Reflexión a propósito del fallecimiento del educador José Américo Orbes –
Por : Agustín Garizábalo Almarales
“Alguien tiene que morir
¿Qué es lo que muere realmente cuando muere un formador? Podría decirse que no sólo fenece una persona generosa, sino también una luz, una voz, un discurso. Pero, ¿Realmente acaba todo eso? He aquí la gran prueba de fuego: Qué actitud adoptar ante un hecho así.
Un mal día se apaga
la lámpara que nos iluminaba el camino y resulta humanamente natural que
sintamos desamparo y vacío; presentimos, confundidos, que se nos extravió la
brújula y que jamás volveremos a ser los mismos.
Queda entonces, para nosotros, el compromiso de continuar con ese legado. Lo único que justifica el dolor es que nos mande al diván, nos ponga a reflexionar y nos obligue a mejorar la vida.
El amor no sólo es un
sentimiento sino un comportamiento y por ello, el mejor homenaje que podemos
hacerle a nuestro educador ido es seguir actuando con el rigor y la calidad
moral y humana que él nos dejó como regalo.
Vencer el miedo,
superar el dolor, disminuir el drama y, cuanto antes, recuperar la alegría y la
compasión ¿Qué fue, si no eso, lo que nos enseñó siempre?
La vida se cansa de
enviarnos pistas y señales pero sólo algunos pocos iluminados están en
capacidad de descifrarlas. Te agradecemos, Dios, por haber puesto, tan cercano,
a alguien con esas dotes y esa vocación de amar.
“Cuando
muere un sonero/ nace un lirio blanco”, reza la canción
cubana (*). Cuando muere un formador, cultivador incansable, deja un jardín de
capullos que está obligado a florecer en todo su esplendor para dar fe de su
sabiduría. Será entonces esta la verdadera prueba de nuestro amor por él.
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