martes, 26 de agosto de 2008

EL LLAMADO DE LA SELVA

Por: Agustín Garizábalo Almarales

Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego”
- Gandhi


La frase fue dicha desde la candidez de un niño de 3 años, pero con la contundencia de un filósofo consumado. Daniel Vega, era un bebecito, hace algunos años, cuando pudo presenciar, en el estadio Metropolitano de Barranquilla, cómo un equipo de niños de la Escuela Barranquillera era eliminado por la vía de los penaltis por el Expreso Rojo de Cartagena. Como se ha vuelto costumbre, cuando el último pateador envió la pelota a las nubes, los otros niños, copiando a los adultos, se tiraron al piso a llorar. Daniel, con tranquilidad, agarró la mano de su padre Otoniel y le dijo: “Por qué lloran si estaban jugando”. No supe si fue una afirmación o una pregunta. Pero ahí estaba sintetizada toda la escena. Y, además, quedó resonando en mi cabeza como el inicio de un cuestionamiento que he venido haciéndome desde entonces: ¿No será que le estamos dando demasiada importancia al fútbol? ¿Por qué hemos llevado una simple actividad lúdica a los extremos de considerarla como de vida o muerte?

Recientemente el profesor Javier Castell, en un conversatorio sobre fútbol aficionado donde se hablaba sobre las razones por las que fracasaban los futbolistas en Barranquilla, anotó lo siguiente: “Me inquieta que se esté sobrevalorando ese sueño de ser futbolista ¿Por qué cuando un muchacho que juega bien al fútbol no alcanza el nivel profesional se habla del gran fracaso de su vida? ¿Es que nunca analizaron otras opciones?”

Y lo puede ver uno a diario: Pareciera que no hubiese nada más importante que triunfar en ese deporte. Bueno, pero ¿Y es que ya nadie quiere tener un hijo médico o abogado? Esa actitud extrema necesariamente termina desbordando las pasiones. Y por eso se volvió moda sacar al gorila a pasear cada vez que se juega un partido de cualquier categoría y en cualquier cancha. Todo el mundo anda furioso: los jugadores, los padres, los fanáticos, los técnicos, los empresarios, los periodistas, hasta los jueces. Ya casi nadie disfruta del juego; hasta los que ganan terminan con más rabia que gozo. Se percibe una agresividad y una violencia palpitantes. Se sospecha de cada decisión técnica o arbitral, alguien siempre está al filo de la humillación o la deshonra. El recurso final es tomar las vías de hecho, atender el llamado de la selva, saltar a la arena con el cuchillo entre los dientes como si estuviera en juego la supervivencia de la especie.

A propósito de esta preocupación, no hace mucho tiempo se presentó un incidente vergonzoso en el torneo ASEFAL, realizado en Barranquilla, donde estuvieron involucrados varios integrantes del equipo prejuvenil del Deportivo Cali. Agredieron a un árbitro hasta dejarlo inconsciente. Se les fueron las luces, perdieron los estribos. Como institución debemos una disculpa pública, que seguramente se presentará una vez concluya la investigación cabal que se está llevando a cabo. Por lo pronto, muy apenado por este suceso, quiero compartir esta nota que me apresuré a enviarles a los jugadores dos días después de lo ocurrido. A pesar de que se refiere a un hecho específico, creo que contiene algunos elementos universales que podrían aplicarse a cualquier institución o persona que se vea envuelta en circunstancias similares:

Jóvenes Deportivo Cali, Categoría Sub-15:

“Ahora que han pasado algunos días, me refiero a lo acontecido el sábado en el estadio Romelio Martínez de Barranquilla. Creo que es la oportunidad para reflexionar con cabeza fría: ¿Qué nos pasó muchachos?

Ustedes saben que estamos ante un hecho grave, que esa no puede ser la intención, ni la finalidad en un proceso formativo como el que se intenta desarrollar en las divisiones menores del Deportivo Cali.

En primer lugar nunca hay que olvidar que el monstruo siempre está al acecho. Por más que uno se eduque y se prepare ahí estará ese animal semidormido, presto a saltar ante cualquier amenaza. Por eso, nuestra primera lucha es contra nuestros propios instintos y furias. Domar esa fiera interior.

Tenemos que entender, de una vez por todas, que no es posible cambiar la historia de ningún partido de fútbol, por mucho que le reclamemos a un árbitro. El resultado final no tiene marcha atrás y digas lo que digas o hagas lo que hagas, será una gestión inútil y estúpida; quizás lo único que puedas conseguir es que las cosas empeoren.

Yo que estoy de este lado, muchachos, puedo contarles sobre la admiración y el respeto que generan en la imaginación de los chicos que sueñan con ser como ustedes; y soy testigo del cuidado y la devoción que los padres adoptivos ponen cuando tienen que atenderlos. Mejor dicho: por acá se pelean para adoptarlos; por supuesto, porque saben que representan a una gran institución deportiva, la más organizada del país, y se presume que ustedes, jóvenes, son deportistas bien educados, bien formados y que deberían estar por encima de la circunstancia de un resultado, lo que significaría un ejemplo, y ellos quieren que sus hijos aprendan de ese modelo. De eso trata. Por eso es que les dan tanto cariño cuando los atienden. Por eso tanta amabilidad. Por eso después, la gente, sorprendida, no podía creer lo que había pasado. Pero, y ahora, ¿cómo quedamos?

Desde luego que no será suficiente con poner cara de vergüenza o castigarse con sentimientos de culpa. La cuestión es: ¿Qué vamos a hacer a partir de esta experiencia? ¿Qué ha cambiado en nuestro interior? ¿Qué significado tendrá en nuestra manera de actuar? Si esto va a servir para ser más tolerantes con los demás, más comprensivos, más respetuosos, más humanos, pues, que así sea. Pero esta es una realidad que no puede pasar desapercibida en esta etapa tan importante de sus vidas.

Sabemos que son muchachos en crecimiento y que les faltan muchas cosas por aprender. Entendemos que la calentura del juego y las circunstancias a veces atentan contra una actitud inteligente. Comprendemos que la dura competencia incita en ocasiones a reacciones primarias. Pero, ¿No será que pusimos en evidencia algunas fallas en la formación de nuestro carácter?

Es cierto que este lamentable incidente es un hecho ya cumplido y no puede borrarse, pero, por supuesto que tiene que operarse un cambio en la manera de asumir el fútbol. No podemos seguir asistiendo a los torneos como si fueran confrontaciones de vida o muerte. A la larga la competencia deportiva apenas es una metáfora de lo que es la vida: nadie sabe lo que puede pasar.

Así que, las máximas guías que tenemos para seguir el rumbo de manera inteligente, son nuestros principios institucionales, lo que significa el Deportivo Cali para nosotros mismos y para el resto del país. Es lo que nos hace diferentes a los demás: lo que nosotros representamos. Estamos hablando de tantos años de historia y de todos esos seres humanos que algún día vistieron con orgullo esa camiseta. Y de toda esa gente con clase que algún día decidió exhibir un estilo de vida diferente y una manera de vivir digna y honorable. Con cierta dosis de aristocracia, si se quiere.

Esto es lo único que tenemos que defender a capa y espada. Lo único que no podemos perder: nuestra manera de proceder con calidad y distinción. Nuestra más cara herencia. La cual está reservada sólo para aquellos hombres tenaces, honestos y capaces de superar sus equívocos.”


Si desea hacer un comentario o enviar alguna sugerencia escriba a agarizabalo@hotmail.com

Publicado en El Heraldo Deportivo el 12 e Agosto de 2008.

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