Por: Agustín Garizábalo Almarales
Tomé un taxi en la terminal de transporte en Valledupar para ir a un hotel y el taxista, hombre de facciones rudas, al ver que yo llevaba puesto un broche con el escudo del Deportivo Cali, quiso saber en qué andaba por esas tierras. Cuando se enteró de que mi trabajo era encontrar buenos jugadores enseguida me dijo: “Pregunte por un pelaíto que le dicen La Perra”.
Al día siguiente les advertí a mis anfitriones, los profesores Chiche Maestre, Gabriel Suévis y Gabriel Corrales, organizadores de la actividad de veeduría, que no me recomendaran a nadie, que yo vería por mi propia cuenta. Se notó desde el principio que habían hecho un buen trabajo de preselección, porque los grupos se veían equilibrados, con buena disposición técnico-táctica en el terreno. En el tercer partido de ese día descubrí algo extraño: un muchacho delgadito y medio desgarbado, con unos movimientos asombrosos, unas diagonales, unas apariciones sorpresivas y… unos goles. Llamé al profesor Suévis y le pregunté: -“Oye, profe, ¿Y ese es La Perra?”. Escandalizado me ripostó: -“¡Aja!, y ¿Quién te dijo?”.
Bueno, pasaron tres días de observación y, mientras tanto, íbamos organizando una lista de preseleccionados -varios me habían llamado la atención, pero, indudablemente, quien marcaba diferencia era el delantero-; se trataba de armar un par de grupos para un último y definitivo partido. Así se hizo y se escogieron 22 jugadores. El domingo en la mañana, día crucial, llegaron sólo 21. Adivinen quién faltó. Pues sí: La Perra. -¡Carajo! Y ¿qué le pasaría a ese muchacho? – pregunté. Alguien detrás mío dijo: -“Ni lo espere, profe, ese pelao, vea, ayer se estaba pegando sus cervecitas en el concierto de Moisés Angulo y La Gente del Camino”.
Me entristeció esa realidad: ¿Cómo era posible? ¡Un niño de 14 años! (Carrillo siempre me juró que eso fue mentira). Además, recordé, en ese momento, que el profesor Yuri Espitia, cuando era entrenador del Industrial y participaba en los intercolegiales, ya me había hablado de ese jugador, que los había goleado y era imparable, me dijo. No faltó quien tratara de justificarlo: “Lo que pasa es que la mamá es comerciante y vive viajando a Panamá y el pelao queda solo, apenas con un hermano unos años mayor que él, y además, como el papá nunca lo reconoció…” Me enteré después de que Carrillo es el apellido materno.
Además, sentí tristeza por todos los jugadores costeños, pobrecitos. Estaba recién vinculado al Cali después de una capacitación que se hizo en Barranquilla, promovida por el empresario Helmut Wenin. Tuvimos la oportunidad de conocernos con el profe Carlos Julián Burbano y él, como director de las divisiones menores, se llevó mi nombre en su carpeta. Meses después fui invitado a participar en el programa nacional de veeduría, así que, desde ese mismo momento fui haciendo una pequeña lista de los jugadores más destacados de la región, de modo que, cuando, se hizo la primera reunión de veedores en Cali y el presidente de divisiones menores, el doctor Fernando Marín, me sacó aparte para preguntarme que si yo creía que en la costa había futbolistas talentosos, yo me apresuré a decirle: “¡Claro!, allá el talento se da silvestre como la verdolaga”.
Entonces me dijo esta joya: -“Mire, profesor, le voy a decir la verdad: Nosotros estamos “mamados” de los jugadores costeños, son muy desordenados, mujeriegos, pelioneros, tomadores de trago y chancucos para rematar” (Supe que, en esos momentos, en el deportivo Cali no había ninguno de esa región) Mientras el doctor Marín me hablaba, yo, secretamente iba descartando a los que tenía en mi lista imaginada: claro, había escogido a los mejores, a los que marcaban diferencia en las canchas, pero totalmente desorganizados en su vida personal. Salí de allí pensando: “Carajo, estos acá en Cali quieren jugadores de otro mundo”. Por lo pronto tendría que arrancar de cero; de mi lista no quedaba ni uno.
De modo que ahora Carrillo. Vinieron a decirme, al terminar el primer tiempo, que el muchacho había llegado, que si se cambiaba o qué. Por supuesto dije que no, imagínese ustedes. Al terminar el partido reúno a los muchachos, les hablo agradeciéndoles y digo: a partir de ahora quedan en veeduría, para seguimiento, los siguientes jugadores: José Moya, Javier Morales, José Morales y Osorio Botello. Vi la cara de amargura que hizo Armando Carrillo, quien se había acercado a escuchar. Despachamos a todo el mundo y me dijeron que había un sancocho en la cancha Panamá y nos dispusimos a ir con el profesor Suévis en su moto.
Íbamos por una avenida y en un cruce Suévis me dice: “Ahí está la Perra, mira” Efectivamente, estaba como esperando un bus con su mochilita de implementos en el hombro, lo saludé, me saludó con una cara muy triste, y pasamos. Después de recorrer varios metros más, algo me iluminó, no sé qué pasó, la divina providencia tal vez, así son las cosas cuando van a pasar y le he dicho a Suévis, hey, hey, devuélvete. Se echó a reír y me recriminó: -“¿Qué?, te condoliste o qué”. Yo entré a explicarle que un jugador así valía la pena quizás de hablar con él, darle otra oportunidad, quién sabe. Así que le dijimos que fuera a la cancha donde estaríamos y él entusiasmado se presentó, como a la hora, en un taxi, bien vestido, con ropa de calle. Buen síntoma, pensé. Habíamos propiciado una reunión con varias personas cercanas: El Profesor Luciano Nieto del Colegio Loperena, Chiche Maestre, su entrenador, Gabriel Suévis, preparador físico, Martha Liliana Toro, árbitro profesional, pero además profesora de Educación física del Loperena y como me habían comentado que Carrillo tenía problema con los árbitros, que discutía con ellos, pues quisimos que ella participara. Invitamos también a la mamá, pero se encontraba de viajes.
Me dijeron que el pelao era un poco díscolo, contestatario, que no se quedaba con nada. Goleador empedernido de todos los torneos, imprescindible si se quería ser campeón, pero el chico no tenía reparos para ponerse a jugar en cualquier cancha de fútbol, hasta con los más veteranos. También me dijeron que el Bucaramanga, a través de Kiko Barrios, estaba interesado en él y ya le habían hecho algunas propuestas. Yo empecé por ahí. Le dije: “Mire, joven, si usted se va al Bucaramanga, seguro que debuta como profesional en un año. Si vas para el Cali, en cambio, te tocará esperar unos cuatro años para llegar arriba, pero allá te van a enseñar a ser profesional, te van a educar, te van aumentar de peso, te van a convertir en un atleta. La pregunta es: ¿Cuántos tiempo vas a jugar profesional? ¿Prefieres debutar rápido, aunque juegues pocos años, o prefieres esperar y prepararte bien, y gozar después de una carrera larga y fructífera?
La disyuntiva quedó allí en el aire. Un impertinente interrumpió la meditación con la pregunta del millón:
-Oiga, y ¿Por qué es que le dicen “La Perra”, ah?
agarizabalo@hotmail.com
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