Por: Agustín Garizábalo Almarales
Cuando Ricardo Ciciliano jugaba en el Cali, un día me encontré con él y, como había sido alumno mío acá en Barranquilla, tuve la suficiente confianza para preguntarle por Freddy Montero, quien apenas empezaba a hacer sus pininos en el equipo profesional, y me comentó que ese pelao era un “agrandao”. Que en los entrenamientos se paraba a discutir con él y le hacía la peor ofensa que se le puede hacer a un jugador veterano, que es no buscarlo para dársela, sino pretender fungir de protagonista y hacer lo que se le venga en gana.
Yo en ese momento pensé, y de pronto no es bueno que esto lo lea un futbolista joven y, además, quizá a mí no me queda bien decirlo, pero pensé, caramba, todo futbolista de valía debe tener cierta dosis de “agrandamiento”. (Por favor, no confundir con la soberbia en la que caen algunos deportistas que se creen dioses, no). Me refiero a la necesidad de defender un espacio propio, porque si el chico es demasiado sumiso terminan pasando por encima de él. Y es bueno que pelee por su lugar, que encare al que quiera imponerle su jerarquía. Toda conquista comienza con un atrevimiento o una irreverencia.
Pero Freddy siempre fue así: Bien “pinchadito”. Y su vida en el fútbol se fue llenando de razones valederas y desde niño supo que había más, que tenía más. Me lo encontré un día, por ejemplo, en el aeropuerto mientras esperábamos a unos amigos, metido en Internet, buscando los ancestros de su apellido materno (Llinás) que es de origen español -eso le da la posibilidad de ser comunitario- y apenas tenía 12 años. Siempre se programó para Europa, siempre supo que iba a triunfar, siempre gozó de ese plus de sentirse diferente.
Y su papá –policía pensionado- no tenía más nada que hacer sino perseguir esa entelequia: como había jugado bien al fútbol, y como veía a su hijo haciendo unas genialidades asombrosas, (porque esos goles no son de ahora: cuántas veces, de niño, no lo vimos contorsionarse en el aire y clavarla de chilena en el otro palo, cuántas veces de vaselina, cuantas veces solo con el aliento). Y el padre se venía con toda la parranda familiar: los abuelos maternos y paternos, los hermanos, los tíos, las tías, los profesores del colegio, los vecinos, el perrito. Había que ir a ver las fantasías de Henkyer (Su segundo nombre, así le dicen en la familia). Llegaban dos, tres taxis repletos, no importaba cuánto costara, había que estar ahí.
Pero, a veces, el desinfle total: El técnico de la escuela Toto Rubio decidía no ponerlo a jugar o sólo lo metía unos minutos, porque tenía otros buenos delanteros, y eso irritaba al padre, que una vez, en un torneo “Tutifruti”, se solló y en un arrebato de furia, le quitó la camiseta a Freddy y la rompió en presencia de todo el mundo; consideraba una total injusticia que tanta magia estuviera allí sentada. Y hubo que intervenir para que las cosas no pasaran a mayores. Porque Freddy Montero-padre siempre supo el tesoro que tenía entre manos y estaba dispuesto a lo que fuera para conquistar ese sueño. Díganmelo a mí.
Después el técnico Fernel Díaz no lo tuvo en cuenta para la selección Atlántico prejuvenil, y allí sí fue Troya. Por fortuna Freddy había estado en un vacacional invitado por el Cali y fueron más las querencias que se ganó por esos lares. De modo que se dio la oportunidad para que desde los 13 años se vinculara al club verde. Pero era la primera vez que se pensaba en llevar al Cali a un niño de esa edad, de otra región. Vinieron a Barranquilla Carlos Burbano y Ricardo Martínez y hablaron ya saben con quien: con toooooda la familia completa, los abuelos, los tíos, los hermanos, el perrito….etc.
Y estuvieron de acuerdo, que se vaya como si fuera a estudiar, como si se hubiera ganado una beca. Pero con una condición: que no lo metieran al pelao en la casa hogar donde había tantos futbolistas de más edad que él, así que lo llevaron a donde Yanitza Lasso de Umaña, quien a partir de ahí se apersonó del muchacho, y pasó a consentirlo, a regañarlo, a ser su soporte afectivo, mientras Henkyer sabía lo que arriesgaba, desde luego contaba con el apoyo incondicional de sus padres desde la distancia, pero sabía que su triunfo dependería más del manejo productivo de su soledad, de enriquecer su propia estima a través acciones muy precisas y entonces se consagró en varios torneos aficionados como un capitalizador de errores: Porque cualquier defensa que se le equivocara, tic y ¡adentro! Era tanta su técnica y su tranquilidad en el área que podía darse el lujo de pasarse un tiempo sin tocar el balón, pero siempre terminaba dialogando con la red. Ese ha sido su valor agregado.
Fue arropado por un tejido humano y profesional que influyó en su formación deportiva: Carlos Arango, Checho Angulo, Ricardo Martínez, Carlos Burbano, Nelson Gallego, Néstor Otero, Guaracha Mosquera, Jorge Gallego, entre otros entrenadores; algunos delegados y simpatizantes: Alberto Valencia, Eduardo Franco y hasta don Otto…en ese entramado de voces, de encuentros y casualidades que marcan la vida, esa manera inconsciente de nutrir cuerpo y alma día a día. Una vez se lo pregunté:
“-Oye, Freddy, ¿Y a ti no te hacen falta tus papás?” -No- Respondió. Lo dijo tan rápido no porque no lo pensara; al contrario, era porque lo había pensado demasiado. Él sabía el sacrificio que significaba una empresa de ese tamaño. Sabía que la mejor manera de mostrar su amor por los padres y sus hermanos era, precisamente, siendo fuerte e independiente. No podía fallarles.
Alguna vez le dije al profesor Gastón Moraga: “Profe: traje a un gran jugador, goleador, exquisito; pero los profesores del Cali se quejan de que es muy frío”. En el torneo de las Américas de ese año, Freddy Montero, que apenas cumplía 15, fue el máximo goleador del certamen y Cali se alzaría con el título. En la semifinal ante América de Cali, iban perdiendo 2-1 y en los últimos 5 minutos, Montero hizo el gol del empate y el del triunfo para imponerse 3-2 y clasificar a la final, en una especie de foto-finish futbolístico. Viene entonces el profe Gastón Moraga y me dice:
-“Dígale a los entrenadores del Cali que ese no es un jugador Frío, sino SERENO. Ningún frío hace dos goles cuando las papas están calientes”
Se lo dije a Freddy. Jamás olvidó ese comentario.
agarizabalo@hotmail.com
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