martes, 26 de agosto de 2008

CARTA AL CALIDOSO DEL BARRIO

Por: Agustín Garizábalo Almarales


el pájaro canta aunque la rama cruja, porque sabe para que son sus alas”
-Salvador Díaz – (poeta mexicano)


"Todos los que participamos de una u otra manera en el fútbol, lo que hacemos es brindarle un servicio a los futbolistas,confiando, quizás, en que algún día ellos retribuyan ese gesto con un comportamiento favorable a la sociedad" A.Garizábalo.

Hola, calidoso:

Queremos agradecerte que juegues para nuestro equipo. Nuestro querido y modesto equipo de pueblo. Los fines de semana la cita obligada es ir a verte a la cancha. Vamos todos, el barrio, la familia completa, hasta el alcalde y su señora. Tenemos que estar ahí porque no se sabe cuándo te vas a inventar una de esas jugadotas que uno después se va a doler el resto de la vida no haberla visto. Descubrimos que te habías metido definitivamente en nuestros afectos cuando el Bebo, con escasos cuatro años, mientras rebotaba la pelota contra una pared y narraba un partido imaginario, utilizaba siempre tu nombre en el momento en que a él se le antojaba celebrar un gol o exclamaba que habías hecho una genialidad en el Santiago Bernabeu. Eres nuestro ídolo.

Pero no sólo por los magníficos goles, tus jugadas de crack, tu elegancia para pisar la pelota con esa zurda, ni porque además nos regalas esa embriagante sensación de saber que si estás de nuestro lado contamos siempre con alguien que resolverá en el área contraria cuando las papas se pongan calientes. Esa confianza extra de pavonearnos en la tribuna sintiéndonos ganadores. Esa seguridad de poseer la llave para abrir todas las puertas. Aquí se mueren todos: a la usanza de los argentinos de Colón de Santafe, nuestro pequeño estadio es el cementerio de los elefantes. Tu nombre, por tanto, es sinónimo de alegría. Invocarlo es nuestro grito de combate.

Eres nuestro ídolo también por todas esas otras cosas que nos das: Te vemos cuando vas para los entrenamientos y pasas cerca de la casa y saludas con cordialidad y se te nota entonces una placidez extrema, un regocijo infantil, una tranquilidad de santuario. Además, sabemos que te gusta entrenar. Qué gran ventaja, hermano. Te mira uno y piensa: “Carajo, este tiene la mitad del camino ganado, mira que no se deja apurar por afanes, mira qué confianza se gasta”. Y entonces resulta inevitable que alguien les diga a los otros jóvenes, parados en la esquina, mirándote abrumados por la admiración o por aquello que se conoce como envidia sana: “Sigan los pasos de ese monstruo, muchachos”

Y somos muy felices cuando te vemos jugar con esas ganas y esa entrega como si actuaras para el Real Madrid. No como otros futbolistas que van y celebran sus goles con la tribuna agitando la camiseta, queriendo mostrar que la aman mucho, y luego, unos minutos después, dicen en una entrevista por radio que su gran sueño es irse a Europa. En unas semanas se los lleva un equipo de aquí mismo de Colombia, eso sí, con más plata, y vuelven a mostrar la camiseta con tanto amor como lo hicieron por acá y uno les coge rabia. Porque son unos faltones. No les creemos, mercenarios, falcionis, vendidos, traidores, por acá no vuelvan, no los queremos porque jamás pusieron el corazón como tú lo haces.

Pero estate tranquilo, calidoso, que si te concentras en lo que tienes que hacer, si eres fiel al compromiso con tu divisa, si no aspiras a más nada que al simple ritual de estar ahí, absorbido por ese partido de ahora como si fuese el último de tu vida, si eres capaz de hacer aflorar todo ese caudal de fantasía que tienes en tu interior y ponerlo al servicio de la alegría de tu barrio, seguramente algún cazatalentos de un equipo grande vendrá a buscarte, porque sabemos que lo que más se aprecia en el fútbol de élite es la capacidad para entregarse como si fueras un iluminado. Ya lo decía un profesor que estuvo por acá: La diferencia entre un jugador normalito y un gran jugador es la regularidad en su rendimiento.

No creas, nadie lo dice expresamente, pero en el fondo todos sabemos que estás condenado a marcharte, que te tenemos prestado, que tendrás que irte algún día a triunfar en otra escuadra poderosa, porque, tocado por los dioses y agraciado por las musas, brillas demasiado para quedarte en provincia, aunque tú sabes que vayas donde vayas seguirás siendo nuestro.

Y por supuesto, que vayas a la selección Colombia, que juegues partidos importantes. Que nos reunamos los vecinos un domingo en el barrio para verte por televisión, que menciones el nombre de tu pueblo, allá, saludos a los habitantes de Perra Perdía, que digas por radio lo mucho que quieres a tu mamá, a tu novia, a tus amigos, los panas, y hasta al Bebo que siempre está rebotando una pelota contra la pared y cantando goles a tu nombre. Qué orgullo un hijo nuestro, dirá el alcalde, hay que hacer una fiesta, maten una novilla, contraten un conjunto vallenato, manden a comprar más ron, saquen los picós y pongan música, esto hay que celebrarlo, no importa que no haya agua potable.

Lo que queremos es que cuando regreses no vengas agrandado, que atiendas a la gente que siempre te saludó, que sigas de amigo de los de la cuadra, no llegues entonces con esas amistades extrañas que aparecen sólo con la fama, aduladores con unos carrazos y brindando whisky, que fulanito de tal y pascual, no señor. Calidoso: no te dejes seducir por los cantos de sirenas, que tu eres y seguirás siendo del pueblo así te ganes un potosí.

Y sigue atendiendo a los niños, como lo haces ahora, háblales, cuéntales todas esas historias de viajes y personajes de leyenda con los que has compartido, descríbeles cómo es el camino, y aprovecha para decirles que coman bien, que se cuiden, que descansen, que la vida es posible vivirla de manera amable cuando se deponen ambiciones mezquinas, cuando lo más importante sea aportarle a los demás y no tener más que los demás.

Que identifiquen sus talentos diversos porque no todos pueden triunfar en lo mismo. Y si eres tú quien viene a decírselos, te van a escuchar. Qué bonito es cuando valoras por igual al zapatero, al carnicero, a la cocinera, al profesor, al policía, al chofer, al embolador, a la enfermera, al agricultor, todos tienen algo que ofrecer. Demuéstrales que se pueden alcanzar logros sin atropellar a los otros. Lo dijo un sabio: “Los grandes hombres se reconocen por la manera en que tratan a los hombres insignificantes”. En últimas, ser útil a los demás es la mejor manera de triunfar. No puede ser que se busque el éxito en una carrera sólo para caer en excesos y despilfarros: De eso es que tienes que cuidarte, calidoso.

Entonces, lo que te pedimos es que sigas con esa tranquilidad de ánimo, con esa disposición y entrega en lo que haces. Sé un modelo de paciencia y bondad. Muestra, ante todo, tu condición humana. Un futbolista también puede enseñarnos que la decencia y la ternura no están en contravía de ese huracán que sale a la cancha.


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Publicada en El Heraldo Deportivo el 26 de Agosto de 2008.

COMO BUENOS ALIADOS

Por: Agustín Garizábalo Almarales

“El deportista que no cuenta con el apoyo de sus padres, está incompleto”
-
Manual de béisbol.

Antes era fácil decirles a los padres de familia que no se metieran. Que lo digan los entrenadores de vieja data que prácticamente dirigían sin ningún tipo de presión en ese aspecto, porque eran muy pocos los padres que acompañaban a sus hijos; de hecho, en muchos casos ni les interesaba el fútbol. Sus deberes como progenitores se ceñían a darles techo, comida y algo de educación escolar, cuando no se los llevaban a su taller para enseñarles el oficio tradicional de la familia. El deporte era casi una excentricidad. A la cancha sólo asistían unos cuantos, a los que realmente les gustaba el fútbol.

Ahora, en cambio, son muchos los que quieren intervenir en la construcción y formación de su hijo deportista. Ya no se conforman con aquel papel pasivo de sólo ir a observar. Hoy preguntan, se meten, cuestionan, quieren participar, saberlo todo, investigar, y están más enterados a veces que hasta los propios técnicos ¿Es este comportamiento benéfico o nocivo para el proceso deportivo del muchacho? ¿Por qué hoy, en los equipos de fútbol, suele haber tanto problema con los padres de familia?

Es cierto que el fútbol aficionado se está administrando todavía con excesiva informalidad, que las reglas de juego no son muy claras, que cualquiera se apropia de la responsabilidad de decidir por otro. Y además, es cierto que hay algunos papás que se vuelven cansones, intensos, paranoicos, insoportables y quieren mezclarse hasta en las sopas. (“Pero cómo no meterme – me decía uno- si estamos hablando es de mi hijo, por Dios”)

Quizás a nosotros, los entrenadores, también nos ha faltado un poco de reconocimiento hacia ese personaje, que ha cobrado importancia porque, precisamente, ha asumido responsabilidades pedagógicas. No lo aceptamos como un posible interlocutor válido, sino que lo descartamos olímpicamente, desconociendo el grado de influencia que pueda tener sobre su hijo deportista. Y obviamos su derecho auténtico de querer participar en la educación de su muchacho. En una época en que se están utilizando conceptos como la Integralidad y la Formación Dual, conviene bajar las astas y apuntar hacia una participación concertada, porque, al final, lo esencial es que el joven reciba el mismo influjo de valores y percepciones tanto en su casa como en el equipo de fútbol.

Se quejan algunos padres, a veces con razón, de que sólo los llaman cuando el club necesita dinero, cuando hay que vender boletas para rifas o eventos con el ánimo de recolectar fondos, que muchas veces, después, no se sabe ni cómo fueron invertidos, quedando siempre una estela de duda en el ambiente. De lo contrario son un cero a la izquierda. No se les tiene en cuenta para más nada: a su hijo lo manejan de una manera que él no entiende, no lo ponen a jugar de titular, o lo sacan cuando está jugando mejor, según su opinión o la de otros padres que llegan a echar carbón.

Y nosotros, siempre nos quejamos del comportamiento pendenciero de los padres, pero nunca les ofrecemos nada. Tendríamos que comenzar por organizar una capacitación permanente para estos señores. Queremos que respondan de una manera conveniente para todos, pero no los educamos. Más bien los ignoramos. Craso error. Esta figura se nos puede convertir entonces en una verdadera piedra en el zapato y si no le prestamos la suficiente atención, no tardará en aliarse con otros disidentes para armar un sindicato, creando así conflictos internos de consecuencias catastróficas. Son varios los equipos de fútbol que se han desintegrado por la desbandada creada por algunos padres inconformes que empezaron por minar las bases organizativas, apelando a ciertas solidaridades perniciosas, tan confusas en estos casos.

Es necesario entonces establecer protocolos claros y rigurosos. El problema fundamental sigue siendo de comunicación. ¿Que un padre tiene algo que decir? Claro, que lo diga, pero en su momento y lugar determinados. Deben crearse esos espacios para que la gente pueda expresarse, donde sea informada sobre ciertos detalles precisos, y por supuesto, desde el principio, socializar los límites impuestos sobre lo que puede ser considerado como un cuestionamiento válido y lo que no. “Mire señor, entiendo que ahora está molesto porque su hijo no jugó, pero con mucho gusto lo atiendo el día martes por la tarde y hablamos del asunto”, podría ser una propuesta tipo para cuando aparezca alguna inconformidad.

Además, especialmente con ellos, conviene ser proactivos, es decir, adquirir la capacidad para anticiparnos a las situaciones de conflictos y poder visualizar las posibles soluciones ¿Se acerca un torneo importante? Pues, hay que reunir a los padres y dejar los puntos bien claritos: Cómo va a ser el manejo del grupo de jugadores durante la competencia. Porque, si se apunta a ganar, entonces habrá que mantener un equipo altamente competitivo en la cancha y sólo se realizarán los cambios obligados, pero, si se va a participar para hacer evaluaciones individuales y colectivas sin importar el resultado, entonces todos los muchachos deben jugar.

Transformar una debilidad en fortaleza: Si sospechamos que van a presentarse situaciones críticas por las exigencias propias del torneo, entonces es bueno hacer simulacros de cómo se actuaría en el evento de que se vaya perdiendo o toque enfrentar algún conflicto; procesar de manera imaginaria sucesos extremos (especialmente con los árbitros), donde se puedan cotejar actitudes reflexivas y comportamientos violentos; o, por lo menos, que se organicen ciertos valores humanos como propósitos colectivos, es decir, desarrollar una manera de hacer y de ser institucional: En el tema de la Tolerancia, por ejemplo, delegando en los más agresivos, mire usted, la responsabilidad de controlar posibles desmanes; cómo da resultado aquello de “Entregarles las llaves al ladrón”, cómo se logran cambios dramáticos y significativos cuando una persona se ve obligada a tener que vigilar ciertas manifestaciones de otros, donde ella, precisamente, tiene antecedentes de extralimitación en esa área.

Constituir brigadas de padres para actividades puntuales, como el apoyo escolar a algunos futbolistas. Organizar con ellos charlas con profesionales de la salud, en especial médicos, psicólogos y nutricionistas, donde se valoren las relaciones con sus hijos niños y adolescentes. Ponerles tareas, que investiguen temas relacionados con las bases del torneo, reglas de juego, historia del fútbol, etc… Como me dijo un amigo entrenador: “a la gente que jode, hay que ponerla a trabajar”.

Pero, eso sí, tiene que haber coherencia entre lo predicado y lo practicado. No puede ser que estemos exigiendo ciertas actitudes éticas y seamos nosotros los primeros en quebrantarlas. Por ejemplo, no se debe incluir en el equipo a un niño que sabemos que no va a jugar durante el torneo, por el simple hecho de que el papá apoye económicamente al club o vaya a adoptar a un niño visitante, como se acostumbra por esta región. Es mejor ser sinceros con ellos y plantearles la posibilidad de que colaboren, pero sin el compromiso expreso de que el niño estará participando del juego. Si no les parece, es mejor que digan que no de inmediato; esto es preferible a crear falsas expectativas y después atender reclamos y caras amargas.

Por eso es importante tener claro en qué etapa del proceso se encuentra el grupo de infantes. Creo que es necesario instituir unas categorías Formativas-Recreativas y otras Competitivas. Cada ciclo tendrá sus normas y sus objetivos bien definidos que habrá que cumplir. Si el asunto es formativo-recreativo no puede quedarse ningún niño sin jugar. Pero, si se habla de competencia, se estará apuntando al resultado, luego, el manejo lo determinará la exigencia del evento.

Soy un convencido de que hay mucha gente deseosa de recibir orientación en la empresa de educar a sus hijos, pero a los profesores nos ha faltado más esfuerzo para capacitar a los padres. Ser pedagogos significa tener fe en que los demás pueden mejorar. Si no tenemos esta convicción es mejor que nos dediquemos a otra cosa. Se trata de transformar almas, de educar sentimientos. Tenemos que apostarle al cambio de actitud basados en una orientación paciente, buscando la modificación de las conductas nocivas a través del afecto, contando para ello con todos los elementos del entorno del niño o el joven, incluyendo, por supuesto, y especialmente, a sus papás.

Entonces, más que aceptarnos mutuamente como un simple mal necesario o mirarnos con dramáticas prevenciones, podríamos convertirnos en grandes y buenos aliados, cuando, padres y entrenadores, nos pongamos de acuerdo en lo fundamental y empecemos por mirar para el mismo lado del triángulo.


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Publicado en El Heraldo Deportivo el 19 de Agosto de 2008.




EL LLAMADO DE LA SELVA

Por: Agustín Garizábalo Almarales

Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego”
- Gandhi


La frase fue dicha desde la candidez de un niño de 3 años, pero con la contundencia de un filósofo consumado. Daniel Vega, era un bebecito, hace algunos años, cuando pudo presenciar, en el estadio Metropolitano de Barranquilla, cómo un equipo de niños de la Escuela Barranquillera era eliminado por la vía de los penaltis por el Expreso Rojo de Cartagena. Como se ha vuelto costumbre, cuando el último pateador envió la pelota a las nubes, los otros niños, copiando a los adultos, se tiraron al piso a llorar. Daniel, con tranquilidad, agarró la mano de su padre Otoniel y le dijo: “Por qué lloran si estaban jugando”. No supe si fue una afirmación o una pregunta. Pero ahí estaba sintetizada toda la escena. Y, además, quedó resonando en mi cabeza como el inicio de un cuestionamiento que he venido haciéndome desde entonces: ¿No será que le estamos dando demasiada importancia al fútbol? ¿Por qué hemos llevado una simple actividad lúdica a los extremos de considerarla como de vida o muerte?

Recientemente el profesor Javier Castell, en un conversatorio sobre fútbol aficionado donde se hablaba sobre las razones por las que fracasaban los futbolistas en Barranquilla, anotó lo siguiente: “Me inquieta que se esté sobrevalorando ese sueño de ser futbolista ¿Por qué cuando un muchacho que juega bien al fútbol no alcanza el nivel profesional se habla del gran fracaso de su vida? ¿Es que nunca analizaron otras opciones?”

Y lo puede ver uno a diario: Pareciera que no hubiese nada más importante que triunfar en ese deporte. Bueno, pero ¿Y es que ya nadie quiere tener un hijo médico o abogado? Esa actitud extrema necesariamente termina desbordando las pasiones. Y por eso se volvió moda sacar al gorila a pasear cada vez que se juega un partido de cualquier categoría y en cualquier cancha. Todo el mundo anda furioso: los jugadores, los padres, los fanáticos, los técnicos, los empresarios, los periodistas, hasta los jueces. Ya casi nadie disfruta del juego; hasta los que ganan terminan con más rabia que gozo. Se percibe una agresividad y una violencia palpitantes. Se sospecha de cada decisión técnica o arbitral, alguien siempre está al filo de la humillación o la deshonra. El recurso final es tomar las vías de hecho, atender el llamado de la selva, saltar a la arena con el cuchillo entre los dientes como si estuviera en juego la supervivencia de la especie.

A propósito de esta preocupación, no hace mucho tiempo se presentó un incidente vergonzoso en el torneo ASEFAL, realizado en Barranquilla, donde estuvieron involucrados varios integrantes del equipo prejuvenil del Deportivo Cali. Agredieron a un árbitro hasta dejarlo inconsciente. Se les fueron las luces, perdieron los estribos. Como institución debemos una disculpa pública, que seguramente se presentará una vez concluya la investigación cabal que se está llevando a cabo. Por lo pronto, muy apenado por este suceso, quiero compartir esta nota que me apresuré a enviarles a los jugadores dos días después de lo ocurrido. A pesar de que se refiere a un hecho específico, creo que contiene algunos elementos universales que podrían aplicarse a cualquier institución o persona que se vea envuelta en circunstancias similares:

Jóvenes Deportivo Cali, Categoría Sub-15:

“Ahora que han pasado algunos días, me refiero a lo acontecido el sábado en el estadio Romelio Martínez de Barranquilla. Creo que es la oportunidad para reflexionar con cabeza fría: ¿Qué nos pasó muchachos?

Ustedes saben que estamos ante un hecho grave, que esa no puede ser la intención, ni la finalidad en un proceso formativo como el que se intenta desarrollar en las divisiones menores del Deportivo Cali.

En primer lugar nunca hay que olvidar que el monstruo siempre está al acecho. Por más que uno se eduque y se prepare ahí estará ese animal semidormido, presto a saltar ante cualquier amenaza. Por eso, nuestra primera lucha es contra nuestros propios instintos y furias. Domar esa fiera interior.

Tenemos que entender, de una vez por todas, que no es posible cambiar la historia de ningún partido de fútbol, por mucho que le reclamemos a un árbitro. El resultado final no tiene marcha atrás y digas lo que digas o hagas lo que hagas, será una gestión inútil y estúpida; quizás lo único que puedas conseguir es que las cosas empeoren.

Yo que estoy de este lado, muchachos, puedo contarles sobre la admiración y el respeto que generan en la imaginación de los chicos que sueñan con ser como ustedes; y soy testigo del cuidado y la devoción que los padres adoptivos ponen cuando tienen que atenderlos. Mejor dicho: por acá se pelean para adoptarlos; por supuesto, porque saben que representan a una gran institución deportiva, la más organizada del país, y se presume que ustedes, jóvenes, son deportistas bien educados, bien formados y que deberían estar por encima de la circunstancia de un resultado, lo que significaría un ejemplo, y ellos quieren que sus hijos aprendan de ese modelo. De eso trata. Por eso es que les dan tanto cariño cuando los atienden. Por eso tanta amabilidad. Por eso después, la gente, sorprendida, no podía creer lo que había pasado. Pero, y ahora, ¿cómo quedamos?

Desde luego que no será suficiente con poner cara de vergüenza o castigarse con sentimientos de culpa. La cuestión es: ¿Qué vamos a hacer a partir de esta experiencia? ¿Qué ha cambiado en nuestro interior? ¿Qué significado tendrá en nuestra manera de actuar? Si esto va a servir para ser más tolerantes con los demás, más comprensivos, más respetuosos, más humanos, pues, que así sea. Pero esta es una realidad que no puede pasar desapercibida en esta etapa tan importante de sus vidas.

Sabemos que son muchachos en crecimiento y que les faltan muchas cosas por aprender. Entendemos que la calentura del juego y las circunstancias a veces atentan contra una actitud inteligente. Comprendemos que la dura competencia incita en ocasiones a reacciones primarias. Pero, ¿No será que pusimos en evidencia algunas fallas en la formación de nuestro carácter?

Es cierto que este lamentable incidente es un hecho ya cumplido y no puede borrarse, pero, por supuesto que tiene que operarse un cambio en la manera de asumir el fútbol. No podemos seguir asistiendo a los torneos como si fueran confrontaciones de vida o muerte. A la larga la competencia deportiva apenas es una metáfora de lo que es la vida: nadie sabe lo que puede pasar.

Así que, las máximas guías que tenemos para seguir el rumbo de manera inteligente, son nuestros principios institucionales, lo que significa el Deportivo Cali para nosotros mismos y para el resto del país. Es lo que nos hace diferentes a los demás: lo que nosotros representamos. Estamos hablando de tantos años de historia y de todos esos seres humanos que algún día vistieron con orgullo esa camiseta. Y de toda esa gente con clase que algún día decidió exhibir un estilo de vida diferente y una manera de vivir digna y honorable. Con cierta dosis de aristocracia, si se quiere.

Esto es lo único que tenemos que defender a capa y espada. Lo único que no podemos perder: nuestra manera de proceder con calidad y distinción. Nuestra más cara herencia. La cual está reservada sólo para aquellos hombres tenaces, honestos y capaces de superar sus equívocos.”


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Publicado en El Heraldo Deportivo el 12 e Agosto de 2008.

HAY QUE HABERLO VIVIDO

Por: Agustín Garizábalo Almarales

Como no llegaron todos los consagrados tuvieron la obligación de meterlo en el equipo inicial, qué mas tocaba. Ante aquellos ojos salvajes su fina figura sólo hablaba de libros y consultorios, jamás de inclementes combates futboleros. Su piel, impoluta, no lucía la más mínima cicatriz y ni por equivocación el más pequeño tatuaje. Por eso los demás, curtidos veteranos, exjugadores profesionales, con muchas horas de camerino y linimento, lo miraban, y con razón, con total desconfianza.

Cuando el partido alcanzó el estatus de exhibición vernácula, con pases y malabarismos exquisitos, este hombre ya no existía. Porque si la pelota la tomaba el equipo contrario sencillamente no la veía, tal era la precisión de los pases entre aquellos viejos camaradas y, cuando la tomaba su propio equipo, sus compañeros no lo veían a él, a pesar de su afanoso deseo de participar, mostrándose aquí y allá, apareciendo en los claros, implorando con su vocecita angustiada que le dieran a probar del confite ¡Pobre médico!

Hubiese sido preferible que trotara alrededor de la cancha, sin duda La humillación habría resultado menos patética; a esa altura del juego, pasados los veinte minutos, y a pesar de su obstinado esfuerzo, por alguna razón que él no comprendía, deambulaba inédito en la cancha, sin haber tocado ni una sola vez el balón.

De repente tuvo la suerte de recoger un rebote y ¡oh, sorpresa!, el zurdito con cara de intelectual bogotano ejecutó una finta y entregó un buen pase. Lo hizo con rabia, con carácter, con resolución. A partir de allí la película empezó a filmarse en colores: comenzaron a verlo; alguien tímidamente le entregó el balón como para probarlo de nuevo y nuestro hombre respondió con un cambio de frente afortunado.

De manera que al minuto 30 ya estaba en la rosca. Le decían “vale mía”, “Cacha”, “dóctor” (así, con tilde en la primera O); otro, un poco más emocionado, después de que exhibiera un enganche, le gritó “monstruo”. De algo le habían servido esos picaditos en Córdoba, Argentina, mientras hacía el rural, pensó. Siempre había creído en sus condiciones. Sabía que tenía su magia: no fue futbolista profesional porque su papá lo obligó a estudiar, usted sabe, pero ni más faltaba, aquí me tienen en la piña, qué se creyeron estos tipos.

Para nadie es un secreto que estos partidos de futbolistas veteranos, son espacios cerrados, prácticamente impenetrables. Definitivamente es un universo aparte. Son cofradías con códigos y sobreentendidos muy puntuales. Sus integrantes siguen rindiéndole culto a su pasado siempre “exitoso” y de leyenda, aunque necesariamente no haya sido así. En esa instancia de sus vidas juega más la evocación de gestas memorables, anécdotas y pasajes heroicos, que es lo que les ha quedado. Es un mundo con una alta cuota de imaginación y nostalgia, pero cómo vivirlo con orgullo si no.

Apodos, sobrenombres legendarios, más propios de luchadores enmascarados y paladines mexicanos (el Charro, el Zorro, La Muñe, El Mocho, La Pulga, Charol), en una atmósfera cargada de chistes y temas relacionados con los achaques de la salud, sucede un domingo de fútbol para esta comunidad, que prefiere apostarle al respeto y al buen gusto porque sabe que lo único que hay que defender aquí es la amistad, última trinchera contra la tiranía de la vejez palpitante. El sancocho, las cervezas, el ron blanco, las señoras y algunos hijos que acompañan y el aplauso de los fanáticos de siempre que siguieron venerándolos a través de los años. En esta colectividad se presenta el caso curioso de que los fanáticos, técnicos, jugadores y hasta los árbitros gozan de la misma importancia. Cada jornada dominical es una cita obligada; siempre hay llamado a lista, nadie puede fallar, el que no llegue irremediablemente se hace notar.

De modo que comprendemos ese celo, legítimo deseo de resguardar ese espacio. Por eso cualquiera no entra ahí. Para ser admitido con agrado es necesario demostrar ciertas cualidades personales y futbolísticas que garanticen que no serán alteradas las condiciones tradicionales. En otras palabras, quizás sin proponérselo, han conformado un exclusivo club de veteranos. Y no faltará quien critique esa actitud de recelo. Pero la selectividad será siempre una característica de la edad otoñal ¿Y por qué no hacerlo si hay otros que descaradamente arman un club de dominó en el barrio y cierran filas como si se tratase de un cantón inexpugnable?

Y si vamos a la cancha, el criterio por el que se guían es elemental: Después de tantos años de trajinar en ese deporte, en esas instancias, lo único que les interesa es la seguridad con el balón. Por eso sólo se lo entregan a los que saben. Piensan dos minutos para pasarlo. No se lo dan a cualquiera. Para ellos todavía el juego significa tenencia de la pelota, gusto por administrarla, creatividad para gozársela. Y es lo que no han podido entender todavía las nuevas generaciones de futbolistas, que están siempre desesperados por lanzarla y por perderla. Uno mira un partido de muchachos y no alcanza a contar cuatro pases seguidos por equipo. No hay continuidad de juego, no hay fluidez. Se prefiere ensayar un choque con el contrario que dársela a un compañero.

En cambio, si usted está participando en un picado de veteranos y pierde dos veces consecutivas el balón, pida cambio enseguida, porque no se la van a dar más. Piérdase porque lo borran. De pronto hasta lo podrán aceptar como fanático, quizás de patrocinador si tiene platica, pero como jugador tiene pocas posibilidades. A menos que haya sido una estrella en sus años dorados y tenga su espacio ganado en la memoria de la gente. Ahí sí… lo perdonan. Hasta le celebran sus embarradas. El culto al pasado en este caso, supera la realidad inmediata. Aquí sí cuenta aquello del recorrido; con los nuevos y desconocidos, en cambio, son implacables.

El análisis que hacen es el siguiente: Si cuesta tanto correr para recuperar la pelota, el peor castigo será para aquél que la pierda con facilidad. Porque es imperdonable que tengan que esforzarse de nuevo en disputarla, si lo que ellos quieren es divertirse, y diversión es poseer la pelota. “No puede ser de otra manera, guevones”, como dijo alguno.

Por eso es que se cierra el círculo, por eso esa defensa a ultranzas, esa desconfianza expresa cuando aparece algún espécimen tierno, con cara de seminarista que quiere participar del juego. No señor, ya los puestos están ocupados. Y si me apuras un poquito empezamos a sospechar de su delicadeza. Hummm. A no ser que el tipo demuestre maestría y temperamento y que además se adapte y cumpla estrictamente con las leyes tácitas del grupo, esos códigos que nunca nadie menciona, pero que todos aplican.

Así, como lo hiciera después el médico de nuestra historia, él también tendrá que dejar colgado a ese loquito que entra y que pretende que le den enseguida el balón sin haber mostrado las garantías para no perderlo.

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Publicado en El Herlado Deportivo el 5 de Agosto de 2008.