ahora una oportunidad para viajar con otros diecinueve muchachos con un profesor que tiene unos contactos en Medellín, Cali y Bogotá y se van de correría. Por supuesto que viajan los que pongan la platica. No importa si algunos tienen seis meses que no entrenan, no importa si el pelao es suplente en su equipo de liga, no importa si nunca ha estado en una selección o en un torneo de alto nivel. Y todo esto termina hasta convertido en un chiste: la gente empieza a burlarse en las canchas de que viajaron veinte y regresaron veintidós, que aprovecharon y les embarcaron a dos que estaban por alla atollados, y se rumora, no se sabe con que intención, que al que le quedó un buen billetico fue al profe. Lo cierto es que de esas Odiseas son muy pocos los que finalmente terminan consolidándose en algún club de importancia.

Aclaremos: no estamos en contra de que algunos aprovechen la oportunidad de buscar nuevos horizontes en otras latitudes, ni más faltaba. Lo que no compartimos es la manera apresurada e irracional como pretende hacerse. No puede un muchachito, en muchos casos delicaducho y enjuto, pasar fugazmente por una selección departamental o mostrar algunas condiciones más o menos interesantes, cuando ya los dueños de su pase (léase: directivos del equipo y los padres) deciden que vale algunos millones y la salida mesiánica es mandarlo a un equipo del interior del país. Incluso, ya es una práctica común entre los dueños y técnicos de los equipos de fútbol aficionados, seducir a las nacientes figuras, haciendo alarde de sus contactos y amistades con magnates y empresarios estelares, y hasta de Italia hablan.

¿Qué ocurre entonces?... Los envían a una aventura no muy afortunada; llegan a otras ciudades sin ninguna previsión, siendo mal recibidos, desatendidos y, en otros casos, ignorados. Comen mal, duermen apiñados sobre el piso en pensiones de mala muerte o en fincas sombrías y plagadas de mosquitos, obligados a demostrar sus verdaderas condiciones futbolísticas en situaciones desventajosas, participando en varios partidos de prueba continua, exigiéndose al máximo, llegando al límite de lo soportable. Y a los pocos días, muchachos, muchas gracias. Regresan con sus ilusiones rotas, fastidiados y desmoralizados.

“Muchos son los llamados, pocos los escogidos” dice la Biblia. Algunos no vuelven a salir de sus casas o no van a entrenar por varios días. Y ojo, si uno se pone a mirar en los equipos más cercanos de la primera C, por ejemplo, se encuentra con una cantidad de muchachos que tienen muchas horas de viaje, porque han recorrido casi todo el país en esa incesante búsqueda, e incluso, hasta algunos países extranjeros, y todo para tener que comenzar de nuevo a la vuelta de su casa.

Es que llegamos a creer que todo aquél que pone un buen pase, hace un gol o un amague, ya debería ser futbolista profesional. Y para ello, como ya hemos dicho en otras notas, se requiere de mucho más; el problema es que ahora todos quieren: jugadores, padres de familia, dueños de equipos, empresarios. Ven codiciosos las bondades económicas, la fama, la inmortalidad. Probablemente por vender esta idea estamos frustrando a muchos jóvenes que podrían tener futuro en otros deportes o en otras actividades. Si no estamos seguros de que el joven está bien preparado o de que tiene condiciones excepcionales, no lo embarquemos en esa aventura estúpida donde puede terminar arruinada su capacidad para soñar.

Con frecuencia les digo a los jugadores a los que les hago seguimiento de veeduría:
No se afanen muchachos, hay un momento exacto en que el jugador puede mostrarse. Dejen la ansiedad, dejen las dudas. Cuando se entreguen a su labor diaria, cuando se concentren religiosamente en lo que tienen que hacer, seguramente se llevarán una agradable sorpresa…

Pero háganlo con la prisa que tiene la flor para abrirse. Háganlo con la lentitud extraordinaria del crecimiento de una espiga. Recordemos a Martin Luter King: “Da tu primer paso con fe, no es necesario que veas toda la escalera completa, sólo da el primer paso”
O este bello fragmento extraído de Cartas para un joven poeta, de Rilke:

“(…) no calcular, no contar, sino madurar como el árbol que no apremia su savia, mas permanece tranquilo y confiado bajo las tormentas de la primavera, sin temor a que tras ella tal vez nunca pueda llegar otro verano. A pesar de todo, el verano llega. Pero sólo para quienes sepan tener paciencia, y vivir con ánimo tan tranquilo, sereno, anchuroso, como si ante ellos se extendiera la eternidad. Esto lo aprendo yo cada día. Lo aprendo entre sufrimientos, a los que, por ello, quedo agradecido. ¡La paciencia lo es todo!”

Y entonces, ¿cuál es el desespero?


agarizabalo@hotmail.com

Publicado en El Heraldo Deportivo, Febrero 26 de 2008.

PECADILLOS SUTILES



Por: Agustín Garizábalo Almarales

En el fútbol a veces pasa: De repente un joven, a todas luces un buen deportista, hijo de buena familia, que se sabe no acostumbra a trajinar por las noches, ni a exagerar en la mesa ni en el ocio, sino que, más bien, es de aquellos que se cuidan y son responsables, por lo menos es lo que uno cree y hasta pone la mano en el fuego por ellos, pero llega el día del partido y nadie entiende qué le pasa, hombre, el muchacho es un desastre, corre como si tuviera piernas de plomo, no atina a dar un buen pase, no le quita una pelota ni a la novia, deambula desconcertado en la cancha, tiembla como gelatina, se cae como hoja en otoño, no acierta, no aparece ni en el velorio de la mamá, y uno, que es el técnico, sufre angustiado pensando, carajo, qué fue lo que hice mal, a lo mejor me estoy excediendo con las exigencias físicas, o tal vez no, quién sabe, de pronto lo que le falta es más trabajo, vaya usted a saber. Lo cierto es que lo mata la duda cada vez que su pupilo se resbala cuando va por el balón o mira para el banco con una cara de desplazado, como pidiendo a gritos que lo cambien.


¿Qué es lo que ocurre en realidad? Bueno, sin descartar que eventualmente se presenten algunos fallos en el programa de entrenamiento, no es menos cierto que, a veces, los futbolistas jóvenes caen en una serie de prácticas y comportamientos, en apariencia inofensivos, pero que tiran al traste su preparación. Son pequeños deslices, pequeñas desavenencias, salidas del orden que parecen mínimas, pero contundentes a la hora de los balances, “Pecadillos sutiles” como dice un amigo cura.


Cualquier noche, por ejemplo, casi sobre las once y media, atacado por un poco de insomnio, entro a mi Mensenger y encuentro conectado a un niño que sé que tiene partido al día siguiente a las ocho de la mañana ¿qué hace despierto a esa hora? Le escribo para decírselo, especialmente por aquello de que la hormona del crecimiento se dispara durante el sueño, y se disculpa diciéndome que no se había dado cuenta de que era tan tarde. El chat siempre será tentador. De todos modos, mientras se despide de los amigos y amigas con las que chatea, se queda unos cuarenta minutos más conectado.


Algunos terminan su jornada de entrenamiento, casi a las seis de la tarde, y en vez de irse enseguida para sus casas a buscar la cena, se quedan pegados al chuzo de la esquina comiéndose una papa rellena, de esas fritas en mantecas saturadas y reutilizadas, y para pasar el atragante, una chicha de esas deliciosas pero trasnochadas.


Y si de manjares hablamos, vaya que no hay como una buena tira de butifarras, unas orejitas de cerdo o una trenza de chinchurria, cuando no una arepa rellena con trocitos de mollejas, rodajitas de chorizo y chicharroncitos crocantes y, por supuesto, la infaltable gaseosa; todo un lujo de merienda a eso de las nueve de la noche cuando el hambre aprieta y es hora de atosigar esas ansias de colesterol.


O al revés: por estar jugando a Play Station o distraídos hablando por celular, son hora y horas sin beber un sorbo de agua y sin probar bocado, lo que los lleva al límite de la deshidratación y eso que no hemos mencionado cuando les toca irse de largo del colegio para el entrenamiento y aunque resulta un sacrificio loable y aplaudido por todos (seguro que la única que no está de acuerdo es la mamá) tarde o temprano la debilidad se hará evidente hasta con un desmayo.


En ocasiones puede que se junten unos cuantos pecadillos: además de los ya expuestos, ocurre que la gallada del barrio, esa noche, pasa a buscar al pupilo para que los refuerce en un partido de fútbol cinco que se efectuará en una cancha sintética cercana; y éste, ni corto ni perezoso, se convierte en el alma del juego, en el héroe de la jornada, corriendo y metiendo, haciendo goles, mejor dicho, la figura del partido, porque a nadie le gusta perder, hermano, usted sabe, sin contar que, más tarde, a su regreso, ardiendo en su adolescencia, se mete en un cuarto ajeno y termina siendo cobijado por la muchacha de la casa que tiene la manía de consentirlo.


Lo cierto es que ese viernes, los profesores hacen sus acostumbradas rondas telefónicas y llaman a la casa del muchacho y bueno, es su mamá, pobrecilla, la que tiene que asumir el rol de secretaria celestina para decir que el pelao ni siquiera ha salido a la esquina y que esa noche, mire usted, ha estado tan juicioso y organizado que más parece una hermanita de la caridad. El pobre.


Y no es que el joven lo haga siempre con la mala intención de ignorar las normas. No. Es que a veces no lo sabe. Sencillamente piensa que no está haciendo nada malo, que su comportamiento es inocuo, inofensivo. Él cree, por ejemplo, que irse para la casa de un amigo a jugar buchácara o billar es estar tranquilo y concentrado, pero no se da cuenta de que en esos juegos, si se pusiera a contar las vueltas que da en cada atacada, podría estar caminando kilómetros inocentemente.


Y cuando están en una selección departamental o van con sus equipos a un torneo importante en otra ciudad, la diversión favorita es salir de shoping, es decir, recorrer emocionados los almacenes de ropa, música y zapatos deportivos para no comprar nada, sólo para cumplir con ese ritual de andar vitrineando o tomarse algunas fotos. Muchas veces los equipos visitantes pierden más porque sus jugadores están sin piernas por estas aventurillas faranduleras que por la calidad de los equipos locales.


De cualquier forma, toda acción irracional tiene sus consecuencias, enseña la sabiduría popular. Al final dichos deslices se reflejan en el rendimiento deportivo y ya de nada valen las lamentaciones, las angustias y las dudas. Son pequeños detalles que marcan la diferencia entre alcanzar un logro o fracasar en el intento. No ayudan para nada al aspirante y más bien van creándole una predisposición hacia el error y la fragilidad. Por algo, sobre el particular, Emily Dickinson, en 1886, nos hizo esta advertencia:

“Derrumbarse no es un acto de un instante
ni una pausa fundamental;
Los procesos de deterioro son decadencias organizadas.
Primero se forma en el alma una telaraña,
Una película de polvo, una avería en el eje,
Una herrumbre elemental.
La ruina es ceremoniosa,
un trabajo de mil demonios,
consecutivo y lento.
Ningún hombre se ha desplomado en un instante; resbalarse poco a poco es una ley de la caída”

agarizabalo@hotmail.com
Publicado en El Heraldo Deportivo, marzo 11 de 2008.

MOMENTO CRÍTICO


Por: Agustín Garizábalo Almarales

Con frecuencia alguien pregunta: ¿Oye, y qué pasó con aquél pelao que jugaba tan bien?... ¿Por qué todavía no ha llegado al fútbol profesional?... Generalmente suele ocurrir con jóvenes que sobresalen desde muy niños: el número diez del equipito del barrio, el goleador del torneo de la liga o un defensa central que se destaca por su elegancia, constituyen ese tinte de gracia que motiva a la fanaticada del fútbol aficionado a seguir con deleite cada partido los fines de semana. De repente el pupilo, el ídolo en cierne, es llamado a una selección departamental (¡Ni para qué decir Selección Colombia!) y he aquí que sufre una transformación: el chico empieza a ser popular, a gozar de ciertos privilegios, a recibir halagos; aparece en los diarios, concede entrevistas por la radio, sus goles los repiten en el canal regional, goza de ciertas prebendas en el colegio donde estudia, como permisos de todo tipo, evaluaciones especiales, exoneraciones, ayudas económicas y hasta homenajes, en una especie de dudosa idolatría que acabará por confundirlo si no se le prepara también en otras áreas de la vida.

De esto nos queda una analfabetismo disfrazado, un chico de pelo largo que sube en pantaloneta y camisilla a los buses, que ya no hace los mandados en la casa, que tiene varias noviecitas, que vive para el fútbol, que vive la ilusión de ser “futbolista”. Lo embriaga el “síndrome de la posibilidad”, es decir, la gente lo ve jugando y exclama: “¡Ese pelao tiene futuro!”. En casa lo apoyan hasta el colmo de que los padres y familiares no se pierden un partido donde juega el muchacho así haya que ir a la propia Conchinchina.

Pero pasa el tiempo. El joven cumple 20 años y se muere de ansiedad. Algunos de sus compañeros de juego aparecen ya en la nómina de los clubes profesionales y otros hasta sobresalen en la tabla de goleadores; unos ganan bien, otros, no mucho, pero ahí están, suenan. Pero… ¿y éste?... “¿Y yo?”-se pregunta-. Sus posibilidades son algo remotas: quizás una selección sub-21 para mostrarse y volver a tener vigencia o por ahí una primera B, o incluso, hasta una C.

Lo ve uno desesperado, quejándose de su mala suerte, esperando ansioso o buscando aquí y allá sin saber qué hacer. Sigue teniendo pinta de futbolista pero su carrera está en veremos. Aunque alguien le ha dicho que un empresario lo quiere llevar a Argentina, pero claro, le toca bajarse del bus con un billete largo. Continúa entrenándose, por supuesto, para no perder la costumbre pero ya empieza a alternar con muchachos que nunca llegaron o que ya están de regreso siempre a la caza de una nueva oportunidad. Un amigo periodista le consigue un contacto con otro periodista de otra ciudad que lo pondrá en contacto con un empresario que a su vez tiene un contacto con un directivo de un club profesional. ¡Nada, hermano! El dueño de su equipo le saca los pasajes y va a probarse a un modesto club de la B. ¡Tampoco, no juegue! Viene e intenta conseguir un empleo, lo que sea: nada más difícil. No sabe si ponerse a estudiar, quizás el Sena o computación…O de pronto por ahí un trabajito, así sea de mensajero.

Lo trágico es que como ya ha dejado de ser ídolo en su casa, su papá no lo soporta con su pinta de niño grande y lo presiona, que vaya a trabajar, carajo, que busque cualquier cosa. Este a su vez presiona al dueño del club, que le consiga algo o que le dé el pase, dice que tal equipo lo quiere, pero debe llevar el paz y salvo. Gratis, por supuesto. En medio de esa situación tensionante se toma sus cervezas a la vista de todo el mundo y la gente empieza a decir que se está echando a perder. De repente, y para colmo de males, la muchacha de la esquina, una flaquita ella, sale embarazada (¡Ay mi madre!); no es la oficial, pero habrá problemas. Entonces se detiene y se pregunta: ¿Y ahora qué?...

Ese es un gran momento crítico para un futbolista que no sabe qué camino tomar. Crisis significa punto de decisión; es llegar al cruce y no tener señales. Pero la vida exige avanzar irremediablemente, por lo tanto quedarse estático resulta fatal. A ver, ¿y qué hace ahora este muchacho? Pues tendrá que tomar otro rumbo, emprender una nueva carrera, empezar una nueva vida acaso. Sin embargo, algunos aplazan por años esa decisión; se resisten porque aún les queda un hálito de esperanza, un puede ser, tal vez, de pronto, quizás….

Lo grave es que el joven había apostado todo a una sola fracción y por eso termina triste, resentido, decepcionado, hablando mal de los técnicos, directivos, periodistas y de toda la fauna futbolera. Y como ya lo hemos dicho en otras notas (y lo diremos mil veces de nuevo), el futbolista debe acabar con aquello de que es estudiante o es futbolista. El ser deportista, no compite con una formación académica o técnica ni evita que se puedan asumir oficios de tradición familiar. El fútbol no puede tomarse como una carrera efectiva porque no tiene garantías y apenas viene a ser una alternativa seductora. El joven puede ser muy buen jugador, adquirir toda la experiencia exigida y hacer todo lo que el manual recomienda y sin embargo… Por ello, prepararse en otras áreas de la vida incluye una serie de opciones que permiten una mejor elección en un momento crítico como el aquí comentado.

Tal vez, por ejemplo, aquel señor que sube por las gradas sea también un futbolista frustrado, pero habrá ganado en otra franja de la vida, asistirá al estadio con boleta numerada, a lo mejor un auto lo espera en el parqueadero y seguramente podrá gritar los goles de su equipo amado con mucha más satisfacción.

Tuvo opciones….

agarizabalo@hotmail.com

Publicado en El Heraldo Deportivo, Enero 15 de 2008.

CONOCER EL JUEGO

Por: Agustín Garizábalo Almarales


Afirmar que la mayoría de nuestros futbolistas no conoce el juego que practica, puede resultar algo azaroso, o peor aún, ofensivo. Pero no se trata, de ningún modo, de sarcasmo sutil o vulgar. Es mejor entonces que sustentemos nuestra tesis:

El futbolista, en casi todos los países latinos, marcados por esa actitud individualista frente a la vida, producto del subdesarrollo cultural y económico de nuestros países, está todavía mentalizado para jugar por él y para él. Preocupado como está (y con razón) por salvar o mejorar su situación económica y la de su familia, no tiene tiempo ni energía para ver más allá de sus propios intereses individuales y entonces el “fútbol colectivo” se lo dejan a los técnicos.

El fútbol moderno, pese a todos sus detractores, ha mejorado. Se ha vuelto complejo, es cierto, pero ha mejorado en su concepción estética como juego de conjunto y nivel competitivo. Lo que implica asimilar una cultura futbolística para comprenderlo y disfrutarlo desde otra perspectiva. Es decir, se requiere conocer el juego.

Pero los futbolistas, para empezar por lo más elemental, ¿conocen el juego?...No, en su gran mayoría. Todavía el jugador está concentrado, más en su propia actuación particular, que suele ser casi instintiva, y deja de lado la comprensión del juego colectivo, que debe ser más analítica y racional. Y aún más, los jugadores se someten a los trabajos tácticos más con resabio que con agrado. No dominan los conceptos, y se aburren al intentar la más breve intelectualización. No les interesa. Su única preocupación en la cancha es lucirse con la pelota, pelear con los compañeros para que se la den, intentar el gol imposible, la jugada de fantasía, la finta espectacular, porque aquí es sálvese el que pueda, bobo el último, porque al final, aunque diga lo contrario en las entrevistas después de los partidos, usted sabe, “lo importante es el equipo, etc”, la única intención es marcar diferencia de manera individual para que de pronto algún empresario de esos que hacen magia con los videos le consiga una “palomita” al otro lado del charco.

¿Qué nos muestran entonces?... un fútbol por fracciones. Por parcelas. La resolución del compromiso llevada a su más mínima expresión: el uno contra uno. Es necesario, por tanto, que el futbolista se esfuerce por comprender el juego de una manera más amplia y conozca las bondades del juego colectivo, que no necesariamente opaca la brillantez individual. Porque, aunque muchos no lo entiendan, la complejidad de la táctica colectiva es la búsqueda de una simplificación eficaz del arte de atacar y defender, que es, en esencia, el fútbol.

Pero actualmente los jugadores casi ni hablan de fútbol entre ellos, tan ocupados como andan con sus celulares, sus reproductores de MP3, sus I Pood, sus interminables incursiones en el Chat, sus compromisos de farándula. O en el afán por mejorar su apariencia de divo. Los ve uno cuando van en el bus para los entrenamientos, cada quien por su lado, sus audífonos puestos escuchando no se sabe qué (imaginamos que la sospechosa música de siempre) o entretenidos en un juego del celular, pero nadie mira hacia su lado, nadie aprovecha, como antes se hacía, para comentar con el compañero sobre las jugadas fallidas o acertadas del partido anterior o las posibles contingencias del próximo encuentro. Definitivamente al fútbol actual le hace falta tanta oralidad, tanta comunicación, tanta interacción entre sus practicantes que a veces ni los nombres se conocen. “¡Oye, catorce, pónmela!”… se escucha con frecuencia en una cancha.

Además, habría que acabar con aquel mito de que los estudiosos del fútbol deben ser exclusivamente los técnicos. Los futbolistas, como verdaderos profesionales (y aquellos que aspiran a serlo) también deberían privilegiar algunos esfuerzos para el análisis y la investigación de la actividad que desarrollan. Ahora, ¿Cuándo un jugador se dedica a querer saber y preguntar? Pues cuando se retira y se le ocurre que puede ser entrenador. ¡Ah!, entonces sí, venga y explíqueme profe, ¿cómo es la cosa?, cuénteme, cómo hago, qué digo, qué leo, muy interesante, no sabía, qué bueno, ¡increíble!... Se ven tan asombrados y tímidos, a veces tan nerviosos y dubitativos que uno no puede menos que preguntarse: “Bueno, ¿y éste dónde estaba metido, ah?”

Encontramos, sin embargo, una resistencia a la actualización, no sólo en muchos futbolistas, sino en los técnicos, directivos, observadores y comunicadores. ¿Cuántos futbolistas activos asisten a un curso de fútbol?... ¿Cuántos leen un libro de táctica?... ¿Cuántos se interesan en preguntarle a su técnico?...

Es más fácil seguir con lo que se tiene y alzarse de hombros. Es más difícil analizar, investigar, descubrir posibilidades. Y el fútbol actual necesita de una actitud de cambio, desde adentro, desde su ente más importante: el futbolista. No sigamos diciendo entonces que los técnicos tienen la culpa de lo que no nos esforzamos siquiera por comprender.

agarizabalo@hotmail.com

Publicado en El Heraldo Deportivo, Enero 29 de 2008.