sábado, 29 de marzo de 2008

POR FORTUNA SE EQUIVOCAN

Por Agustín Garizábalo Almarales

“Gracias por tomarse la Escucha,
en una época en que la gente está desesperada
sólo por tomarse la Palabra”
Diego Marín Contreras

La tragedia empieza cuando la madre o el padre le dicen: “tranquilo, mijo, que yo hablo con el profesor”. A partir de allí suceden tantas situaciones equívocas que los padres terminan después apurados, quejándose: “La verdad, ya no sabemos qué hacer con ese muchacho; por favor profe, hable con él”. Ya entonces puede ser tarde. Quizás a esas alturas las relaciones están tan deterioradas que el joven no reconoce autoridad en aquel par de señores. ¿Cómo se ha llegado a este punto tan dramático?

Es que los adultos tenemos que saber cómo es la cosa con los pelaos. De lo contrario terminamos siendo manipulados, rebasados, confundidos sin saber qué hacer. ¿Para qué lo busca a uno un adolescente si no es para pedirle un favor? Son adolescentes precisamente por eso, porque carecen de todo. No tienen nada claro, no tienen trabajo, no tienen experiencia, no tienen sexo garantizado, no tienen dinero. A veces ni vergüenza. Sólo deseos y ambiciones. Y mucha rabia. Bueno, pero ese es su mecanismo de defensa. Por eso esa cara de aburrimiento, ese ceño fruncido, ese rictus en la boca, ese mirar para otro lado conservando convenientemente una mueca de irritación, porque saben que esa es la mejor manera de mantener a raya y bajo su dominio a la madre, por ejemplo, que casi le ha tocado hacer una tesis de grado con todas las señales ambivalentes que le ha tocado estudiar para ver cómo no fastidia al niño.

En el Pequeño Larousse la palabra “Adolecer” precisamente se coteja con tener algún defecto o vicio o sufrir alguna enfermedad. ¡Imagínese! Luego, se podría decir, haciendo un ejercicio de libre asociación y utilizándolo como recurso retórico, que la adolescencia se padece. Caen los jóvenes en un estadio donde se les trata como niños pero se les exige como adultos, por lo tanto, no están en condiciones de dar. Algunos, incluso, llegan a cree que madurar es poner cara de amargado. Lo que necesitan entonces es orientación y si uno se fija bien, la viven pidiendo a gritos. ¿No ve que lo primero que puede perder un muchacho es la seguridad en si mismo?

Se trata entonces de superar ese abismo entre generaciones, construir puentes seguros para llegar al otro ser a través de la comprensión de sus momentos de crisis. Generalmente los adultos nos equivocamos por la forma en que abordamos al paciente: siempre esa manía de sentirnos con la obligación de darles consejos, esas críticas ácidas porque usan el pelo así o asao y por esa ropa que se ponen y ni hablar de la música que escuchan o de los amiguitos que se gastan. No en vano con frecuencia están prevenidos frente a nosotros. ¿Por qué siempre queremos que piensen y se porten como adultos si no lo son?...

Con seguridad esta relación mejorará cuando los dejemos ser. Cuando entendamos que son seres imperfectos, inseguros, infantiles. Que necesitan mucho de nosotros. Si observáramos más sus acciones y quietudes, si escucháramos más sus necedades y aciertos, si fuéramos un poco más tolerantes con su caos, si los analizáramos más y los cantaleteáramos menos —porque ese estudio sí hay que hacerlo, eh—, conoceríamos sus verdaderas motivaciones y quizás encontremos entonces las rutas apropiadas para hablarles en el momento preciso, cuando realmente están interesados y son vulnerables, cuando son sensibles a las preguntas que indagan sobre sus ilusiones y frustraciones, porque les encanta hablar de ellos mismos (¿y a quién no?) porque resulta que en esos momentos las barreras se convierten en puentes y las debilidades en fortalezas y el mejor estímulo viene a ser cuando el propio muchacho percibe repentinamente que está creciendo. En muchos casos de manera dolorosa y cruel, pero sabiamente es así.

Por tanto, recordemos esta premisa: se van a equivocar, más temprano que tarde. No obstante, hay que tener la seguridad de que ellos van a mejorar. Además, es imperioso transmitirles esa idea. Y que ellos la perciban. Ese es el primer paso para entrar en sus vidas. Porque sino podemos aceptar que en algún momento van a cambiar y van a encontrar su camino personal, sino podemos entender que esa fase crítica es apenas una transición, como un pequeño edificio en obra negra, no hay nada que hacer. El arma fundamental tiene que ser la paciencia. Intentar, corregir, intentar de nuevo y esperar, esperar y esperar. Quizás en algún momento nos sorprendan. Recuerde: “Hombre en construcción” dice el aviso.

Suele ocurrir, en cambio, que nos mostramos profundamente decepcionados y devastados por algunas de sus acciones, cuando no hacemos de plano el vaticinio de que ya no tienen remedio ¿qué es lo que espera un adolescente de nosotros? ¿Que terminemos de aplancharlo y lo apabullemos definitivamente o que le demos pistas para salir del hueco? ¿No será mejor mostrarle de una vez por todas que la vida es imperfecta? ¿Que pese a todos los esfuerzos que hagamos siempre habrá algo que corregir, algo por mejorar, inclusive, algo de qué avergonzarnos?

Porque lo más importante es que en esa edad incierta alguien logre hacerle un análisis en su justa medida, que consiga hablarle claramente de sus posibilidades y carencias, y eso lo va agradecer toda la vida. Es todo un ejercicio pedagógico que si se hace con la metodología adecuada puede resultar apasionante. Pero, claro, para que resulte hay que dedicarle el tiempo necesario, tener un plan y armarse de mucha paciencia. Implica también capacitarse a diario, investigar, llevar registros, estar alerta, darse cuenta, estar pendiente de su hijo.

Esta es la verdadera tesis que hay que desarrollar, amigos padres de familia: conozcan verdaderamente a sus hijos valorando sus motivaciones, utilizando la estrategia de los retos, planteándoles metas posibles, para que ellos mismos puedan intentar sus propios proyectos de vida de una manera honesta. Y permítanles que enfrenten sus situaciones conflictivas: ¿Cómo así que el papá o la mamá de un pelao de 17 años, tiene que llamar al profesor para dar las excusas porque el niño no pudo ir a practicar?

Lo que pasa es que hay que aprender a hacerlo. Sería bueno comenzar por revisar esa actitud de juicio crítico tan frecuente para con ellos. Además, La peor forma de comunicarse con los jóvenes es a través de la impaciencia y la irritación. Más bien obsérvenlos, ayúdenlos a organizar sus intenciones de vida, apóyenlos en algunas pequeñas locuras y defiéndalos de ellos mismos cuando atenten contra su autoestima, una práctica tan frecuente en nuestra cultura.

Queridos papás: ¿Quieren hacer algo por sus jóvenes hijos? Empiecen por no tenerles miedo, que no se van a ir, no los van a dejar de querer, porque ellos en el fondo lo que más desean es que les exijan ser mejores.
Muchas gracias…

agarizabalo@hotmail.com

Publicado en El Heraldo Deportivo, Enero 22 de 2008.

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