viernes, 30 de mayo de 2008

NOS CUESTA JUGAR CON VENTAJA

Por: Agustín Garizábalo Almarales

En el fútbol, ya se sabe, se pasa con frecuencia de la felicidad a la agonía. Especialmente en torneos cortos donde se juega muy seguido, los estados de ánimo duran a veces menos de 24 horas. Esto ha sucedido en nuestro país en innumerables ocasiones con equipos de fútbol que ganan un partido de fantasía y al siguiente se dice que sus jugadores son unos troncos.

Los fanáticos que regresan a las tribunas a la caza de un nuevo espectáculo, los empresarios que se acercan con sus agendas y los periodistas que deliran anticipando el cielo y, con frecuencia, hasta los propios entrenadores, quedan anonadados y confundidos porque el equipo, después de una exhibición de ensueño en el juego anterior, ha estado totalmente desconocido, y hasta los jugadores parecen otros muchachos. ¿No será que nos los habrán cambiado? se preguntan.

Nadie puede entender qué ha pasado. Sencillamente los jugadores no vinieron. Se quedaron en el partido anterior. Pese a los esfuerzos de los entrenadores por despertarlos del letargo, es muy poco lo que puede lograrse. ¿Cómo hacer entrar en razón a un borracho? Para colmo de males, si el equipo, por un golpe de suerte, sale ganando, pues, mucho peor, porque, paradójicamente, ese hecho podría darle al grupo un plus de autosuficiencia, tan frecuente en mentes inexpertas. Y aquí sí se arma Troya. Todos se paran a mirar, dejan de correr porque sus cerebros no están en el presente, en sus cabezas siguen corriendo ríos de imágenes de otro tiempo y se dispara un mecanismo que paraliza los músculos pero inflama la soberbia.

No se puede creer, por ejemplo, cómo esa defensa que en la tarde anterior estuvo infranqueable, hoy haya sido una coladera con su accionar errático y dubitativo. Y ni para qué hablar de los creativos o los delanteros: apenas son árboles mecidos por el viento, pero en aquello de correr y fabricar jugadas de peligro, nada de nada. La tribuna, irritada, pide las necesarias sustituciones, que esos tipos vayan a robar a otra parte, gritan. Pero, ¿qué ocurre? A los que entran como solución les va peor. En definitiva, una debacle, y todos quedan haciendo cruces, desconcertados.

Luego se suelen elaborar dramáticas reflexiones tras un resultado de este calibre. En torneos cortos, sostener la ventaja viene a ser lo más difícil. Lo que marca la diferencia al final es la regularidad en el rendimiento de los jugadores y si se juega cada día o día de por medio, no es nada fácil. Surgen entonces los interrogantes de rigor: ¿Qué pasó? ¿Será que hicieron daño los elogios? ¿Hubo algunas distracciones? ¿La prensa tuvo algo que ver? ¿O es que se agrandaron y creyeron que ya habían ganado con la camiseta?

Todo es posible. Los técnicos prefieren apuntarle siempre a una falta de actitud adecuada o una suma de distracciones sutiles y culpan a los jugadores de comportamientos irresponsables. Uno de los deportes favoritos de las delegaciones deportivas es la autoagresión cuando las cosas no salen.

Aunque puede ser una inestabilidad inconsciente, Lo cierto es que nos cuesta jugar con ventaja. Todos hemos caído alguna vez seducidos por el triunfalismo. El éxito puede ser embriagante y soporífero si no se es capaz de salir de ese trance. Y más en torneos importantes cuando se juega contra clubes de renombre internacional. Por eso, asistir a este tipo de competencias, en ocasiones, nos regresa a la cruda realidad y nos pone en nuestro sitio. La experiencia no se improvisa, dice el adagio, luego, necesariamente, hay que pasar por ahí. Hay que padecerla.

Pero como en nuestra cultura estamos condicionados para rebuscarnos para el día, caminando sobre el filo de la navaja, y nos gusta el teatro y la tragedia, entonces es preciso el sufrimiento, caer en situaciones límites, nada que nos permita aprovechar la supremacía para seguir en una senda de satisfacción y tranquilidad como tendría que ser, sino que, de alguna manera, perseguimos ese estado de incertidumbre donde el drama y la angustia nos hagan sentir vivos, para querer venir a demostrar después que sí se podía. El problema grave es que esta práctica se vuelve adictiva. Nuestro deber, por tanto, es trabajar sobre ese paradigma erróneo. Piedra de toque y acción clave para un cambio verdadero y sustancial.

También es común caer en la tentación de imaginar que eso sólo le pasa a uno, pero quién sabe. Nosotros, los colombianos, por ejemplo, mientras en el fútbol sigamos apostando a la fórmula de querer controlar el entorno de los jugadores va a ser muy arduo alcanzar logros permanentes, porque el problema no son las mujeres, ni el periodismo, ni los empresarios, ni el hotel, ni el celular. Eso siempre va a estar ahí. “La fiebre no está en la sábana”, decían los abuelos.

El tema es la interiorización de la responsabilidad y esa no se aprende sólo porque se diga algo al respecto, ni porque alguien venga a contarle a uno una historia de dolor y superación. Mientras se apunte al mecanismo policial de estar encima los jugadores, sospechando de todo y de todos, jamás ellos van a adquirir una autorregulación que les permita sostenerse con equilibrio en los momentos de triunfo o de fracaso. Siempre habrá alguna fisura por donde se cuele una distracción. Si el jugador, por sí mismo, no es capaz de sortear las tentaciones, no hay caso, porque en algún momento va a fallar. Y si no puede resistir un halago, significa que aún le faltan horas de vuelo, necesita mejor capacitación personal. Es una metodología difícil y dispendiosa ya que culturalmente no estamos educados para responder por nosotros mismos. Y de eso se trata.

No obstante, ¿Qué hacemos en las categorías menores? Pues, trasladamos los métodos represivos utilizados en los equipos profesionales, trabajamos a partir del miedo y la desconfianza de los dirigentes y entrenadores, perpetuando así una práctica inveterada de conflictos y agresiones intestinas en cada concentración o en los días previos a los partidos decisivos. ¿No sería mejor tener cuidado con el tipo de jugador que se elige? Un club que pretenda armar un equipo serio tiene que buscar jugadores con ese perfil. Y así evitará el desgaste del excesivo control y escrutinio. Es cierto que no resulta nada sencillo, pero cuando se vaya a adquirir un jugador, por ejemplo, habría que investigar no sólo sus antecedentes futbolísticos sino también personales.

El éxito es como el dinero, sólo se aprende a manejarlo teniéndolo, sorteándolo. Dolorosa pero afortunadamente no hay otra receta mejor que vivirlo, por eso todos podemos aspirar a él. No se hereda. No se transmite. Se gana, se pierde o se recupera. Pero nadie puede gozárselo todo el tiempo. Coqueta y caprichosa, la diosa fortuna pasa y toca la puerta, pero no se queda.

No hay nada más engañoso que el triunfo. Distrae e invita a soltar las amarras. Un ganador auténtico no se conforma solamente con ganar, sino que se obliga a sí mismo a descubrir y decodificar la fórmula del éxito para así poder repetirlo. La historia está plagada de deportistas que, mientras no habían ganado nada, se esforzaron, se cuidaron y estuvieron concentrados, preparándose a diario en pos de una ambición, pero, una vez obtuvieron los logros y empezaron a ganar dinero y fama, se descuidaron, se volvieron soberbios, se llenaron de pereza y buscaron el camino fácil de hacer trampa para no cumplir con su rutina de vida y cayeron en la autocomplacencia y en las prácticas erróneas.

Es decir, que también se puede fracasar el día que se triunfa.
Vaya paradoja.

Si quiere hacer algún comentario o sugerencia sobre este artículo favor escribir a agarizabalo@hotmail.com

Publicado en el Heraldo Deportivo - Mayo 6 de 2008.

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