sábado, 29 de marzo de 2008

UN FUTBOLISTA EN LA FAMILIA

Por: Agustín Garizábalo Almarales

Hace algunos años el fútbol dejó de ser una actividad menospreciada por los padres de familia bien y ha pasado a ser una aspiración de todo padre tener un futbolista en la familia. Las nuevas generaciones de esposos ven con muy buenos ojos que el nene empiece a patear pelota desde la cuna y todavía con tetero al cinto y olor a canime lo inscriben en una “escuela de fútbol”. Y son los padres, a partir de allí, los permanentes impulsadores de la futura “profesión” del muchacho, motivados como están por tantos halagos que promete el fútbol, toda una suerte de reconocimiento, fama, dinero y ascenso en la posición social.

Pero, aún hoy, son muchos los padres de futbolistas jóvenes que se encuentran desubicados con respecto a la responsabilidad que deben asumir frente a la actividad deportiva de sus hijos. En ocasiones, por ejemplo, el hijo permanece durante varios años fichado para un equipo aficionado y jamás se cuidan por averiguar cuáles son las actividades que allí se realizan ni qué tipo de calidad moral y humana poseen las personas que lo manejan en el club. Su posición suele ser más de indiferencia, en tanto que demuestran su fastidio por el gasto de transporte o cualquier otra solicitud de carácter económico que el muchacho demande.

Vemos padecer al pobre joven que no tiene ni un par de guayos para las prácticas y los partidos y le toca depender de la buena voluntad de sus compañeros que, a veces a regañadientes, le hacen el favor de prestárselos. Luego nos enteramos que el padre es dueño de un restaurante, una estación de servicio, o –el colmo de los casos- gerente de una fábrica de zapatos deportivos. Es que algunos padres prefieren endosar esas “molestias y obligaciones” a los dueños del club. Generalmente increpan al muchacho diciéndole: “Bueno, pero, y entonces, ¿qué te están dando en ese equipo?... ¿es que ni siquiera te pueden dar un par de tacos?...”

Por ahí un buen día, en medio de la euforia de unos tragos, comentará con orgullo, a sus amigos de parranda, que tiene un hijo que juega al fútbol, y le han dicho además que juega bien el pelao, eso sí, haciendo la salvedad de que nunca lo ha visto jugar, como si esa pose lo hiciera más meritorio. Quizás otro buen día, agobiado por la curiosidad y el sentimiento de culpa, se arrimará por la cancha como quien no quiere la cosa y observará desde lejos el accionar de su pequeño (ahora es su pequeño), que luego, entre emocionado e incrédulo le presentará a los directivos y técnicos del equipo, y después, al calor de unas cervezas, el padre se disculpará por su negligencia del pasado, achacándola, desde luego, al exceso de trabajo y sus ocupaciones, no sin antes abrumarlos con detalles sobre sus faenas como puntero izquierdo cuando jugaba en el glorioso equipo del barrio.

Estos padres en realidad, no asimilan la actividad deportiva de su hijo como un complemento a la formación que el joven recibe en el hogar y el colegio, especialmente ahora cuando las escuelas de fútbol se cuidan de contratar licenciados en educación física y profesores preparado que le ofrece al niño una orientación no sólo en el ámbito deportivo sino también personal. ¿Cuántos muchachos no se hallan fuera de la droga y otros vicios por sus vínculos con el fútbol?... ¿cuántos no han mejorado su comportamiento agresivo y antisocial -que los convertía en delincuentes en potencia- sólo porque a través del fútbol se canalizó esta energía hacia conductas más sublimes?...

El fútbol se ha masificado a tal grado que lo extraño resulta ahora encontrar algún muchacho que no lo practique. Es bueno que todos quieran jugarlo. Lo malo está en que el padre trate de imponerle a su hijo lo que él anhela y no consulte con aquel lo que realmente quiere. Testigo soy de circunstancias en que el niño juega el fútbol por diversión, pero es el padre quien lo presiona para que se esfuerce y sacrifique, sin tener en cuenta que puede estar estropeándole para toda la vida su capacidad para disfrutar de ese deporte.

En definitiva, el fútbol sigue siendo el mismo, pero la actitud de los padres ha cambiado porque este deporte mejoró su status y sus posibilidades económicas. No obstante, el fútbol aficionado continuará siendo, por fortuna, un balón perseguido por los chicos que disfrutan del juego y se dejan seducir por sus misterios.

agarizabalo@hotmail.com

Publicado en El Heraldo Deportivo, Noviembre 27 de 2007.


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