Memorias de un Cazatalentos (1)
Por: Agustín Garizábalo Almarales
En mi labor de Cazatalentos he aprendido que el sigilo es una fortaleza: poder mimetizarme en el paisaje, poder ver sin ser visto. Cómo aprecio mi condición de incógnito, cómo valoro esa posibilidad de continuar en la trastienda, armado con lupa y microscopio, pero sin el apuro de posar de personaje.
No sería nada práctico que yo llegara a una cancha y creara una conmoción por ser famoso. Cuánta gente se me acercaría, cuántos padres vendrían a recomendarme a sus polluelos. En este caso siempre será preferible el misterio: Aparecer por allí como si nada, poder ver, escuchar, acercarme, analizar y hasta sentarme en la tribuna como cualquier espectador anodino.
El secreto de este trabajo es el seguimiento. La diferencia entre un jugador excepcional y un jugador normal es la regularidad en su rendimiento; por eso conviene estar ahí, esperando pacientemente, hasta detectar esa garantía, sin la cual es imposible alcanzar el objetivo.
Intencionalmente he evitado exponerme al escrutinio público. Mi vida personal e imagen física ¿a quién puede interesarle en realidad? Lo que debe importar es que siga buscando y encontrando a esos niños y jóvenes que puedan consolidarse más adelante como futbolistas profesionales, así como, con buen criterio y gran suerte, he podido apoyar a algunos talentos destacados.
En lo que a mí concierne me interesa más el reconocimiento de la gente íntimamente ligada al fútbol: el respaldo a mi trabajo por parte de los dirigentes y funcionarios del Club, el apoyo del director de las divisiones menores y de los entrenadores que realizan el proceso con los jugadores, la interacción con los periodistas deportivos que se acercan y valoran discretamente mi labor y, por supuesto, me llena de felicidad que los futbolistas me mencionen. Porque, ahí sí, es muy importante que mi nombre aparezca en esas entrevistas; allí sí resulta necesario, porque eso me abre puertas, porque el padre de familia, el entrenador o el dueño de un equipo aficionado me referencian a partir de esa mención, precisamente en boca de una figura y me buscarán de manera puntual como parte interesada, pero no es relevante que el tendero, el embolador o cualquier transeúnte me saluden por la calle como un personaje de la farándula deportiva.
Además, de alguna manera, hago parte de los medios de comunicación y entiendo lo que significa la cultura de la fama. Entrar allí implica quedar atrapado en una telaraña de sobreentendido, códigos y supuestos, que lo obligan a uno a asumir ciertos comportamientos que la masa espera de las figuras mediáticas.
Con los jugadores y los padres de familia yo siempre que tengo la oportunidad la aprovecho y lo dejo claro: Lo único que puedo prometerles es que trataré de estar allí, acompañándolos en sus ilusiones, mirándolos en las competencias, asesorándolos en el camino. Pero no estoy obligado a más nada. Hay gente que ha terminado molesta conmigo porque cree que si son mis amigos y me atienden bien, ya tienen asegurado que su hijo recibirá una oportunidad. Digo que eso depende de ellos, de los futbolistas: hay un momento en que el jugador muestra un plus en su rendimiento, marca diferencia, y él mismo dice con su actuación: “bueno, profe, ya estoy listo”. Siempre hay un momento mágico cuando el chico da la señal. El jugador tiene que brillar con luz propia.
También digo que cada quién tiene que emprender su propia lucha. Yo tengo la mía: como veedor mi mayor patrimonio es la CREDIBILIDAD. Y debo tener mucho cuidado; de hecho, tengo que estar muy convencido, debo investigar bien, conocer suficientemente al joven que voy a enviar. Pero no puedo recomendar a alguien sólo porque tenga una relación familiar o de amistad conmigo. De hecho, creo que mi mayor fortaleza es que me mantengo afuera. Con los jugadores llevo una relación cordial y afectiva y los acompaño hasta cuando son profesionales pero siempre soy profesor, casi nunca amigo personal.
Además, ya entrado en gastos voy a decirlo: yo no represento jugadores, sólo soy un simple intermediario, un asesor, un puente entre un club profesional y los jugadores aficionados, por eso deliberadamente evito involucrarme afectiva o económicamente con los posibles elegidos. Al único que en realidad me interesa “vender”, en el sentido estricto del término, es a mí mismo, mi trabajo serio y constante, para seguir gozando de ese privilegio invaluable de tener una voz propia que pueda ser escuchada.
Por eso les digo a los jugadores que recomiendo que no me den nada, pero que no me hagan quedar mal. Yo no aspiro a una camiseta ni a un dinero por debajo de cuerda, ellos sabrán cómo expresar su gratitud de una manera lícita y prudente, si es que lo consideran pertinente, claro está, porque tampoco es que estén obligados formalmente a corresponder con nada, quizás puedan hacerlo más como un gesto moral, de esos que se suelen hacer cuando se alcanza algún logro y nos parece lógico que los que contribuyeron reciban algún presente.
A estas alturas de mi vida, lo que busco es la realización personal a través de mi trabajo, de una manera simple, sin los sobresaltos propios de lo público. Quiero, más bien, en mi condición de escritor en formación, seguir gozando de mi sitio de espectador. De verdad, sólo aspiro a ese privilegio.
No sería nada práctico que yo llegara a una cancha y creara una conmoción por ser famoso. Cuánta gente se me acercaría, cuántos padres vendrían a recomendarme a sus polluelos. En este caso siempre será preferible el misterio: Aparecer por allí como si nada, poder ver, escuchar, acercarme, analizar y hasta sentarme en la tribuna como cualquier espectador anodino.
El secreto de este trabajo es el seguimiento. La diferencia entre un jugador excepcional y un jugador normal es la regularidad en su rendimiento; por eso conviene estar ahí, esperando pacientemente, hasta detectar esa garantía, sin la cual es imposible alcanzar el objetivo.
Intencionalmente he evitado exponerme al escrutinio público. Mi vida personal e imagen física ¿a quién puede interesarle en realidad? Lo que debe importar es que siga buscando y encontrando a esos niños y jóvenes que puedan consolidarse más adelante como futbolistas profesionales, así como, con buen criterio y gran suerte, he podido apoyar a algunos talentos destacados.
En lo que a mí concierne me interesa más el reconocimiento de la gente íntimamente ligada al fútbol: el respaldo a mi trabajo por parte de los dirigentes y funcionarios del Club, el apoyo del director de las divisiones menores y de los entrenadores que realizan el proceso con los jugadores, la interacción con los periodistas deportivos que se acercan y valoran discretamente mi labor y, por supuesto, me llena de felicidad que los futbolistas me mencionen. Porque, ahí sí, es muy importante que mi nombre aparezca en esas entrevistas; allí sí resulta necesario, porque eso me abre puertas, porque el padre de familia, el entrenador o el dueño de un equipo aficionado me referencian a partir de esa mención, precisamente en boca de una figura y me buscarán de manera puntual como parte interesada, pero no es relevante que el tendero, el embolador o cualquier transeúnte me saluden por la calle como un personaje de la farándula deportiva.
Además, de alguna manera, hago parte de los medios de comunicación y entiendo lo que significa la cultura de la fama. Entrar allí implica quedar atrapado en una telaraña de sobreentendido, códigos y supuestos, que lo obligan a uno a asumir ciertos comportamientos que la masa espera de las figuras mediáticas.
Con los jugadores y los padres de familia yo siempre que tengo la oportunidad la aprovecho y lo dejo claro: Lo único que puedo prometerles es que trataré de estar allí, acompañándolos en sus ilusiones, mirándolos en las competencias, asesorándolos en el camino. Pero no estoy obligado a más nada. Hay gente que ha terminado molesta conmigo porque cree que si son mis amigos y me atienden bien, ya tienen asegurado que su hijo recibirá una oportunidad. Digo que eso depende de ellos, de los futbolistas: hay un momento en que el jugador muestra un plus en su rendimiento, marca diferencia, y él mismo dice con su actuación: “bueno, profe, ya estoy listo”. Siempre hay un momento mágico cuando el chico da la señal. El jugador tiene que brillar con luz propia.
También digo que cada quién tiene que emprender su propia lucha. Yo tengo la mía: como veedor mi mayor patrimonio es la CREDIBILIDAD. Y debo tener mucho cuidado; de hecho, tengo que estar muy convencido, debo investigar bien, conocer suficientemente al joven que voy a enviar. Pero no puedo recomendar a alguien sólo porque tenga una relación familiar o de amistad conmigo. De hecho, creo que mi mayor fortaleza es que me mantengo afuera. Con los jugadores llevo una relación cordial y afectiva y los acompaño hasta cuando son profesionales pero siempre soy profesor, casi nunca amigo personal.
Además, ya entrado en gastos voy a decirlo: yo no represento jugadores, sólo soy un simple intermediario, un asesor, un puente entre un club profesional y los jugadores aficionados, por eso deliberadamente evito involucrarme afectiva o económicamente con los posibles elegidos. Al único que en realidad me interesa “vender”, en el sentido estricto del término, es a mí mismo, mi trabajo serio y constante, para seguir gozando de ese privilegio invaluable de tener una voz propia que pueda ser escuchada.
Por eso les digo a los jugadores que recomiendo que no me den nada, pero que no me hagan quedar mal. Yo no aspiro a una camiseta ni a un dinero por debajo de cuerda, ellos sabrán cómo expresar su gratitud de una manera lícita y prudente, si es que lo consideran pertinente, claro está, porque tampoco es que estén obligados formalmente a corresponder con nada, quizás puedan hacerlo más como un gesto moral, de esos que se suelen hacer cuando se alcanza algún logro y nos parece lógico que los que contribuyeron reciban algún presente.
A estas alturas de mi vida, lo que busco es la realización personal a través de mi trabajo, de una manera simple, sin los sobresaltos propios de lo público. Quiero, más bien, en mi condición de escritor en formación, seguir gozando de mi sitio de espectador. De verdad, sólo aspiro a ese privilegio.
Publicado en la Revista del Cali - Noviembre/2008 -
y en la página Web http://www.deporcali.com/
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