Por: Agustín Garizábalo Almarales
Vinieron a visitarme al hotel porque yo le había preguntado en la cancha algunos datos a su niño. En los pueblos cuando uno llega a ver jugadores la noticia corre como pólvora encendida. Esta pareja de esposos que tengo aquí en frente mío no cabe de la dicha y con ojos cargados de ilusión quieren saber cómo es la cosa. Indagan, sonríen, tratan de mostrar sus mejores caras. Su niño va a cumplir apenas diez años, esta mañana hizo un par de goles y fue la figura de la cancha. Fui y le pregunté al entrenador cierta información necesaria siguiendo el procedimiento propio de esta labor y el profe me presentó al chico que emocionado le comentó a sus padres. Lamentablemente tuve que decirles que no podía prometerles nada. Que esto apenas era el inicio de una larga carrera, que requería de mucho sacrificio y paciencia, que implicaba asumir ciertas conductas, que podía ser una posibilidad, pero que no había garantías. De todos modos esta pareja se va encandilada, pensando que su hijito va a ser jugador profesional.
Pero también me he topado con otros ojos. Ojos tristes y llenos de resentimiento, cuando, por ejemplo, es otro muchacho el escogido y no precisamente el niño de esos ojos.
Yo siempre que puedo aprovecho y lo dejo claro: Lo único que puedo prometer es que trataré de estar allí, acompañándolos en sus ilusiones, mirándolos en las competencias, asesorándolos en el camino. Pero no estoy obligado a más nada. Hay gente que ha terminado molesta conmigo porque cree que si son mis amigos y me atienden bien, ya tienen asegurado que su hijo recibirá una oportunidad. Digo que eso depende de ellos, de los futbolistas: hay un momento en que el jugador muestra un plus en su rendimiento, marca diferencia, y él mismo dice con su actuación: “bueno, profe, ya estoy listo”. Siempre hay un momento mágico cuando el chico da la señal. El jugador tiene que brillar con luz propia.
Les hacemos seguimiento, por grupos de edades, a varios jóvenes de manera simultánea; algunos pintan bien pero después se van quedando, quizás su talento llegaba hasta ese nivel; otros llevan un rendimiento irregular: por momentos aparecen y son figuras, y por temporadas desaparecen del mapa y nadie sabe ni por dónde andan. Hay épocas áridas en las que veo muchos partidos de fútbol pero no encuentro a nadie que brille. Son veintidós pelaos corriendo, metiendo, discutiendo, intentando, pero no hay campanitas que anuncien una linda jugada. Y después se acerca más de un adulto a preguntarme: “Profe, ¿y cómo vio al pupilo?”
También digo que cada quién tiene que emprender su propia lucha. Yo tengo la mía: como veedor mi mayor patrimonio es la credibilidad. Y debo tener mucho cuidado; de hecho, tengo que estar muy convencido, debo investigar bien, conocer suficientemente al joven que voy a enviar. Pero no puedo recomendar a alguien sólo porque tenga una relación familiar o de amistad conmigo. De hecho, creo que mi mayor fortaleza es que me mantengo afuera. Con los jugadores llevo una relación cordial y afectiva y los acompaño hasta cuando son profesionales pero siempre soy profesor, casi nunca amigo personal.
El coreógrafo colombiano Álvaro Restrepo anotó al respecto, refiriéndose al arte, y perfectamente se puede aplicar a lo nuestro:
“Hacemos énfasis en la calidad. Si la calidad no es el propósito podemos caer en la Caridad. Y cuando el arte se vuelve caridad se llega a la mediocridad. Es preferible enseñarles a los niños a hacer traperos o ser agricultores, que engañarlos con el arte. Porque el arte es o no es”.
Porque el fútbol es o no es, decimos nosotros.
Además, ya entrado en gastos voy a decirlo: yo no represento jugadores, sólo soy un simple intermediario, un asesor, un puente entre un club profesional y los jugadores aficionados, por eso deliberadamente evito involucrarme afectiva o económicamente con los posibles elegidos. Al único que en realidad me interesa “vender”, en el sentido estricto del término, es a mí mismo, mi trabajo serio y constante, para seguir gozando de ese privilegio invaluable de tener una voz propia que pueda ser escuchada.
Por eso les digo a los jugadores que recomiendo que no me den nada, pero que no me hagan quedar mal. Yo no aspiro a una camiseta ni a un dinero por debajo de cuerda, ellos sabrán cómo expresar su gratitud de una manera lícita y prudente, si es que lo consideran pertinente, claro está, porque tampoco es que estén obligados formalmente a corresponder con nada, quizás puedan hacerlo más como un gesto moral, de esos que se suelen hacer cuando se alcanza algún logro y nos parece lógico que los que contribuyeron reciban algún presente.
Pero aquellos que llevan mi recomendación, los que adquieren mi sello y mi respaldo después de un concienzudo seguimiento, deben entender que su comportamiento y esfuerzo tienen que ser impecables, porque no sólo están exponiendo su propio pellejo, si no el de todo el grupo. No ve que cuando alguno de ellos falla no se acostumbra a hablar con nombre propio, si no que, más bien, se generaliza con la famosa fracesita: “costeño tenía que ser”.
Por lo mismo les pido que sean aliados, que sean rigurosos unos con otros, que no se dejen estigmatizar, que se cuiden y protejan mutuamente, que le reclamen y le exijan al que se esté descuidando. En ese sentido soy muy celoso y quiero que cada uno de ellos lo sea, especialmente ahora que hemos recuperado un sitial de estima en el concierto nacional como elementos serios y dignos de confianza en el fútbol ¿cómo así que el costeño es flojo y desordenado? Esa es la imagen que hemos ido cambiando, porque, voy decirlo sin reticencias, no me puedo quejar de los jugadores que he apoyado hasta el momento porque me han hecho quedar muy bien.
Lamentablemente no todos logran alcanzar los niveles de exigencia deportiva y a algunos los han devuelto, no por indisciplina ni por falta de adaptación, si no tal vez porque no estuvo en buen nivel o se encontró con otro aspirante con mejor rendimiento. O, también ocurre, sencillamente al profesor le pareció “normalito”, como ellos dicen. Y claro, como el jugador de afuera tiene que estar muy por encima del nivel estándar, cosa que justifique la inversión que el club hará en su manutención y estadía, estudio y demás, pues, naturalmente, “despachan” al muchacho como dicen en el Valle del Cauca.
¿Y qué ocurre entonces? El jugador viene diciendo que el profesor lo tenía en “la mala”, los papás cogen rabia, hablan de todo el mundo, se sienten perseguidos y se molestan conmigo porque dizque yo no hice nada. ¡Cómo no! Que más quisiera yo que todos se quedaran. Bueno, pero si este chico estuvo más de un año por allá, les digo, y tuvo su oportunidad por recomendación mía, con gastos pagos y todo, si las cosas no se dieron ya no dependía de mí, son tantos factores que influyen en esa decisión que en ocasiones ni yo mismo entiendo muy bien por qué lo están devolviendo.
Se podrá alegar que a veces se cometen injusticias con los muchachos porque se aplican algunas variables no futbolísticas que pueden ser significativas al momento de una valoración. Pero, lamentablemente, son las leyes tácitas del fútbol, siendo, como es, una actividad donde la subjetividad de los que eligen es tan importante y definitiva.
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Publicado en el Heraldo Deportivo - Abril 22 de 2008.
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