lunes, 19 de abril de 2010

MICHAEL ORTEGA (1)


Viaje al Semillero (Segunda temporada)


Nota: Amigo lector: En meses anteriores tuvimos la oportunidad de publicar, en esta misma página Web, las historias de algunos jugadores que crecieron y se formaron en las divisiones menores de nuestra Institución: Freddy Montero, Abel Aguilar, Armando Carrillo, Pipe Pardo y Anthony Tapias. Ahora, emprendemos un nuevo viaje con otra camada de muchachos que empieza a despuntar en el concierto del fútbol nacional: Michael Ortega, Gustavo Cuellar, Luís Muriel y otros. Aspiro a que lo disfruten, como en la serie anterior, conociendo detalles y anécdotas de sus vidas.

Por: Agustín Garizabalo Almarales


Un amigo me pasó el dato: En la cancha del barrio el Carmen de Barranquilla había un pelaíto al que le decían “Maradonita” y que jugaba en la Escuela Toto Rubio. Fui a verlo y pude notar que una romería de fanáticos también lo seguía. El chico definitivamente era imparable cuando llevaba la pelota pegada con Boxer a su botín, exhibiendo una habilidad y una velocidad asombrosas en un niño de 9 años; ese día ganaron 4 a cero y él hizo 3 goles. A partir de ahí, cada vez que podía, yo me acercaba a verlo jugar. Por ese entonces, también, le estaba haciendo seguimiento a otro gran jugador de esa escuela, en una categoría superior: Freddy Montero.

Más adelante, cuando empezó a competir en la liga de fútbol, no lo acompañaba con mucha frecuencia, porque los partidos los ponían en canchas lejanas y yo andaba haciendo mi labor en diversas regiones de la costa, pero Toto Rubio me mantenía al tanto de los progresos de los jugadores de su escuela. Luego, en un torneo ASEFAL, lo vi de nuevo destacándose y por primera vez me le acerqué y le dije que si seguía jugando así lo llevaría al Deportivo Cali. Me preocupaba, sin embargo, que era muy bajito y además, delgado, y en Cali me exigían ciertos estándares.

Mi preocupación aumentó cuando invité a Michael a que me acompañara al hotel donde estaba hospedado el Deportivo Cali de la categoría infantil que participaba en aquel campeonato. Lo presenté a los profesores diciéndoles: “Miren, este es el próximo que voy a llevar”.El preparador físico me dijo en voz baja: “Lo mata la talla, oís…” Me puse a pensar, Caramba, si ni siquiera lo ha visto jugar. Bueno, pero uno sabe que este tipo de jugadores siempre despiertan controversias. Yo mismo no estaba seguro si Ortega podía alcanzar una talla aceptable para el fútbol profesional. Se lo dije a Toto Rubio y empezamos a analizar que si para el Cali no estaba, entonces hablaríamos con Nelson Gallego, que en ese momento trabajaba en las menores del Nacional, y a él sí le gustaban esos jugadores bajitos.

De hecho, yo le recomendé a Nelson Gallego a Juan Guillermo Cuadrado (ahora en el Udinese) y a Cristian Mejía (actualmente en Rumania) pero al parecer, allá en Nacional como que tampoco llenaron las expectativas y Gallego se los quedó para él, con los resultados ya conocidos. Cuando se habla de talla no sólo nos referimos a la estatura, sino también, al peso ideal en relación con esta, sin olvidar la posición de juego en la que actúa el jugador. Obvio que para mejorar a unos chicos así, con esas deficiencias tan marcadas, hay que hacer una inversión y un trabajo de mejoramiento técnico y físico muy arduo y a largo plazo, y casi sin garantías.

Con frecuencia escuchaba elogios de las actuaciones de Michael Ortega en la Liga. Pero hubo un tiempo en que, al parecer, cayó en un bajón y llegué a pensar que se estaba quedando, como ha ocurrido con tantos otros. Sin embargo, en el torneo ASEFAL Sub-15 de mitad de año, tuve la oportunidad de ir a presenciar varios encuentros donde él actuaba. La Escuela Toto Rubio fue eliminada en la primera fase, y en el último partido, que perdieron 1-0, Michael Ortega terminó de villano, porque despilfarró algunas opciones claras de gol, motivando quejas e irritación entre los hinchas.

En realidad en esta labor que hacemos es preciso aprender a ver más allá del simple momento. El ojo del cazatalentos tiene que poder medir el potencial, no la muestra inmediata. Yo vi, como todos, que Michael erró varias acciones de gol, pero también analicé que era el único que se atrevía, era el único que intentaba, el único al que no le daba miedo fallar. Sus compañeros de equipo prácticamente no existían. Y, pese a equivocarse, volvía a intentarlo, una y otra vez. Hasta un entrenador amigo que me estaba acompañando me preguntó en tono de reclamo: “-¿Y ese es el jugador malo que te vas a llevar?” Yo me quedé en silencio pero pensé: “Caramba, si allá en Cali le mejoran la definición, estaremos ante un prospecto extraordinario, porque no lo pueden parar, porque en sus arranques por el medio, a punta de amagues y gambetas, deja a todo el mundo regado, es cuchillo caliente en mantequilla y uno ya no encuentra futbolistas así”.

Finalmente, los fanáticos lo hicieron responsable de la derrota, fue el perdedor esa tarde, el chivo expiatorio, y sin embargo, vino adonde mí, casi con descaro, a preguntarme que cuándo era su viaje. Yo había decidido acercarlo al Deportivo Cali, para una pasantía de un mes y habíamos dispuesto que se fuera en el bus con el equipo. Fue recibido en Cali por el maestro Jairo Arboleda, quien, casi de inmediato, dio su aprobación para que regresara el próximo año a quedarse. Definitivamente, hay que creer más en los que fracasan que en los que renuncian.

Y una anécdota, ocurrida dos años antes de ese episodio, marca lo que significa para un niño en crecimiento, unas palabras dichas con la intención de sugestionarlo:

En un torneo ASEFAL, yo dirigía la Escuela Barranquillera y jugábamos el partido inaugural con transmisión por televisión ante la Escuela Toto Rubio. Me encontré en el bus con Michael Ortega, que en ese momento estaba por cumplir los 13 años, acompañado de sus papás, y por maldad, para meterle presión, porque sabía que era el jugador más importante de ese equipo, le dije: - “Si sigues jugando así, te voy a llevar para el Cali. Pero hoy tienes que meter mínimo dos goles”.

Bueno, el partido terminó 3-0 a favor de la Escuela Barranquillera y Michael no tuvo un buen juego, quizás intentó definir muchas veces solo, quizás abusó de la gambeta y del regate y fue presa fácil de mis defensas. Cuando terminó el encuentro se me acercó muy triste y compungido a preguntarme:

- Profe ¿Y ya no me va a llevar?




agarizabalo@hotmail.com





1 comentario:

. dijo...

Muy linda la historia, tiene un picantico y un final curioso. Al final cuando Ortega le pregunta: ¿Profe y ya no me va a llevar?