1
Mi amigo Emeterio, que es carpintero, me dice que a veces se pone triste porque es capaz de hacer una guitarra, pero no sabe tocarla. “No tengo sensibilidad para eso”, se queja. Imagino que así deben sentirse algunos futbolistas que corren todo el tiempo pero que no pueden regalarnos un gesto de inspiración.
2
De niño vivíamos en una casa que quedaba muy cerca al río y cuando llegaba el invierno el agua se nos metía en la casa. Cualquiera podría pensar que eso era una tragedia y quizás para mamá lo era, pero para nosotros no. Era muy bello lo que ocurría entonces: pescábamos y nadábamos en nuestro propio patio, perseguíamos serpientes entre las piedras de la sala, salíamos en canoa por el barrio o atravesábamos puentes de madera para poder visitar a los tíos, todo se convertía en un juego, el universo pleno estaba allí a nuestra disposición. Como no teníamos televisión, gloria a Dios, no sabíamos de sofisticados juguetes ni nadie nos decía que había una sola manera de hacer las cosas, menos que para vestirse teníamos que plagiar a los otros, ni que todo el mundo tenía que usar gel en el pelo para parecer interesante; así que todo era maravilloso y diverso.
Cómo lamento que ahora los chicos crean que divertirse es andar revisando el celular todo el tiempo, tener conversaciones virtuales en el ciberespacio con trasnochados desconocidos o meterse unos audífonos a todo volumen en sus oídos.
3
Un ocho de diciembre, como se nos había inundado la casa y no había forma de poner la velitas en el anden, una de mis hermanas tuvo la feliz idea de recortar unas tablitas de madera de balsa, a las cuales les amarramos unas cuerditas delgadas y allí pusimos las velas encendidas y las lanzamos a flotar en el río, un lindo espectáculo que se gozaron, esa madrugada, desde el mercado, los vendedores y clientes, porque era una alfombrilla de estrellas errantes titilando sobre el agua, creada por nuestra magia infantil.
Cómo me duele cuando veo ahora a algunos niños que no pueden armar un juego sin tener que consultar intrincadas instrucciones y sólo apoyan su asombro en la velocidad de la competencia y no en la mecánica de descubrir fórmulas inteligentes.
Cómo me apena cuando los muchachos sólo juegan al fútbol porque aspiran a ganar mucho dinero y ya no les interesa cuando se dan cuenta de que no serán futbolistas profesionales.
4
Mi amigo Cristian, buen futbolista y buen muchacho, siempre andaba frustrado porque se decía a sí mismo que era el mejor y no lo era. El entrenador lo dejaba en la banca o a veces lo metía a jugar pero no le iba bien: se caía, erraba goles increíbles y qué contrariedad cuando piensas que eres el mejor y no puedes demostrarlo. Un día le sugerí que la cambiara. Le dije que se programara con la siguiente frase: “Soy muy bueno en lo que hago, me estoy esforzando para hacerlo mejor”.
Eso de ser el mejor –le dije- es muy relativo y complicado, porque depende de muchos factores y probablemente necesitarás de un momento, un lugar y una circunstancia para poder decirlo algún día. En cambio, con la frase que te sugiero -“Soy muy bueno en lo que hago, me estoy esforzando para hacerlo mejor”-, que es siempre presente, sea en la posición y el momento en que estés, podrás decirla sin temor a quedar mal porque estarás arrancando de cero y eso te invita a mejorar pero sin angustias.
5
Eduardo es un chico de dieciséis años que parece anormal porque siempre anda feliz. Qué difícil es encontrar a un joven que no se queje o que no esté al borde del suicidio. (Aunque esa sensación de pánico e incertidumbre es propia de la edad). El profe Abel Da Graca me comentaba que le parecía increíble cómo los muchachos renuncian tan fácilmente a su alegría infantil. Se vuelven graves y sombríos y creen que eso es ser adultos. De esta debacle emocional, me decía, por fortuna se salvan los costeños, que no pierden esa gracia natural.
Eduardo anda feliz porque un día alguien le dijo que descubriera cuáles son sus áreas de Excelencia y las trabajara en consecuencia. En nuestra cultura se resaltan más los errores que las potencialidades. Pero este chico se puso a pensar en las pocas cosas en las que realmente era bueno y diseñó un plan para acercarse poco a poco a la perfección de esas virtudes. Eso sí, sabe muy bien que en esas áreas de su vida NO PUEDE fallar, pero algún día llegará a ser una autoridad en lo que hace. Beneficios propios de la especialización. En una época en que todo el mundo sabe de todo y la información está tan a la mano, ser un especialista en alguna labor es una ventaja que muy pocos pueden darse el lujo de exhibir. Tiene sus razones para celebrar el muchacho.
6
Mariano, un adolescente extraño, de pelo pintado y cara de gato al mediodía, nos sorprendió una vez con esta reflexión: “Un día me di cuenta de que la vida no vale la pena. Haga lo que uno haga siempre va a estar inconforme, siempre se va a morir, se va a enfermar o le va a caer un rayo. Entonces, lo único que queda es disfrutarla mientras tanto, programarse para gozársela con la gente que te guste a tu alrededor”. Fabuloso.
A esto yo le agregaría que habría que sumarle horas de conocimiento, porque en la medida en que uno aprende tiene menos miedo, va por la vida más tranquilo y con menos equipaje, esos lastres tan incómodos, esas cargas que uno lleva como una santa cruz, para tener que dejarlas tiradas de todos modos al final del camino.
No puedo menos que recordar aquella pequeña historia hindú del hombre rico y poderoso que fue en busca del gran sabio en el Himalaya. Al entrar a la habitación observa que el sabio sólo tiene un catre y un vaso con agua.
-“Pero, ¿y dónde están sus muebles?”-le pregunta.
- “¿Dónde están los suyos?”-quiso saber a su vez el sabio.
-“Nooo, es que yo estoy de paso”, respondió el hombre.
- “Yo también”, dijo el sabio.
7
Y un apunte de Joaquín Robles Zabala, tomado del dominical del Heraldo, mayo 11 de 2008:
“Truman Capote decía que existía una gran diferencia entre escribir y escribir bien; y, por supuesto, otra más sutil pero profunda, entre escribir bien y el arte verdadero. Hemingway, por su parte, afirmaba, en un lenguaje menos poético, que el escritor debía estar armado de un detector de mierda”.
Atento, jóvenes, que esa es una buena clave: Saber escoger las circunstancias y los momentos, los amigos y el camino a seguir. Probablemente en alguna estancia de la vida no se podrá elegir con comodidad, pero hay que saber identificarla para esperar con paciencia el instante preciso. Entre tanto, así no se escriba una letra, lo importante es cultivar un alma de escritor o de detective, lo que implica tener que darse cuenta, estar pilas para diferenciar entre lo bueno y lo inconveniente, entre lo bueno y lo mejor. Pero qué esencial es encontrar ese detector de que hablaba Hemingway.
Hay momentos en la vida, como en la adolescencia, por ejemplo, que es más importante saber lo que uno no quiere que lo que quiere.
Publicado en El Heraldo Deportivo el 10 de Junio de 2008.
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