lunes, 19 de abril de 2010

MICHAEL ORTEGA (2)

Viaje al Semillero (Segunda temporada)


Por: Agustín Garizabalo Almarales

¿Qué es la suerte sino una serie de casualidades que ocurren, aparentemente de forma arbitraria, para que un hecho primordial pueda cumplirse?

A Michael Ortega le fue tan bien
en su primer año en las divisiones menores del Deportivo Cali, que el profesor Abel Da Gracca, director general, autorizó la compra de sus derechos deportivos y el profesor Néstor Otero, técnico del equipo profesional, después de una práctica de su grupo ante los juveniles, lo ascendió a la primera división. Lo primero, lo de su pase, no pudo cristalizarse porque la institución, agobiada por malos resultados y precariedades económicas, no contó, en ese momento, con los recursos para ello; igual, quedaba la opción, un poco más onerosa, de esperar el siguiente año para definir su compra. Lo segundo, su vinculación a la primera escuadra, se cumplió a medias, es decir, entrenaba con los de arriba, pero jugaba con la C; no tuvo la oportunidad de debutar ese año como tal vez el profe Néstor Otero hubiese querido.

El siguiente año se vino todo abajo. Michael fue enviado a vivir a una pensión con jóvenes universitarios y, pese a que, en apariencia todo andaba bien, el chico empezó a decaer en su rendimiento. ¿Se desordenaba? ¿Se acostaba tarde? ¿Se consiguió unas viejas? Michael siempre ha negado que se haya descarrilado de su disciplina. Pero lo veían saliendo con jugadores profesionales que ya tienen otros hábitos y otro ritmo de vida; lo notaban un poco pasado de peso, lento, sin explosión, con dolores en las piernas. Uno de sus entrenadores de la C, en algún momento, delante del grupo, llegó a decirle: “Mijo, ¿Usted qué hace acá? Váyase para la costa que está perdiendo su tiempo”.

Eran épocas de angustia, de aburrimiento. Jugaba 20 minutos y lo sacaban, que se quedaba sin piernas, decían; algunas veces jugaba mal, otras regular, pero terminó jugando bien el remate del año, ahora bajo la dirección del profesor Iván Darío Arroyo, quién le dio el espaldarazo definitivo. Adicionalmente, Burbano tuvo la feliz idea de regresarlo a Casa Hogar. No obstante, había que autorizar lo de la compra de su pase y en la reunión de entrenadores se dijo que había dudas, los reportes no eran los mejores, pero igual, como se vencía la opción de compra había que tomar una decisión. Me pidieron a mí que hablara con Toto Rubio para que prolongara el convenio por un año más. Toto Rubio, a regañadientes, -que cómo así, después de dos años-, aceptó, pero sólo por seis meses, quizás un poco para devolver con ese gesto el beneficio económico que el Cali le entregó por el porcentaje de la transferencia de Freddy Montero a los Estados Unidos.

Y aquí aparece el primer artificio de la diosa fortuna, como acostumbra a meter su mano en el destino de los señalados. En el año 2009, de acuerdo con el seguimiento que se traía, les correspondía a los jugadores nacidos en el 90 jugar la norma. Pero viene lo del mundial juvenil en el 2011, donde Colombia jugará de local, y a Eduardo Lara se le ocurre acelerar la competencia para esos jóvenes, y son los 91 los que deben cumplir la restricción. Punto a favor para esos muchachos que de repente no iban a ser tenidos en cuenta.

Sin embargo, Michael Ortega llega a Barranquilla de vacaciones y se corre el rumor de que no regresaría al Deportivo Cali. Hasta le daba pena salir de su casa (ubicada en Palmar de Varela, un municipio a 20 minutos de la Arenosa), porque se decían cosas que no eran ciertas; en este punto siempre la leyenda del ángel caído aparece para hacer las delicias en las esquinas de los pueblos.

La gente del Junior, enterada de ese desencuentro, fue a hablar con la familia. El papá, Rodrigo, conductor de bus, fanático del Junior como todo conductor de bus que se respete en esta ciudad, estaba de acuerdo en que se quedara en Barranquilla, total, le habían dicho que Julio Comesaña había comentado que si se fichaba con ellos, lo pondría a cumplir la norma. Su mamá, Lizeth, ama de casa, en cambio, un poco menos azarosa, consideraba que había que esperar, que igual el Cali no lo había sacado, que quedaba esa posibilidad de que el Toto Rubio ampliara el convenio, que, en fin, lo habían tratado muy bien en esos dos años y para qué desesperarse. No importa que entre los cuatro menores escogidos -Wallens, Muriel, Lizarazo y Jaramillo- para iniciar la “temporada Cheché”, él no estuviera convocado. No importa que no le hubiesen dado el dinero para el pasaje de regreso. Había que esperar.

Yo andaba angustiado porque Michael, en ese momento, había quedado fuera de la potestad del Cali, pues los términos de acuerdo con la Escuela Toto Rubio se habían vencido. En tanto, en Cali, el profesor Jairo Arboleda, le insistía a Cheché que en la costa había un pelao que tenía que ver, que lo pidiera, que no lo iba a defraudar. Acá en Barranquilla, uno de esos amigos que a veces caen del cielo, muy cercano a Cheché Hernández, al enterarse de la presión que Junior ejercía por Ortega, se tomó el trabajo de llamarlo y decirle “Ojo con ese muchacho que Junior está detrás de él”. Finalmente, al día siguiente, muy temprano, me llamó Alfonso Vásquez, gerente deportivo del Cali, para pedirme que envié a Michael en avión, en bus, en burro o en lo que fuera, pero que debía reportarse a los entrenamientos el próximo lunes.

La diosa fortuna, entre tanto, nos venía preparando otras agradables sorpresas…




agarizabalo@hotmail.com

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