viernes, 30 de mayo de 2008

EL FÚTBOL DESDE ADENTRO

Por: Agustín Garizábalo Almarales


“Estadísticamente son más los que
Renuncian que los que fracasan”
- Henry Ford

Me escribe un lector en tono de reclamo diciendo que a veces soy muy duro en mis artículos, especialmente cuando hablo de los entrenadores de fútbol aficionado. Dice que me resulta muy fácil criticar tras bambalinas, que tal vez he asumido la posición de sumo sacerdote y se pregunta si no habré tenido yo todos esos defectos que comento de mis colegas.

¡Por supuesto que sí!... Precisamente la materia prima de mis escritos son mis vivencias. Si mis reflexiones tienen algún mérito es que son fraguadas desde adentro, desde el fútbol mismo. No he tenido necesidad de inventar nada, sólo consignar lo que veo a diario, lo que he experimentado, lo que he sentido, lo que me dicen algunos amigos cercanos. Y me gusta ponerme en los zapatos de los otros actores del fútbol: Qué piensan los padres, los entrenadores, los directivos, los jugadores, los fanáticos.

En tantos años dedicados al fútbol, he tenido la oportunidad de desempeñarme en diferentes roles, desde asistente de campo, director técnico, coordinador general, delegado, asesor, consultor, expositor, integrante de comisiones técnicas, actualmente cazatalentos (veedor) y, en ocasiones, hasta periodista deportivo. Así que, el valor agregado es que he estado metido allí, mis experiencias son, por tanto, de primera mano.

Y cuando voy a escribir sobre los entrenadores al primero que miro es a mí mismo, mi propio desempeño, remitiéndome a épocas pasadas, no muy lejanas. ¿Qué hice durante todos esos años? ¿En qué me equivoqué? ¿Cuántos errores fueron aleccionadores?... El sentido común indica que los ganadores tienen muy poco que contar. Somos los que hemos fracasado muchas veces los que podemos contar la historia gruesa.

Esos ensayos fallidos, esos “Si yo hubiese hecho esto o lo otro”, ese quedarse en vela hasta el canto de los gallos, impávido, pensando: “Cómo no me di cuenta, qué estúpido”. Cuántas veces no atropellé con palabras, sutiles o evidentes, a un alumno o a un padre de familia, cuántas veces me dejé tentar por la soberbia de decir “Yo soy el que manda aquí”, cuántas veces no cree falsas expectativas, cuántos errores cometí creyendo que actuaba con buena intención. Cuántos partidos perdí por mi terquedad, por no ver más allá de la situación inmediata, cuántas veces me acomodé para quedar bien con otros aunque no estuviera convencido de que hacía lo correcto.

Como decía Borges: “El perdedor posee una dignidad que los ganadores no son capaces de comprender”. Es esa sensación tan común, pero pocas veces reconocida, de saberse inútil y miserable cuando todo se cae y la gente a tu alrededor te mira como a un estúpido; o ese pánico que te atenaza cuando termina el primer tiempo de un partido y vas perdiendo por goleada y no tienes ni idea de lo que vas a decir o lo que vas a hacer cuando entres al camerino; ese vacío irremediable en el estómago, ese trágame tierra, pero también ese acto sublime y respetable de sacudirse y seguir para adelante, sacando fuerzas de flaquezas como si nada, y con una seriedad y tranquilidad rayanas al descaro. Bien he podido comprobar que una de las fuentes de la sabiduría es asumir con inteligencia los desaciertos. Pero, bueno, adquirir consciencia de esa fragilidad emocional es lo que nos hace más humanos. En palabras de Wiston Churchil, “El éxito no tiene que ver con ganar todas las veces, sino con mantener el entusiasmo, pase lo que pase”.

Otro lector me dice que yo caigo en el mismo error que muchos: echarle la culpa a los jugadores cuando las cosas salen mal. Indudablemente todos los que estamos metidos en esta actividad tenemos una cuota de responsabilidad, mayor o menor, pero no se puede caer en el extremismo de exonerar por ello a los jugadores del compromiso que tendrían que asumir. Siendo el ente más importante del fútbol, les corresponde hacer un cambio de concepción esencial si no quieren correr el riesgo de caer en las fragilidades propias de esta profesión.

Y no trato, de ningún modo, de buscar culpables, sino, más bien, de describir la realidad actual y presentar posibles soluciones, o por lo menos despertar algunas inquietudes entre los lectores, que se estimulen a investigar, controvertir, buscar nuevos conceptos. Nos quejamos con frecuencia de que nos falta capacitación, de que no tenemos un espacio para expresarnos, de que el fútbol aficionado no tiene dolientes; pero aquí nos han permitido, y se lo agradecemos al director del periódico y a los editores de la revista, una página semanal para hablar de ese “otro” fútbol, ese que “casi no vende”, como se dice en ciertos círculos, ese hermano menor mongólico que a veces hay que sacar a pasear.

Alguien me escribe diciendo que yo que voy a decir, si tengo parte de culpa en la problemática actual del fútbol de la costa, porque me “llevo” a los jóvenes talentosos de la región. Pero resulta que ese es mi trabajo: buscar a excelentes jugadores para un club profesional del Valle del Cauca que ha creído en los nuestros. Pienso que la Costa Caribe produce suficientes buenos jugadores para que los clubes costeños se armen con elementos propios de la región y siempre alcanzará para nutrir, no sólo al club para el cual trabajo, sino al resto de equipos rentados del país; eso, indudablemente, mejoraría la calidad de vida de nuestros jóvenes y sus familias.

Para el caso específico del Deportivo Cali, quizás nuestros jugadores han sobresalido, no tanto porque yo me haya llevado a los mejores, como con frecuencia se dice o se piensa, sino porque, habiendo recomendado buenos muchachos y buenos deportistas, allá les han invertido en trabajo, alimentación, formación óseo-muscular, competencia de nivel, etc. y eso termina mejorándolos necesariamente, adquiriendo ese plus que justifica el proceso.

Lo que queda en limpio es que soy un convencido de las capacidades de nuestros jugadores y apuesto por ellos, desmintiendo aquello de que el talento por acá escasea, o que el costeño es desordenado. Hay que buscarlos, eso sí, y hay que encontrarlos, también. Pero de que los hay, los hay. Yo creo que en nuestro medio siempre habrá jugadores tan buenos o quizás mejores que aquellos que se han ido para otras ciudades, pero hay que hacerles la inversión que corresponde y habría que quitarle ese halo de misterio y de magia al asunto: los que yo me he llevado, por ejemplo, no son de otro mundo, han alcanzado cierto nivel de figuración porque los han trabajado de manera diferente.

Por último, quiero agradecerles a todos esos lectores que se han tomado el trabajo de enviarme un comentario, una crítica o una sugerencia. Hasta el siempre inconforme “Callejero”, amparado en su ácido anonimato, nos ha hecho reflexionar con sus apuntes y son bien recibidos. Quiero resaltar, además, el apoyo invaluable de amigos como Leonel Otero, Helmuth Wenin, Gustavo Quintero, Edinson Barceló, Darío Pacheco y el profesor Luna, entre otros, quienes siempre me abordan para sugerirme temas para mis columnas. Y el magnífico aporte en la corrección y revisión de mis textos del acucioso José Villarreal Gravini, sin el cual esta labor habría resultado muchísimo más dispendiosa.

Me he permitido esta licencia de escribir con el corazón en la mano, porque sentía la obligación de hacer catarsis. Aquí no se trata de tener la razón, o de dar cátedra. Menos de ganar la partida. Acepto que escribo a partir de mis errores y dudas, pero soy consciente de la necesidad de construir un banco de reflexiones acerca de nuestro fútbol aficionado, tejido y forjado desde adentro, desde el mismo centro de la pelota y del alma de los humanos que van tras ella.

Si desea hacer un comentario o enviar alguna sugerencia escriba a agarizabalo@hotmail.com

Publicado en el Heraldo Deportivo - Mayo 27 de 2008.

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