viernes, 28 de marzo de 2008

¿JUEGO DE NIÑOS?


Por: Agustín Garizábalo Almarales


Por razones de mi trabajo tengo que presenciar muchos partidos de fútbol de la categoría infantil y de veras que me encanta salir desde muy temprano, los fines de semana, a cumplir cabalmente con esta labor. Resulta común observar a los niños impecablemente equipados, cual maquetas de futbolistas, realizando ejercicios de calentamiento con solemne formalidad. Luego comienza el partido y los vemos trenzarse en una disputa fantástica, algunos jugando en sus canchitas de adentro, es decir, en sus almas, imaginando que son Ronaldinho Zidane o Messi, o en el más sublime de los casos, Oliver Atto, el de los Supercampeones.

Pero, simultáneamente, se inicia otro partido, el del entorno: el de los técnicos, padres de familia y fanáticos, en un espectáculo a todas luces grotesco, porque no puede uno concebir a tantas personas adultas vociferando una suerte de barbaridades más o menos insólitas. Los técnicos con su catálogo de términos, narrando lo errores, recriminando a sus pupilos porque no hicieron un achique o un cierre, los padres gritándoles a sus propios hijos, aplaudiéndolos cuando hacen una pequeña gracia o entregan un buen pase, llevándoles agua o regañándolos según el caso, a veces incitándolos a que trampeen, a que devuelvan golpe por golpe, como si en aquel momento estuviese en juego la supervivencia de la especie o el honor de la familia.

Aquel señor, por ejemplo, de apariencia respetable, quizás todo un ejecutivo en su empresa, se desluce cuando se pone a discutir estupideces con una fanática de la otra barra. Aquella señora elegante –muy emperifollada ella- cree que puede poner en duda las preferencias sexuales de los técnicos del otro bando cuando expresa impunemente que a ella le dijeron que esos tipos eran de “manos partidas”. ¡Cuánta agresión, señores!

(Conste que no hemos hablado de cuando estos insultos y ataques verbales, considerados “normales” , por lo frecuentes en ese círculo, degeneran en verdaderas batallas campales y trifulcas primarias; ni tampoco hemos venido a comentar lo que les ocurre a esos pobres muchachos que se atreven a vestirse de árbitros para estos partidos)

De esto que nos queda?... un grupo de niños ansiosos y agresivos, que discuten todas las decisiones del juez, que violentan a los contrarios, que corren y se estrellan más que juegan y se divierten, porque “aquí hay que meterle”, decía un técnico. Niños furiosos y frustrados, expertos en quemar tiempo, en botar la pelota, en sacar codo, en gritar vulgaridades. Desaparece la fantasía y sólo quedan soldaditos de plomo intentando cumplir fielmente las órdenes de sus generales.

Y si por casualidad algunos de esos adultos se ha tomado unos tragos o está amanecido, Dios mío, el tipo se figura que los niños deben complacerlo a él haciendo tal y cuales cosas; y si el hombre ha invitado a sus amigotes y el equipo de sus amores está jugando mal, sencillamente pierde el juicio y en su perorata atropella a cualquier ser humano que se le atraviese. Lo peor es que el orate cree que le cabe todo el derecho de hacerlo, por el hecho de que, como él mismo dice: “Aquí donde usted me ve, yo también jugué fútbol”.

Estamos de acuerdo en que se acompañe al niño en sus faenas deportivas, ni más faltaba. Ese apoyo es primordial, definitivo. Y es maravilloso ver a los padres, entrenadores y fanáticos disfrutando y haciendo de un encuentro de fútbol una fiesta, porque ejemplo los hay. También hemos presenciado partidos donde se ven la integración, el respeto y la ética deportiva. Eso es lo que debe ser. El fútbol infantil tiene que ser sano, alegre, recreativo, lúdico, no una fuente de agresión, frustraciones y amarguras. Y creemos que es necesario revisar principios y comportamientos, especialmente entre aquellos adultos que piensan que lo más importante en la vida es ganar a toda costa en un evento deportivo o creen que la mínima confrontación humana debe degenerar en violencia.

Sencillamente, dejemos jugar a los niños, porque, por encima de todo, ese es su juego (no el de nosotros) y esto es lo único que ellos quieren: jugar y divertirse. Lo otro es acabar con su alegría infantil, el más caro patrimonio que pueda tener un niño.

agarizabalo@hotmail.com
Publicado en El Heraldo Deportivo, Marzo 18 de 2008.

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