por: Agustín Garizábalo Almarales
Contrario a lo que pudiera pensarse de un muchacho así, exagerado y ansioso como todo adolescente, Armando Carrillo optó por la paciencia de esperar unos cuantos años de trabajo para alcanzar el sueño de ser profesional. Al verlo interesado en el proyecto que yo le ofrecía, lo comprometí a que cumpliera con una última asignatura: Demostrar, en seis meses, que estaba dispuesto a someterse a los rigores disciplinarios hasta adquirir una serie de hábitos que le permitieran relacionarse mejor con su entorno futbolístico; para ello, contaríamos con el apoyo de aquellas personas con las que estábamos reunidas; ellas se encargarían de supervisar ese proceso de crecimiento y de avalar los progresos del jugador.
De modo que en esos seis meses estuve muy alerta. Hablaba periódicamente con los profes. Tres veces regresé a Valledupar. La tercera vez doña Alma Carrillo, tan querida, me invitó a que me bajara en su casa durante varios días y allí pude apreciar que era una madre amorosa, abnegada, pero firme con sus hijos. Como le tocó hacer de padre y madre al mismo tiempo, las expresiones de su amor estaban matizadas por la exigencia y la autoridad, contrario a lo que yo había imaginado, porque se me había dicho varias veces que la señora dejaba a sus hijos solos. Pero no.
Entonces ahí percibí un detalle esencial que he tenido muy en cuenta a la hora de inclinarme por un jugador: Ninguno de estos muchachos tienen deudas afectivas; podrán venir de un hogar muy humilde o de una casa estrato seis, pero todos tienen un entorno afectivo garantizado; sus familias están pendientes de ellos, les llaman a diario, los apoyan en la distancia y, para este caso, la señora Alma, su madre, y Beto y Laura, sus hermanos, significaron desde siempre esa fuente de inspiración para este joven vallenato que llegó a conquistar la tribuna verde y blanca con sus goles, desbordes y diagonales.
Después vino la final nacional prejuvenil en Lérida (Tolima) donde Carrillo se destacaría como uno de los goleadores del certamen. Estando allí tan cerca se aprovechó para que se viniera en el bus con la Selección del Valle, acompañado por el veedor nacional Jorge Gallego, pues había sido invitado como refuerzo para el equipo del Deportivo Cali que participaría dentro de una semana en la copa AFISA que se llevaría a cabo en la Sultana del Valle. Allí se constituiría en la figura del cuadro verde y por tal razón se autorizaron los trámites para que se quedara de inmediato adelantando su proceso de formación.
- Y ¿Por qué le dicen “La Perra”? – Alguien había preguntado. Lo supe unos días después indagando con discreción aquí y allá:
Resulta que cuando tenía unos diez años quizás, tomaba el balón y era tan difícil de quitárselo que arrancaba a correr y dejaba un reguero de muchachitos en el camino, los cuales emprendían una infructuosa persecución tratando de alcanzarlo. A alguien con imaginación se le ocurrió que ese cuadro era similar a cuando una perra está paría y va adelante y todos sus cachorritos detrás. Entonces un atrevido, de esos que nunca faltan, le grito: “¡Buena, Perra paría!”.
Para Armando Carrillo eso fue toda una tragedia. Fueron muchas las peleas tratando de hacerse respetar, pero ya saben lo que ocurre cuando uno trata de quitarse un apodo a la fuerza: Termina por afianzarlo. Habían descubierto una debilidad en ese gran jugador y por eso la barra del INSPECAM, cuando jugaban las finales intercolegiales contra el LOPERENA, donde actuaba Carrillo, llevaba al estadio una perra viva y se la mostraban al pelao cantándole aquél pregón de Alejo Durán a golpe de tambor: “Ahí viene la perra/ La que me iba mordiendo…”
Carrillo cogía rabia y ese día, intentando cobrarse la ofensa, terminaba “embaldao” y botando varios goles imposibles. Esa estrategia les dio resultado en varias ocasiones a los rivales. Hasta cuando, finalmente, hubo la necesidad de convencerlo de que aprovechara ese apodo para parecer más temible ¿Qué más podía hacer?
Pasó a ser simplemente “La Perra” y entró a hacer parte de esa fauna insólita del fútbol profesional colombiano al lado del “conejo” Jaramillo, “el gato” Pérez, “la gallina” Calle, “El Chigüiro” Benítez, “el piojo” Acuña, “el gamo” Estrada y “el Pitirri” Salazar, entre tantos otros que domingo a domingo sacan a relucir sus sobrenombres como héroes de lucha libre.
Pero un buen día nos sorprendió a todos cuando, estando en la Selección Colombia prejuvenil, dijo, en su primer reportaje para el Diario Deportivo, a escala nacional, unas palabras que fueron utilizadas como titular de la nota:
-“Perra no hay sino una”.
Una vez más había ganado la mitología y la leyenda en este deporte de fábula.
agarizabalo@hotmail.com
De modo que en esos seis meses estuve muy alerta. Hablaba periódicamente con los profes. Tres veces regresé a Valledupar. La tercera vez doña Alma Carrillo, tan querida, me invitó a que me bajara en su casa durante varios días y allí pude apreciar que era una madre amorosa, abnegada, pero firme con sus hijos. Como le tocó hacer de padre y madre al mismo tiempo, las expresiones de su amor estaban matizadas por la exigencia y la autoridad, contrario a lo que yo había imaginado, porque se me había dicho varias veces que la señora dejaba a sus hijos solos. Pero no.
Entonces ahí percibí un detalle esencial que he tenido muy en cuenta a la hora de inclinarme por un jugador: Ninguno de estos muchachos tienen deudas afectivas; podrán venir de un hogar muy humilde o de una casa estrato seis, pero todos tienen un entorno afectivo garantizado; sus familias están pendientes de ellos, les llaman a diario, los apoyan en la distancia y, para este caso, la señora Alma, su madre, y Beto y Laura, sus hermanos, significaron desde siempre esa fuente de inspiración para este joven vallenato que llegó a conquistar la tribuna verde y blanca con sus goles, desbordes y diagonales.
Después vino la final nacional prejuvenil en Lérida (Tolima) donde Carrillo se destacaría como uno de los goleadores del certamen. Estando allí tan cerca se aprovechó para que se viniera en el bus con la Selección del Valle, acompañado por el veedor nacional Jorge Gallego, pues había sido invitado como refuerzo para el equipo del Deportivo Cali que participaría dentro de una semana en la copa AFISA que se llevaría a cabo en la Sultana del Valle. Allí se constituiría en la figura del cuadro verde y por tal razón se autorizaron los trámites para que se quedara de inmediato adelantando su proceso de formación.
- Y ¿Por qué le dicen “La Perra”? – Alguien había preguntado. Lo supe unos días después indagando con discreción aquí y allá:
Resulta que cuando tenía unos diez años quizás, tomaba el balón y era tan difícil de quitárselo que arrancaba a correr y dejaba un reguero de muchachitos en el camino, los cuales emprendían una infructuosa persecución tratando de alcanzarlo. A alguien con imaginación se le ocurrió que ese cuadro era similar a cuando una perra está paría y va adelante y todos sus cachorritos detrás. Entonces un atrevido, de esos que nunca faltan, le grito: “¡Buena, Perra paría!”.
Para Armando Carrillo eso fue toda una tragedia. Fueron muchas las peleas tratando de hacerse respetar, pero ya saben lo que ocurre cuando uno trata de quitarse un apodo a la fuerza: Termina por afianzarlo. Habían descubierto una debilidad en ese gran jugador y por eso la barra del INSPECAM, cuando jugaban las finales intercolegiales contra el LOPERENA, donde actuaba Carrillo, llevaba al estadio una perra viva y se la mostraban al pelao cantándole aquél pregón de Alejo Durán a golpe de tambor: “Ahí viene la perra/ La que me iba mordiendo…”
Carrillo cogía rabia y ese día, intentando cobrarse la ofensa, terminaba “embaldao” y botando varios goles imposibles. Esa estrategia les dio resultado en varias ocasiones a los rivales. Hasta cuando, finalmente, hubo la necesidad de convencerlo de que aprovechara ese apodo para parecer más temible ¿Qué más podía hacer?
Pasó a ser simplemente “La Perra” y entró a hacer parte de esa fauna insólita del fútbol profesional colombiano al lado del “conejo” Jaramillo, “el gato” Pérez, “la gallina” Calle, “El Chigüiro” Benítez, “el piojo” Acuña, “el gamo” Estrada y “el Pitirri” Salazar, entre tantos otros que domingo a domingo sacan a relucir sus sobrenombres como héroes de lucha libre.
Pero un buen día nos sorprendió a todos cuando, estando en la Selección Colombia prejuvenil, dijo, en su primer reportaje para el Diario Deportivo, a escala nacional, unas palabras que fueron utilizadas como titular de la nota:
-“Perra no hay sino una”.
Una vez más había ganado la mitología y la leyenda en este deporte de fábula.
agarizabalo@hotmail.com
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