sábado, 29 de marzo de 2008

DEJAR EL LÁTIGO

Por: Agustín Garizábalo Almarales

Trabajar con seres humanos supone una alta cuota de responsabilidad, toda vez que se genera una serie de relaciones complejas, producto de motivaciones, expectativas, ambiciones y sensibilidades disímiles. Este precepto resulta particularmente importante si de educar niños se trata; por tanto, es necesario que esta interacción se enmarque en la nueva tendencia educacional que refuerza los comportamientos positivos y deja de lado –por fin- aquella célebre frase: “la letra con sangre entra”.

Todo proceso educativo, más que la asimilación de un cúmulo de información o el engullimiento de un catálogo de instrucciones, es, en esencia, -y a la larga-, la aprehensión de actitudes y sentimientos comunicados y adquiridos a través de las actuaciones, conocimientos y personalidad de los padres y maestros.

Un entrenador de fútbol (especialmente si trabaja en categorías menores) debe “dejar el látigo”. Su orientación debe estar basada en la comprensión del ser humano, regida por conceptos humanísticos que le ayuden a conseguir sus objetivos. Además de conocer muy bien la materia que enseña y su consecuente metodología, el entrenador debe saber exactamente qué es lo que quiere conseguir con su equipo y, especialmente, de qué manera lo va a lograr. Esto es lo más importante. Veamos algunas consideraciones al respecto:

Tener concordancia: hemos visto a entrenadores acercarse a la raya completamente irritados y descompuestos gritándoles a sus pupilos: “! Cálmense, cálmenseeeee!”. Igual ocurre con aquél que les ordena a sus dirigidos que no discutan con el árbitro, pero es él quien inicia los reclamos y hasta se mete a la cancha. Aquí no se practica lo que se predica. No hay concordancia.

El arte de corregir: ser claros y concisos al momento de una corrección. Y no seguir después con cantaletas permanentes que desdibujan el criterio de autoridad. Además, si es necesario sancionar, hay que hacerlo, pero demostrando que es por un comportamiento negativo del niño, mas no por su persona. Será de vital importancia, entonces, hacerle después una pequeña demostración de afecto: una mano en el hombro, una gaseosa, una broma. A pesar de estar sancionado, el niño comprenderá que sigue siendo útil e importante y que sólo debe mejorar determinados comportamientos.

Margen de error: es frecuente que esperemos demasiado del rendimiento de nuestros dirigidos. Esto es erróneo porque siempre habrá algo que mejorar, detalles por corregir. ¿Qué pasaría si los niños jamás se equivocaran?... sencillamente los profesores no tendríamos trabajo. Es lastimoso ver a algunos entrenadores perfeccionistas que “Narran” todos los fallos de sus pupilos, tornándose fastidiosos para el público y para el propio equipo. Es necesario manejar un margen de error, porque nadie podría hacerlo con perfección todas las veces, ni aún los profesionales que están dedicados exclusivamente a ello; luego, se deduce, que este margen de error deberá ser mucho más amplio para los niños y futbolistas aficionados en general. La peor equivocación nuestra ocurre cuando esperamos que los niños nos respondan como adultos, o, más grave aún, como máquinas automáticas.

Estimular más, criticar menos: cae uno frecuentemente en esa práctica de resaltar solamente los errores, sin fijarnos que quizás fueron más los aciertos. La mente humana es una buscadora de metas. Si reforzamos lo bueno, si estimulamos al niño con frases y pensamientos positivos y de autoestima, lo estaremos conduciendo a que crezca sin temores.

Saber escuchar: casi siempre los niños se quejan de no ser escuchados. Ellos quieren conservar cierta independencia y tienen sus opiniones. Acostumbramos a prejuzgar al creer que todos son iguales y tienen los mismos intereses. Nada más alejado de la realidad. A veces hablamos demasiado y somos muy proclives a dar tantos consejos. Muchos problemas podrían solucionarse si sólo escucháramos. Los niños no están interesados en conocer demasiadas respuestas, en realidad están interesados en saber cuáles son las preguntas indicadas. Ellos tienen (para ellos) todas las respuestas.

Enseñar actitudes: el positivismo, la alegría, la seguridad en sí mismo, la voluntad hacia el trabajo, son sentimientos y actitudes que sólo pueden ser comunicados a través de un ejemplo auténtico. Sólo cuando se demuestra en la práctica que se tiene una personalidad digna de confianza, el niño se dejará orientar sin resistencias. Pero hay que dejar el látigo; se caza más moscas con miel que con vinagre, señala el adagio. Porque la Educación, como escribiera Saint D’exùpery (autor de “El Principito”), “Es el arte de conducir al otro ser, amablemente, hacia sí mismo…”.

agarizabalo@hotmail.com

Publicado en El Heraldo Deportivo, Diciembre 11 de 2007.

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