Memorias de un Cazatalentos (6)
Por: Agustín Garizábalo Almarales
Me quedé perplejo, reflexionando: “Carajo, ahora sí me jodí… Mi mamá como que piensa que a mí me regalan la plata o qué…” Y mis amigos y amigas tampoco es que se queden muy atrás. A veces, por mis obligaciones, me toca desplazarme a otras ciudades o, incluso, como ocurrió el año pasado, hasta cumplir con el engorroso compromiso de ir a Italia a observar un torneo.
“-Figúrate, que otra vez tengo que viajar…”
–“Ahhhh, sabroso tú…” –Me dicen, sin ocultar su recelo.
Pero, ¿Es esta labor realmente un trabajo?
(Aquí entre nos, yo confío en que, por sus múltiples ocupaciones, la doctora de Recursos Humanos no tenga tiempo para leer este escrito, y menos que lo lean mis detractores, cosa que no le vayan con el chisme)
Sinceramente, lo confieso sin falsos pudores, en el desarrollo de mi actividad nunca me he sentido trabajando como tal. Sé que tengo una gran responsabilidad, es cierto, pero también es mi vocación natural y por eso estoy plenamente sintonizado conmigo mismo a través de lo que hago. Siempre lo hice y siempre he de seguir haciéndolo: así me gane todo el dinero del mundo o así no me paguen un peso más, voy a volver a las canchas a diario a mirar a esos chicos talentosos, porque tengo la necesidad de apostar por alguien que viene brotando, porque tengo el deber de decirle a ese niño que se me acerca con un brillo en los ojos que tiene talento, que se cuide, que se organice, que entrene: que trabaje a conciencia. Eso es lo que me nutre espiritualmente. Y mi mayor paga será, sin duda, el haber acertado una vez más cuando debute en primera división y sea un hombre de bien.
Es cierto que aprender y conocer es mi pasión; y es cierto que me gusta escribir; pero ocurre que hay gente que se aprovecha y me pasa factura por eso. Algunos han explotado mi vocación y mi curiosidad, mi deseo de aportar, mi necesidad de servir y creen que con esa retribución ya recibo lo suficiente; piensan que si lo disfruto ya no hay necesidad de una paga diferente al simple placer de hacerlo. Por eso, para mí, se me hace tan difícil cobrar. El tema toca entonces límites éticos: en nuestra cultura se cree que se puede exigir un mejor pago en dinero solo en la medida en que se demuestre mayor sacrificio y capacidad de esfuerzo y sufrimiento, como si no fuera justo retribuirle económicamente lo que se merece alguien que produce mientras se lo está gozando. El súmmun de mi trabajo no es el sudor, sino la responsabilidad y la eficacia; así esta vaya cargada de goce estético.
agarizabalo@hotmail.com
“…
y la única forma
de
tener un trabajo genial
es
amar lo que hagan”.
Steve
Jobs. Discurso en Stanford
Cualquier día me
pregunta un amigo:
-Mira, ¿y es que ya no estás trabajando?
-¡Por supuesto que sí! –Respondí-
¿Por qué lo dices?
-No, es que le pregunté
a tu mamá por ti y me dijo: “Ahora que no
está trabajando pasa menos aquí”
Hummmm. Fui a reclamarle
a mi vieja:
-Oye, ma, ¿cómo así que
usted le dijo a Fulanito que yo no
estaba trabajando?
- Ajá ¿y es que eso de
andar viendo partidos de fútbol es un trabajo? -Alegó con toda la
frescura que sólo puede darle el haber cumplido 86 años.
Me quedé perplejo, reflexionando: “Carajo, ahora sí me jodí… Mi mamá como que piensa que a mí me regalan la plata o qué…” Y mis amigos y amigas tampoco es que se queden muy atrás. A veces, por mis obligaciones, me toca desplazarme a otras ciudades o, incluso, como ocurrió el año pasado, hasta cumplir con el engorroso compromiso de ir a Italia a observar un torneo.
(Reconozco
en algunos pacientes ciertas miradas de
recriminación y, por qué no, de envidia)
Para disimular un poco,
en ocasiones, me pongo en plan de víctima y me quejo:
–“Ahhhh, sabroso tú…” –Me dicen, sin ocultar su recelo.
Pienso: “Una de las
ambiciones más fuertes y generalizadas del ser humano es el emprendimiento de soñados
viajes, la exploración, la aventura, ese natural deseo de conquistar nuevos
mundos”. Entonces me doy cuenta de que me he pasado de mano, que he querido
ponerle drama al asunto para que esto parezca un trabajo y se justifiquen los
beneficios recibidos.
(Aquí entre nos, yo confío en que, por sus múltiples ocupaciones, la doctora de Recursos Humanos no tenga tiempo para leer este escrito, y menos que lo lean mis detractores, cosa que no le vayan con el chisme)
Sinceramente, lo confieso sin falsos pudores, en el desarrollo de mi actividad nunca me he sentido trabajando como tal. Sé que tengo una gran responsabilidad, es cierto, pero también es mi vocación natural y por eso estoy plenamente sintonizado conmigo mismo a través de lo que hago. Siempre lo hice y siempre he de seguir haciéndolo: así me gane todo el dinero del mundo o así no me paguen un peso más, voy a volver a las canchas a diario a mirar a esos chicos talentosos, porque tengo la necesidad de apostar por alguien que viene brotando, porque tengo el deber de decirle a ese niño que se me acerca con un brillo en los ojos que tiene talento, que se cuide, que se organice, que entrene: que trabaje a conciencia. Eso es lo que me nutre espiritualmente. Y mi mayor paga será, sin duda, el haber acertado una vez más cuando debute en primera división y sea un hombre de bien.
Es cierto que aprender y conocer es mi pasión; y es cierto que me gusta escribir; pero ocurre que hay gente que se aprovecha y me pasa factura por eso. Algunos han explotado mi vocación y mi curiosidad, mi deseo de aportar, mi necesidad de servir y creen que con esa retribución ya recibo lo suficiente; piensan que si lo disfruto ya no hay necesidad de una paga diferente al simple placer de hacerlo. Por eso, para mí, se me hace tan difícil cobrar. El tema toca entonces límites éticos: en nuestra cultura se cree que se puede exigir un mejor pago en dinero solo en la medida en que se demuestre mayor sacrificio y capacidad de esfuerzo y sufrimiento, como si no fuera justo retribuirle económicamente lo que se merece alguien que produce mientras se lo está gozando. El súmmun de mi trabajo no es el sudor, sino la responsabilidad y la eficacia; así esta vaya cargada de goce estético.
Entonces les digo: “A mí
no sólo me pagan por ver, sino para equivocarme lo menos posible”. Y ahí están
los resultados.
Por eso, con frecuencia difiero
de algunos amigos que me han querido elevar a la
categoría de sabio. Como ellos vienen y encuentran en mí cierta disposición
para la conversa, porque escribo algunas reflexiones y las publico, porque a
veces los oriento en determinados temas (quizás por toda esa información que
adquiero en los textos que leo) y porque gozo de mucho tiempo para pensar, me
han querido endilgar semejante sambenito. Y les digo “No señor, por favor, no. Miren que me están
condenando a vivir pobre toda la vida: ¿Cuándo se ha visto a un sabio con
plata?...” (Bueno, “Saviola,
quizás)
A propósito de este
inusual oficio de Cazatalentos, que da para tantas interpretaciones y
controversias, mi amiga Ibeth cuando se encuentra conmigo me dice que yo me
aparezco como la muerte.
-¿Cómo así? – le
reclamo.
-Claro, siempre estás buscando
a ver a quién te llevas…
agarizabalo@hotmail.com
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