Memorias de un Cazatalentos (7)
Por: Agustín Garizábalo Almarales
La gratitud no es un sentimiento natural en los seres humanos. Es una conducta aprendida, una actitud cultural. Los hombres no venimos programados para andar agradeciendo los favores recibidos; este es un comportamiento que se adquiere en la familia, especialmente de las madres, porque, en últimas, ese gesto guarda un marcado componente femenino.
Muy tempranito lo fui sabiendo: en el fútbol se muere uno de viejo y amargado si pretende que le hagan esas muestras de afecto.
Todo se
remonta a mi primera época de entrenador. Romántico, flaco, ojeroso, asoleado, pero
con ilusiones, me metí en un lío de marca mayor cuando convencí a un muchacho
de 13 años para que viniera a jugar al club donde yo trabajaba, Apuestas La
Fortuna, aquél célebre equipo de Víctor Pacheco, Henry Zambrano,
Iván Valenciano, Osvaldo Mackenzie,
Ricardo Ciciliano y Alex Comas, entre otros.
Lo encontré
en un equipito de barrio y lo invité a que viniera con nosotros; intentamos
arreglar con el dueño de aquel equipo, pero el hombre se puso iracundo y hasta
me amenazó de muerte y la cosa se puso fea. ¡Qué problema! Finalmente, el
jugador, después de un litigio engorroso, consiguió su carta de libertad y pasó
a La Fortuna. Luego
llegaría a la Selección Atlántico
y después a la
Selección Colombia prejuvenil.
Cuando
ocurrió este último suceso ya él llevaba
tres años aprendiendo conmigo: yo le veía algo especial, cierta aureola de
crack, pero le faltaban algunos elementos claves. Me entregué a pulirlo: cuántas
veces hablé con él horas y horas, cuántas veces tuve que madrugar para
entrenarlo individualmente porque él sólo podía hacerlo en las primeras horas
de la mañana; cuántas veces tuve que pelear para sostenerlo en el equipo
titular, porque entonces era muy torpe y descoordinado y a la gente no le
gustaba. Después vino lo de la selección Colombia y yo me gasté todos mis
ahorros para ir a verlo al suramericano en el eje cafetero. Al fin y al cabo
era mi gran obra futbolística en ese momento. Con 16 años era el número diez y
figura del combinado nacional.
Llegaron a
la final, y un empate ante Brasil les dio el título en el estadio Centenario de
Armenia. Ahí estaba yo colgado en la tribuna celebrando la faena con unos familiares
suyos que fueron a apoyarlo. Termina el partido y la fiesta fue majestuosa.
Después fuimos a buscarlo a la salida del camerino, y él ya nos estaba
esperando. En cuanto me vio me dijo: “Ahora
sí gané algo importante ¿no?” Hizo
alusión a eso porque siempre le insistía en que no había ganado nada en todas
aquellas veces cuando
fue campeón o goleador de la liga departamental, por
ejemplo, o cuando conseguía algún campeonatico por ahí. Bueno, yo le dije: “Cierto, ya ganaste algo importante". Lo
despedimos y me fui con sus familiares, henchido de orgullo y dichoso por el
deber cumplido, a tomar cervezas. ¡Cuánta felicidad!
Al día
siguiente estábamos desayunando cuando Darío Arismendi, en Caracol, hace sonar
las alarmas porque tiene al goleador y mejor jugador de Colombia en ese torneo.
Empieza la entrevista como todas, hasta cuando Arismendi le pregunta:
“A ver, Ricardo, diga el nombre de un técnico que haya sido
importante para usted…”
La vida se
detuvo. Yo escuché unas trompetas invisibles.
Y dijo el pelao: “Pues, el profesor Gabriel Berdugo, quién
fue mi primer técnico cuando yo tenía 8 años…” Arismendi intervino: “Ahhh, ¡claro!, Berdugo, el eterno capitán
de Junior, cómo no. Felicitaciones,
profesor Berdugo, aquí tiene a un crack que ha sacado la cara por el fútbol
colombiano, etc., etc.…”
A mí se me
cayó el mundo. Dejé de desayunar en el acto. Dejé de pensar. Sólo percibía un
rumor en el aire. Después fui a mi habitación y lloré silenciosamente. Pero a partir de ahí tomé una decisión
definitiva: jamás volvería a apostarle afectivamente a un jugador de fútbol.
Concluí que este espacio sólo sería la fuente de mi trabajo y, como amante del
arte que soy, la posibilidad de encontrar algunas sensaciones estéticas, pero
no afectivas. Hasta hoy creo que esa ha sido mi principal arma contra la
decepción.
Entiendo, perfectamente, que el jugador de fútbol vive en un mundo ficticio, efímero, superficial. Él sabe que está desarrollando un personaje, donde él no es él. Y tiene que adoptar unas poses, someterse a unas variables y a unas circunstancias tratando de sacar el mejor provecho de cada momento. Sabe que está en una carrera contra el tiempo. Por instinto conoce que sólo cuenta con un ratito, un breve paréntesis de gloria. Y es así: en la práctica no podría ser de otra forma.
Los que
estamos metidos en este mundillo lo sabemos. Sin duda, en aquel instante,
cuando el muchacho mencionó a Gabriel Berdugo, se acomodó impunemente porque le pareció más
conveniente para él hablar de un exjugador profesional, muy conocido en los
medios de comunicación, que nombrar a Pedrito Pérez, un pobre tipo anónimo, tan
querido y diligente, pero sin peso específico en la farándula futbolera, y que
a lo mejor ni estaría escuchando la radio en ese momento. Una ligereza de
juventud, un intervalo donde, por su propia inexperiencia, pensó él, que quizás
era preferible recibir aquel tufillo de celebridad que darlo; un pecadillo de desconocimiento
hacia alguien tan cercano; Lo que él jamás podía imaginar
era que yo esperaba mi reconocimiento.
Aunque tal vez no era para mí el momento de recibirlo. Algo que ni él ni yo éramos capaces de
entender todavía.
El fútbol no
es de nadie y allí la gloria no es eterna. Nadie puede pretender que tiene un
espacio garantizado ahí de por vida. Se construye y requiere del día a día. Es necesario renovarse, reinventarse permanentemente para seguir en la brega. La gente viene y va. Aparecen nuevos ídolos. La sabiduría funciona al revés: se
les cree más a los jóvenes y vigorosos que rompen los esquemas e inventan
nuevos embrujos, que a aquellos viejos curtidos por las vivencias, conocedores
de secretos, pero sin el poder de seducción de los adonis emergentes. Así como
hoy eres figura, mañana te mandan al olvido, te cortan las alas, te vuelven un
mueble y te incluyen en el inventario del club, pero acaso tendrás apenas un
valor simbólico.
Por eso,
será muy importante aportar todo lo que puedas mientras tengas energía y
credibilidad, pero, definitivamente, es sabio ponerle el corazón a otros
asuntos más sublimes. Cosa de alcanzar una vejez sin amarguras y sin
lamentaciones.
agarizabalo@hotmail.com
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