jueves, 18 de junio de 2009

FREDDY MONTERO

Por: Agustín Garizábalo Almarales


Viaje a la Semilla (1)

Nota: Amigo lector: Lo invito a que me acompañe en esta serie de crónicas. Contaré algunas anécdotas y situaciones que fueron claves al momento de elegir algunos de los jugadores que, finalmente, se han ido consolidando en el Deportivo Cali, en el fútbol profesional colombiano y en el plano internacional. Que nos disculpe Alejo Carpentier por haberme apropiado del bello título de su libro, pero este viaje implica, también, como el suyo, esa búsqueda hacia la sabia y matriz primigenia de unos muchachos que llegaron a nuestra institución cargados de propósitos e ilusiones.

El primer día

Iba entrando al estadio Moderno de Barranquilla, cuando fui abordado por el periodista Cheo Feliciano. Como el sabía que yo era el veedor del Deportivo Cali, enseguida me dijo: "¿ya viste al número 16 de Toto Rubio?..." No, no lo había visto. Quizás se pueda decir hoy que yo igual iba a verlo de todos modos, pero quién sabe. Lo cierto es que esa advertencia me condicionó la mirada y, aparte de seguir el juego como de costumbre, mis ojos enfocaban permanentemente a un niño que, no podía creerlo, casi caminando estaba en todas partes. Recibió un balón en media cancha y lo devolvió con clase, sacó una pelota que iba para gol debajo de su marco, remató de cabeza y celebró un gol suyo en el segundo tiempo, puso un par de pases que dejaron mano a mano a sus compañeritos. El asombro mío estaba en su casi nulo esfuerzo para hacer las cosas. Y ni siquiera sudaba.

Después del partido le pregunté sus datos y me dijo que se llamaba FREDY MONTERO MUÑOZ, que tenía 12 años y que había nacido un 26 de julio de 1987. Yo estaba haciendo la anotación en mi agenda cuando se me acercó discretamente para mirar y me preguntó:
¿Eso para qué es, Hey?...

Le expliqué brevemente de qué se trataba: le haría un seguimiento durante una temporada y de pronto, quizás, podría llevarlo al Deportivo Cali. Me miró con una cara de incredulidad que no se esforzó para nada en disimular. Después fui a hablar con su papá que estaba pegado a la malla del estadio viendo el partido que en ese momento se disputaba. Le dije un par de cosas, pero el señor sólo sonrió sin mayor emoción, como cumpliendo con una cortesía.

Era muy difícil para mí acercarme a la gente y hablarles de esos cuentos de la veeduría, ni porque me pusiera un broche con el escudo del deportivo Cali. Además, no había ningún antecedente cercano; yo todavía no había llevado a ningún jugador de la costa, y en esa época no era costumbre que los muchachos estuvieran probando suerte en equipos de afuera, y un niño menos. Mi labor era casi secreta, porque había preferido el bajo perfil y en el medio deportivo se me conocía más por mis vínculos con las selecciones Atlántico y por mis escritos en el periódico.

De modo que seguí yendo a los partidos de ese torneo Asefal del año 2000, celebrado en Barranquilla, en la categoría preinfantil para jugadores nacidos en el año 1987. La Escuela Toto Rubio se alzó con el título y Freddy Montero sería el máximo goleador con 12 goles, anotando, incluso, el tanto del empate para el 2 a 2 en el partido reglamentario ante San Judas, aunque tuvo la mala fortuna de errar su cobro en la definición desde el punto penal.

Yo veía los partidos desde la tribuna, pero luego, me acercaba convenientemente para que ellos me vieran. Por ejemplo, divisaba, entre las cabezas de la gente que rodeaba a los niños mientras se cambiaban, al papá de Freddy y me lo quedaba mirando fijamente hasta cuando él volteaba y me saludaba, siempre con una sonrisa incómoda. También me aproximaba a saludar al técnico de la Escuela Toto Rubio, pongamos por caso, y pasaba de aquí para allá, me movía estratégicamente de un lado a otro, hasta cuando el niño se daba cuenta de que yo estaba ahí y me saludaba.

Mi intención era que me reconocieran, que se dieran cuenta de que mi propuesta era en serio, pero, ante todo, quería que supieran que les estaba cumpliendo con lo único que, desde siempre, ha sido mi verdadero compromiso: estar ahí, presenciar los grandes momentos deportivos de cada muchacho, los momentos de gloria o de fracaso, de llanto por alegría o por rabia, su manera de disfrutar el juego, la regularidad en sus actuaciones, que sepan que hay un par de ojos evaluándolos, supervisándoles cada movimiento, sopesando cada decisión, apreciando su capacidad y su talento.


OLIMPIADAS EN EL FRAY DAMIÁN

Acababa de regresar de una correría por varios pueblos de la costa Atlántica, cuando me aborda el señor Freddy Montero Padre y me informa que su hijo iría con el colegio a unas olimpiadas en la ciudad de Cali. Hacía algunos meses no veía jugando al muchacho, tan ocupado como estuve, primero con la selección Colombia Prejuvenil en el torneo Confraternidad Suramericana, en Cañete, Chile, oficiando como Asesor Técnico del profesor Carlos Padilla, y luego, al regreso, realizando veedurías en varios municipios y pueblos de la región.

De modo que me pareció importante anunciarle al director de las Divisiones Menores del Deportivo Cali, licenciado Carlos Julián Burbano, que el niño del cual ya le había hablado, iba a estar participando en un torneo en esa ciudad. Freddy Montero estudiaba en el Colegio San Francisco de Barranquilla y para esos días se llevarían a cabo las olimpiadas franciscanas, organizadas en Cali por el Colegio Fray Damián.

El profesor Burbano consideró pertinente que alguien fuera a ver al referenciado. Envió al profesor Jorge Gallego, veedor nacional de la Institución. Y por esos imponderables que suelen ocurrir, el profe Gallego apenas pudo ir a mirar un partido al tercer día de estarse jugando el torneo. De tal manera que cuando llegó al colegio y preguntó por Freddy Montero, y se presentó con el pelao, este le dijo que ya los habían eliminado; ese día jugaron temprano en la mañana y habían perdido, de modo que nada. El profesor Gallego no pudo dejar de notar que era una categoría juvenil y que Freddy se veía muy frágil y pequeño para estar ahí. En todo caso, lo saludó, le tomó algunos datos por cumplir con un formalismo y se despidió.

Para Carlos Julián Burbano, realmente fue una sorpresa lo que ocurrió después. Me lo dijo ese mismo día en la noche cuando me llamó para contarme entusiasmado. Él se encontraba en las canchas de Comfandi supervisando el trabajo de las categorías menores, como de costumbre. De repente observó que se acercaban tres niños, de los cuáles uno tomó la iniciativa dirigiéndose a él. Se trataba de Freddy Montero que había convencido a dos compañeritos, que vivían en Cali y conocían la ciudad, para que lo acompañaran a ver un entrenamiento de las divisiones menores. Tomaron un taxi (luego me enteré de que pagó diez mil pesos por la carrera) y se presentaron al sitio de trabajos en las afueras de la ciudad. Freddy no se había conformado con lo conversado en la mañana con el profesor Gallego, así que se lanzó al ruedo y ahora hablaba con Carlos Julián, quien no salía de su asombro por la desenvoltura y personalidad que mostraba ese niño.

Él mismo se presentó, le dijo: “Yo soy Freddy Montero, el recomendado del profesor Garizábalo”. Burbano, por supuesto, quiso saber qué hacían por allá. “Vine a ver dónde es que voy a entrenar”, dijo Freddy. Y empezó a hacer preguntas. Burbano se reía, no podía creerlo, el costeñito quería saberlo todo. Hubo un momento en que una buena idea cruzó por su cabeza: - ¿Quieres jugar un rato? -, inquirió. –Claro-, respondió Freddy. Entonces unos niños le prestaron la implementación, uno los guayos, otro la camiseta, otro la pantaloneta, aquel otro las medias. De modos que el chico salió a echar su picadito, con tan buen tino que hizo dos goles y se entendió con los compañeros como si estuviera jugando con ellos hace años.

Burbano me comentaba por teléfono que definitivamente era un niño especial y que, para las vacaciones de mitad de año, le había prometido a Freddy que lo iba a invitar para que regresara a Cali por unos días. Se trataba de una idea que se venía manejando en las divisiones menores, que observáramos algunos jugadores en las diferentes zonas del país, de los cuales, los seleccionados, serían llevados a Cali, a un plan Vacacional por 15 días, para ser evaluados. Así que, ahí quedaba el compromiso.

Y una cosa más, me dijo Burbano: cuando ya se iban los niños, después de las despedidas y promesas de la ocasión, los compañeritos que acompañaban a Freddy empezaron a advertirle:

- Mirá que cuando seas profesional tenés que decir que nosotros fuimos los que te trajimos, ah.



agarizabalo@hotmail.com



1 comentario:

miguel trujillo dijo...

buena esa profe siga ayudando al futbol