martes, 26 de agosto de 2008

COMO BUENOS ALIADOS

Por: Agustín Garizábalo Almarales

“El deportista que no cuenta con el apoyo de sus padres, está incompleto”
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Manual de béisbol.

Antes era fácil decirles a los padres de familia que no se metieran. Que lo digan los entrenadores de vieja data que prácticamente dirigían sin ningún tipo de presión en ese aspecto, porque eran muy pocos los padres que acompañaban a sus hijos; de hecho, en muchos casos ni les interesaba el fútbol. Sus deberes como progenitores se ceñían a darles techo, comida y algo de educación escolar, cuando no se los llevaban a su taller para enseñarles el oficio tradicional de la familia. El deporte era casi una excentricidad. A la cancha sólo asistían unos cuantos, a los que realmente les gustaba el fútbol.

Ahora, en cambio, son muchos los que quieren intervenir en la construcción y formación de su hijo deportista. Ya no se conforman con aquel papel pasivo de sólo ir a observar. Hoy preguntan, se meten, cuestionan, quieren participar, saberlo todo, investigar, y están más enterados a veces que hasta los propios técnicos ¿Es este comportamiento benéfico o nocivo para el proceso deportivo del muchacho? ¿Por qué hoy, en los equipos de fútbol, suele haber tanto problema con los padres de familia?

Es cierto que el fútbol aficionado se está administrando todavía con excesiva informalidad, que las reglas de juego no son muy claras, que cualquiera se apropia de la responsabilidad de decidir por otro. Y además, es cierto que hay algunos papás que se vuelven cansones, intensos, paranoicos, insoportables y quieren mezclarse hasta en las sopas. (“Pero cómo no meterme – me decía uno- si estamos hablando es de mi hijo, por Dios”)

Quizás a nosotros, los entrenadores, también nos ha faltado un poco de reconocimiento hacia ese personaje, que ha cobrado importancia porque, precisamente, ha asumido responsabilidades pedagógicas. No lo aceptamos como un posible interlocutor válido, sino que lo descartamos olímpicamente, desconociendo el grado de influencia que pueda tener sobre su hijo deportista. Y obviamos su derecho auténtico de querer participar en la educación de su muchacho. En una época en que se están utilizando conceptos como la Integralidad y la Formación Dual, conviene bajar las astas y apuntar hacia una participación concertada, porque, al final, lo esencial es que el joven reciba el mismo influjo de valores y percepciones tanto en su casa como en el equipo de fútbol.

Se quejan algunos padres, a veces con razón, de que sólo los llaman cuando el club necesita dinero, cuando hay que vender boletas para rifas o eventos con el ánimo de recolectar fondos, que muchas veces, después, no se sabe ni cómo fueron invertidos, quedando siempre una estela de duda en el ambiente. De lo contrario son un cero a la izquierda. No se les tiene en cuenta para más nada: a su hijo lo manejan de una manera que él no entiende, no lo ponen a jugar de titular, o lo sacan cuando está jugando mejor, según su opinión o la de otros padres que llegan a echar carbón.

Y nosotros, siempre nos quejamos del comportamiento pendenciero de los padres, pero nunca les ofrecemos nada. Tendríamos que comenzar por organizar una capacitación permanente para estos señores. Queremos que respondan de una manera conveniente para todos, pero no los educamos. Más bien los ignoramos. Craso error. Esta figura se nos puede convertir entonces en una verdadera piedra en el zapato y si no le prestamos la suficiente atención, no tardará en aliarse con otros disidentes para armar un sindicato, creando así conflictos internos de consecuencias catastróficas. Son varios los equipos de fútbol que se han desintegrado por la desbandada creada por algunos padres inconformes que empezaron por minar las bases organizativas, apelando a ciertas solidaridades perniciosas, tan confusas en estos casos.

Es necesario entonces establecer protocolos claros y rigurosos. El problema fundamental sigue siendo de comunicación. ¿Que un padre tiene algo que decir? Claro, que lo diga, pero en su momento y lugar determinados. Deben crearse esos espacios para que la gente pueda expresarse, donde sea informada sobre ciertos detalles precisos, y por supuesto, desde el principio, socializar los límites impuestos sobre lo que puede ser considerado como un cuestionamiento válido y lo que no. “Mire señor, entiendo que ahora está molesto porque su hijo no jugó, pero con mucho gusto lo atiendo el día martes por la tarde y hablamos del asunto”, podría ser una propuesta tipo para cuando aparezca alguna inconformidad.

Además, especialmente con ellos, conviene ser proactivos, es decir, adquirir la capacidad para anticiparnos a las situaciones de conflictos y poder visualizar las posibles soluciones ¿Se acerca un torneo importante? Pues, hay que reunir a los padres y dejar los puntos bien claritos: Cómo va a ser el manejo del grupo de jugadores durante la competencia. Porque, si se apunta a ganar, entonces habrá que mantener un equipo altamente competitivo en la cancha y sólo se realizarán los cambios obligados, pero, si se va a participar para hacer evaluaciones individuales y colectivas sin importar el resultado, entonces todos los muchachos deben jugar.

Transformar una debilidad en fortaleza: Si sospechamos que van a presentarse situaciones críticas por las exigencias propias del torneo, entonces es bueno hacer simulacros de cómo se actuaría en el evento de que se vaya perdiendo o toque enfrentar algún conflicto; procesar de manera imaginaria sucesos extremos (especialmente con los árbitros), donde se puedan cotejar actitudes reflexivas y comportamientos violentos; o, por lo menos, que se organicen ciertos valores humanos como propósitos colectivos, es decir, desarrollar una manera de hacer y de ser institucional: En el tema de la Tolerancia, por ejemplo, delegando en los más agresivos, mire usted, la responsabilidad de controlar posibles desmanes; cómo da resultado aquello de “Entregarles las llaves al ladrón”, cómo se logran cambios dramáticos y significativos cuando una persona se ve obligada a tener que vigilar ciertas manifestaciones de otros, donde ella, precisamente, tiene antecedentes de extralimitación en esa área.

Constituir brigadas de padres para actividades puntuales, como el apoyo escolar a algunos futbolistas. Organizar con ellos charlas con profesionales de la salud, en especial médicos, psicólogos y nutricionistas, donde se valoren las relaciones con sus hijos niños y adolescentes. Ponerles tareas, que investiguen temas relacionados con las bases del torneo, reglas de juego, historia del fútbol, etc… Como me dijo un amigo entrenador: “a la gente que jode, hay que ponerla a trabajar”.

Pero, eso sí, tiene que haber coherencia entre lo predicado y lo practicado. No puede ser que estemos exigiendo ciertas actitudes éticas y seamos nosotros los primeros en quebrantarlas. Por ejemplo, no se debe incluir en el equipo a un niño que sabemos que no va a jugar durante el torneo, por el simple hecho de que el papá apoye económicamente al club o vaya a adoptar a un niño visitante, como se acostumbra por esta región. Es mejor ser sinceros con ellos y plantearles la posibilidad de que colaboren, pero sin el compromiso expreso de que el niño estará participando del juego. Si no les parece, es mejor que digan que no de inmediato; esto es preferible a crear falsas expectativas y después atender reclamos y caras amargas.

Por eso es importante tener claro en qué etapa del proceso se encuentra el grupo de infantes. Creo que es necesario instituir unas categorías Formativas-Recreativas y otras Competitivas. Cada ciclo tendrá sus normas y sus objetivos bien definidos que habrá que cumplir. Si el asunto es formativo-recreativo no puede quedarse ningún niño sin jugar. Pero, si se habla de competencia, se estará apuntando al resultado, luego, el manejo lo determinará la exigencia del evento.

Soy un convencido de que hay mucha gente deseosa de recibir orientación en la empresa de educar a sus hijos, pero a los profesores nos ha faltado más esfuerzo para capacitar a los padres. Ser pedagogos significa tener fe en que los demás pueden mejorar. Si no tenemos esta convicción es mejor que nos dediquemos a otra cosa. Se trata de transformar almas, de educar sentimientos. Tenemos que apostarle al cambio de actitud basados en una orientación paciente, buscando la modificación de las conductas nocivas a través del afecto, contando para ello con todos los elementos del entorno del niño o el joven, incluyendo, por supuesto, y especialmente, a sus papás.

Entonces, más que aceptarnos mutuamente como un simple mal necesario o mirarnos con dramáticas prevenciones, podríamos convertirnos en grandes y buenos aliados, cuando, padres y entrenadores, nos pongamos de acuerdo en lo fundamental y empecemos por mirar para el mismo lado del triángulo.


Si desea hacer un comentario o enviar alguna sugerencia escriba a agarizabalo@hotmail.com

Publicado en El Heraldo Deportivo el 19 de Agosto de 2008.




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